sábado, febrero 28, 2009

La opresión de las mujeres no es natural ni antigua

Por: Sally Campbell

La opresión de las mujeres es la más profundamente afianzada de todas las opresiones. Es vista como biológica, psicológica y antigua. Esta percepción influye en la manera en que entendemos y desafiamos la opresión.

Los marxistas abordan esta problemática desde una perspectiva materialista. Frederick Engels explicó que “de acuerdo a la concepción materialista, el factor decisivo en la historia es la producción y reproducción de la vida inmediata… Por un lado, la producción de los medios de existencia, de alimentos, vestimenta y vivienda, y de los instrumentos que se necesitan para producir todo eso. Por el otro, la producción del hombre mismo, la continuación de la especie.”


Los seres humanos interactúan con su medioambiente, transformando el mundo que está a su alrededor y en este proceso se transforman a sí mismos. El atributo que nos hace diferentes de otros animales es nuestra capacidad para adaptarnos a cualquier parte del globo, y las formas por las cuales trabajamos socialmente para satisfacer nuestras necesidades. Engels sostiene que para la mayor parte de la historia del hombre, la organización social de las personas no ha sido clasista o determinada por la dominación y la opresión.

Los primeros ancestros del hombre aparecieron hace dos millones de años, mientras el homo sapiens sólo existió desde hace unos 200.000 años, y las primeras formas de agricultura aparecieron hace aproximadamente 10.000 años. Por lo tanto, para el 95% de la historia humana, “riqueza” fue un concepto que no tenía sentido. La gente vivía en pequeñas colectividades que disfrutaban de una relativa igualdad. Engels se refirió a ello como “comunismo primitivo”. El concepto de familia nuclear, con parejas monógamas con sus propios hijos no existía. Para Engels, en estas sociedades, mientras las personas tenían diferentes roles, no había dominación estructurada de un grupo sobre otro. Fue con el surgimiento de las sociedades clasistas que las mujeres vinieron a ocupar un lugar inferior en la sociedad.

Bajo el comunismo primitivo existía una división del trabajo entre hombres y mujeres, pero ésta no confería por sí misma un privilegio a los hombres. Las mujeres, quienes tendían a ser el principal sostén del hogar, a menudo tuvieron autoridad sobre los hombres porque su trabajo era la principal fuente de nutrición para el grupo.

El desarrollo de una agricultura más avanzada fue el punto de inflexión. La invención del arado significó la capacidad de producir más de lo que el grupo necesitaba perentoriamente. Condujo al desarrollo de elites que fueron capaces de controlar el “excedente”. Y ello transformó el rol de las mujeres en la sociedad.

En las sociedades cazadoras-recolectoras, las mujeres fueron capaces de desempeñar su papel como productoras así como jugar su papel en la reproducción. El arado y el uso de animales domesticados cambiaron todo esto. Una mujer embarazada o con un niño pequeño no podía llevar adelante estas tareas con facilidad y crecientemente cayeron bajo la competencia de los hombres.

La agricultura también demandó trabajadores. Así como las sociedades cazadoras-recolectoras tendieron a limitar el número de niños para no agotar los recursos, la agricultura pudo ser más productiva, con más necesidad de niños para ayudar en los campos. Entonces, así como los hombres se hicieron exclusivamente responsables de la producción, las mujeres vieron que su papel primordial se desplazó al de ser responsables de la reproducción.

La mayor productividad benefició a todos los miembros del grupo. Pero una vez que los excedentes cayeron bajo el control de una minoría, las desigualdades y las clases comenzaron a formarse. La división entre las esferas “pública” y “privada” de la sociedad apareció –con las mujeres participando principalmente en la esfera “privada”. La familia privada se convirtió en el mecanismo por el cual la riqueza privada podía ser pasada de una generación a la siguiente. Ello supuso una dilución final de la influencia de las mujeres. Los hombres, debido a su papel económico, se convirtieron en las cabezas del hogar, pasando su riqueza a sus hijos. Como Engels escribió: “El golpe al derecho materno significó la derrota histórica del sexo femenino. El hombre tomó también el mando en el hogar. La mujer fue degradada y reducida a la servidumbre”.

Entonces la familia fue una consecuencia del desarrollo de las clases –no una antigua jerarquía “natural”. Como la producción fue crecientemente destinada al intercambio más que al uso, el hogar se convirtió en una unidad de consumo más que de producción.

El argumento de Engels muestra cómo fue el mandato económico el que encendió el tren de la sociedad de clases y la desigualdad y la opresión que conlleva. Señala cómo los humanos pueden superar estas divisiones hoy.
El capitalismo y la “familia privada”

La semana pasada escribí que la formación de la familia era central para comprender los orígenes de la opresión de las mujeres. Esta semana miraré cómo el rol de la familia cambió con el nacimiento del capitalismo.

La familia campesina, la cual existió antes del capitalismo industrial, era una unidad productiva. Los hombres eran las cabezas del hogar, pero las mujeres y los niños producían bienes en la casa que contribuían a los ingresos familiares. Ellos tenían el terreno familiar y cuidaban de los animales domésticos. Las mujeres tenían un papel importante en la vida colectiva del poblado, la cual era la unidad económica central de la sociedad. La revolución industrial rasgó en dos esta forma de vida. Las masas trabajadoras fueron arrancadas de la tierra y arrojadas hacia nuevos pueblos y ciudades que estaban surgiendo. Por primera vez el capitalismo creó una clase de trabajadores que no tenían control sobre los medios de producción. Los miembros de esta nueva clase fueron forzados a trabajar para otro para ganar un salario.

Los viejos lazos sociales fueron rotos y, durante un tiempo, pareció que entre los trabajadores la familia desaparecería del todo. Tanto los hombres, como las mujeres y los niños trabajaban en fábricas, minas y molinos, en horrendas condiciones. Las mujeres fueron empleadas en gran número en las fábricas textiles – hacia 1856 las mujeres constituían el 57% de la fuerza de trabajo en la industria, y los niños el 17%.

A menudo las mujeres realizaron el trabajo más duro en las peores condiciones. En la década de 1850, en Oldham, una de cada diez mujeres moría entre los 25 y los 34 años de edad. La barbarie del capitalismo provocó que los obreros buscaran asilo -y al menos un alivio parcial al duro trabajo- en la familia. Los trabajadores comenzaron una campaña por un “salario familiar”, que permitiera al hombre cubrir los costes de la manutención de su mujer e hijos.

Algunas feministas han argumentado que tales demandas eran exclusivamente interés de los hombres, quienes querrían mantener a sus mujeres oprimidas en el hogar. Pero ello permitió a la familia existir con el salario de un solo hombre, mientras previamente tres o cuatro miembros del hogar tenían que trabajar para ganar el mismo dinero. Y ello separó a las mujeres y los niños del trabajo duro. En la dura realidad del capitalismo industrial, el aislamiento en el hogar era preferible a intentar trabajar conjuntamente con la crianza de los niños.

Para la mayoría de las mujeres pareció un asunto de sentido común buscar un “hombre que traiga el pan a casa fiable” como esposo como la mejor oportunidad de seguridad. Pero esta “familia privada” característica del capitalismo no se creó solamente como resultado de la presión desde abajo. Una guerra ideológica fue emprendida por la clase dirigente del capitalismo para inculcar “valores familiares” en los trabajadores –y forzarlos a asumir la carga de alimentar y cuidar gratuitamente a la siguiente generación de trabajadores.

Las viviendas fueron construidas por obreros, lo cual fue una mejora sobre las casuchas en donde los moradores de la ciudad habían sido arrojados primero. Pero las casas fueron diseñadas de acuerdo con la estructura de la familia nuclear. Eran lo suficientemente grandes como para abrigar al matrimonio y algunos pocos niños, con cuartos separados y una cocina, y tal vez un patio privado o pequeño jardín con un cerco alrededor.

Frases tales como “la casa de un inglés es su castillo”, entraron en el vocabulario.

Por supuesto, muchas de las mujeres de clase obrera siguieron trabajando fuera de la casa, pero ahora se tenía como rol principal de la mujer el de ama de casa. Junto a ello vinieron las características asociadas con lo que debía ser una buena esposa y made –pasiva, sumisa, cariñosa.

La contribución de las mujeres fue devaluada nuevamente. En un mundo en el cual sólo se valúan las cosas en términos monetarios, el trabajo que las mujeres hacen gratuitamente en el hogar –cocinar, lavar, educar- no tiene valor.

No fue este el caso de que los hombres de clase trabajadora fueran los principales ganadores en la creación capitalista de la familia privada. El papel de “breadwinner” era uno en el cual era demasiado fácil fracasar. Si un hombre no era capaz de proveer a su familia, entonces podía perder su respeto y el de la sociedad. Fuera de la miseria del capitalismo industrial, la familia tomó forma como una batalla de los trabajadores y como una herramienta ideológica y económica para la clase dirigente.

La segunda mitad del siglo XX vio cambiar nuevamente las expectativas de las mujeres, mientras más y más componían la fuerza de trabajo.
Décadas de cambio pero no de liberación

La semana pasada escribí sobre la ideología que enmarca a la familia nuclear. Al principio, para muchas mujeres de la clase trabajadora, la familia era vista simplemente como una opción más tentadora que trabajar en una mina de carbón. Paulatinamente, la noción de ama de casa –y el consecuente aislamiento para la mujer de la “esfera pública”- se convirtió en algo glorificado y por lo que debía lucharse. Pero el capitalismo es un sistema inestable y contradictorio. No existe un hogar libre del estrés del mundo exterior. Las cosas de las que realmente queremos escapar –presiones económicas, tensiones sociales, desigualdad y explotación- penetran todas dentro de la familia.

Durante el transcurso del siglo XX, la familia ha tenido que lidiar con dos guerras mundiales durante las cuales las mujeres entraron masivamente a engrosar la fuerza de trabajo asalariada, sólo para ser desplazadas nuevamente cuando los hombres regresaron de la contienda. También tuvieron que soportar el desempleo masculino masivo, la destrucción de las industrias, y las mujeres ingresando a la fuerza de trabajo con carácter permanente, especialmente en los últimos 30 años.

En Gran Bretaña más de la mitad de las mujeres con niños de menos de 5 años trabajan, y aquellas cuyos hijos menores tienen entre 11y 15 años alcanzan el 80%. Y las mujeres están teniendo cada vez menos hijos. Un estudio reciente sugirió que el 20% de las mujeres jóvenes en Gran Bretaña hoy no tendrían hijos. Los cambios sociales tales como la píldora anticonceptiva han modificado las expectativas.

El movimiento por la liberación de la mujer colocó a las mujeres en una posición mucho más fuerte. Los cambios también han desafiado el concepto de familia nuclear y los estereotipos de cómo las mujeres deben comportarse. Aún así, todavía la familia sigue permaneciendo como un poderoso ideal y aspiración.

Todos los cambios en la vida de las mujeres tuvieron su precio. Las mujeres ingresaron como fuerza de trabajo en el preciso momento en que las condiciones fueron empeorando para todos. “Flexibilidad” significa trabajo por turnos y contratos temporarios. Hombres y mujeres están trabajando más cantidad de horas que hace 30 años, y los hombres con hijos pequeños trabajan más cantidad de horas que cualquier otro.

El rol de las mujeres como cuidadoras está siendo reforzado por la contracción del Estado de Bienestar. El costo abusivo de los servicios profesionales de atención infantil hace que sólo un 13% de las mujeres pueda utilizarlo. Las mujeres aún tienden a tomarse “años sabáticos” en sus carreras para tener niños, y continúa una increíble especialización del trabajo por género, con las mujeres concentradas en los trabajos peor pagados tales como la venta al público, teleoperadoras y la cuidados personales. Todos estos factores hacen que la renta para la mujer sea un 51% más baja que la del hombre.

La liberalización sexual por la que se luchó en los años 60 y 70 se ha convertido en una mercantilización de todo lo que tiene que ver con nuestra sexualidad –la “cultura soez” descrita por Ariel Levy en su último libro, “Cerdas chauvinistas” (Female Chauvinist Pigs). Lejos de ser liberadoras, estas imágenes operan reforzando la idea de las mujeres como objetos sexuales –sólo que ahora nosotras también debemos ser exitosas amas de casa, madres de tiempo completo y excelentes cocineras-.

El capitalismo creó la posibilidad de quitar todas estas presiones de los hombros de las mujeres individuales. Podrían proveerse cuidados infantiles gratuitos. Los padres habitualmente cubren un 93% del costo de la crianza de los niños.

La familia está ideológicamente apuntalada por el estado y los medios de comunicación. Las mujeres están hechas para sentirse como gorronas si se quedan en casa con los niños, y malas madres si trabajan.

A pesar de las grandes transformaciones, las raíces de la opresión de la mujer permanecen inalteradas. La contradicción entre producción socializada y reproducción privada sigue en pie. Necesitamos cerrar la profunda brecha que se abrió con la formación de la sociedad de clases. Es decir, entre la masa de productores y su producto. Sólo entonces podremos librarnos de la otra brecha, la que existe entre producción y reproducción, y de esta manera, entre hombres y mujeres.

Acerca de la pregunta sobre el futuro, Frederick Engels dijo “se resolverá después que una nueva generación haya crecido: Una generación de hombres que nunca hayan tenido la ocasión de comprar la renuncia de las mujeres, ni con dinero o ni con algún otro medio de poder social, y una generación de mujeres que nunca hayan sido obligadas a renunciar frente a un hombre por ninguna consideración salvo amor verdadero, o abstenerse de permanecer junto a sus parejas por miedo a las consecuencias económicas. Una vez que tales personas aparezcan, no les importará un rábano lo que hoy pensamos qué deberían hacer”.

91 años de Olga Luzardo, ejemplo vivo de Mujer Revolucionaria

Olga Luzardo, nació en Paraguaypoa, Estado Zulia, el 29 de Febrero de 1918.

Se encuentra entre las grandes heroínas venezolanas, en su mayoría invisibilizadas por la historia, como Carmen Clemente Travieso, Ana Senior, Eumelia Hernández, entre tantas otras.

Olga Luzardo, aun militante revolucionaria, es patrimonio vivo de la nación, formó parte del grupo de pioneras en la lucha de la mujer por su emancipación con un marcado carácter de clase. Ya para el año 1944, la organización de mujeres había logrado concentrar once mil firmas para la propuesta de reforma constitucional que lograría incluir el derecho de las mujeres al voto municipal.

Ha sido baluarte por la unidad de las mujeres impulsando los primeros pasos para el reconocimiento de los derechos de la mujer y jugó un papel de primera línea, junto a estas otras camaradas, en el derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez.


El Comité Central del Partido Comunista de Venezuela, en el marco de su XXIX Pleno, rendirá homenaje a la Camarada Olga Luzardo, al cumplirse sus 91 años de vida. El acto se llevará cabo el domingo 1° de marzo del 2009, en el Teatro Nicolás Curiel, Edificio Cantaclaro, sede del PCV en la Parroquia San Juan de Caracas, a partir de las 10:30 AM.

Olga Luzardo, nació en Paraguaypoa, Estado Zulia, el 29 de Febrero de 1918. A los trece años se reunía con tranviarios de Maracaibo para formar un sindicato obrero, comparte responsabilidades con poetas de la talla de Ely Saúl Rodríguez, Rosa Virginia Martínez y el pintor Antonio Angulo, en la formación de un ateneo en su tierra natal.

Publicó sus primeros artículos opinión en el diario Panorama de Maracaibo. En un reportaje aparecido en El Globo, en agosto 1993, reconoce al poeta Jesús Enrique Losada, filósofo y Rector del Colegio de Varones, como el que puso en sus manos, a la corta edad de 13 años, los títulos más significativos de Marx, Gorki, Engel, Bujarín y Lenin.

A los 18 años comenzó a rotar la bibliografía y a contribuir a la organización de grupos políticos, sobre todo entre los obreros petroleros, y así participa en la organización de las primeras células de Partido Comunista en el Estado Zulia.

Olga Luzardo, precursora de los congresos feministas y los derechos de la mujer, organizó las luchas a favor de los derechos de la mujer al sufragio, al producirse la muerte de Gómez,. Con mujeres antigomecistas de diversas tendencias, trabajó en la organización de la Agrupación Cultural Femenina, que incitó a la lucha cívica a las mujeres de Venezuela. Fue precursora del movimiento de solidaridad internacional, donde representó a Venezuela en múltiples reuniones internacionales: URSS, Chile, Cuba, Hungría, Polonia y Checoslovaquia, entre otros.

Se destaca como periodista al lado de Kotepa Delgado y Pedro Beroes en “Ultimas Noticias” y “Ahora”, formó también parte de la comisión fundadora de “Tribuna Popular”. Igualmente, en la resistencia contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, fue activista de la única organización política de mujeres estudiantes y obreras, la Unión de Muchachas Venezolanas (U.M.V.). Dirigenta comunista en la resistencia bajo el seudónimo de “Jorge”,

Se encuentra entre las grandes heroínas venezolanas, en su mayoría invisibilizadas por la historia, como Carmen Clemente Travieso, Ana Senior, Eumelia Hernández, entre tantas otras.

Olga Luzardo, aun militante revolucionaria, es patrimonio vivo de la nación, formó parte del grupo de pioneras en la lucha de la mujer por su emancipación con un marcado carácter de clase. Ya para el año 1944, la organización de mujeres había logrado concentrar once mil firmas para la propuesta de reforma constitucional que lograría incluir el derecho de las mujeres al voto municipal.

Ha sido baluarte por la unidad de las mujeres impulsando los primeros pasos para el reconocimiento de los derechos de la mujer y jugó un papel de primera línea, junto a estas otras camaradas, en el derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez.

Fue integrante del Comité Central del PCV durante varios periodos destacándose como profesora y directora en la Escuela de Cuadros del Partido Comunista de Venezuela “HO CHI MIN”, en la cual formó a cientos de cuadros en los principios del marxista Leninista, el trabajo de masas, el movimiento obrero y el de mujeres.

Olga Luzardo también es una destacada poetiza y escritora, doctora en Filosofía. Dentro de sus publicaciones se encuentran sus poemas en “Flor de cactus”, 1935 y 1942 y “Huellas frescas” en 1.993. La contundencia en el lenguaje de estos poemas concebidos en su totalidad en difíciles momentos políticos, la mayoría de ellos escritos en la Penitenciaria de San Carlos en el Estado Cojedes, bajo el régimen perezjimenista, permanecen aun inéditos, quedando registrados en la historia de nuestra poesía carcelaria y clandestina.

Hoy al estarse cumpliendo 91 años de su nacimiento, los comunistas venezolanos queremos rendir un homenaje en vida a esta extraordinaria mujer revolucionaria.

Olga Luzardo puede lucir con orgullo la indomable vigencia de su vida, hermosa y con su poderosa sensualidad en la voz, no importa cuán indeciso sea su caminar, aún en su mirada está la misma luz que conocimos desde su juventud.

Actualmente, continúa su militancia consecuente, insigne e intachable mujer comunista, ejemplo para los y las revolucionarias de hoy, porque se ha mantenido como militante en un organismo de base y firme en la lucha por el desarrollo y defensa de su partido frente a las tendencias liquidacionistas.

Por ello, queremos invitar al pueblo de Caracas y a las organizaciones populares, a participar en este sencillo, pero emotivo reconocimiento a una revolucionaria que ha dedicado su vida a la lucha del pueblo y de la clase obrera y sigue estando en la primera línea de combate en el proceso de cambio que vive Venezuela.

Te esperamos el domingo, 1° de marzo, a las 10:30 horas en el Teatro Nicolás Curiel, Edificio Cantaclaro, Sede del Partido Comunista de Venezuela, Caracas.

viernes, febrero 27, 2009

La Mujer en la Ficción de la Televisión

Fuente: Red Voltaire

La mujer sigue representándose a menudo bajo los mismos tópicos y estereotipos, asociados al mundo de las emociones, la pasividad, la maternidad y la sexualidad, asegura un estudio universitario sobre la construcción del género en la ficción televisiva.

El trabajo “Construcción de género y ficción televisiva en España”, realizado por la Universidad Carlos III de Madrid sostiene que, aunque cada vez son más numerosas las ficciones sobre mujeres trabajadoras, siguen siendo éstas las que, en su mayoría, sustentan y preservan el orden en el ámbito doméstico, sacrificando en ocasiones para ello su crecimiento profesional, según un informe publicado por el diario español El Mundo.



"Las mujeres suelen representarse también como personajes conflictivos, dependientes e inseguros, en algunas de las series analizadas, más ligadas a lo emocional que a lo racional, y cometiendo por ello algunas negligencias en su trabajo. No obstante acaparan puestos profesionales anteriormente ocupados por los personajes masculinos y normalizan una situación aún incipiente en la sociedad, de tal modo que el telespectador pueda ir familiarizándose con nuevos modelos, evitando el extrañamiento ante determinadas transformaciones", indica la profesora de Comunicación, Elena Galán, autora del estudio.

Aunque en general, las series reflejan nuevos modelos sociales donde con frecuencia los personajes, masculinos y femeninos, viven en entornos individuales (singles), sólo tienen tiempo para el trabajo (donde pasan la mayor parte del día), y su ámbito personal se ve muy reducido.

Galán señala que la situación actual de la ficción televisiva es bastante diferente y hay cambios respecto a la de hace algunos años.

"Ahora la mujer se convierte en protagonista de muchas series de ficción, como consecuencia de su mayor poder adquisitivo y por los cambios sociales acaecidos, donde ya puede decidir aquello que le interesa, vivir sola y comprar lo que desea".

Dos de los ejemplos de esta corriente que suponen el ’boom’ de la tendencia en España se pueden encontrar, en series como ’Sexo en Nueva York’ o ’Mujeres desesperadas’, que interesan a un nuevo modelo de mujer, que trabaja fuera de casa y demanda otro tipo de argumentos.

El estudio subraya que el estereotipo negativo existe y se transmite en la escuela, en la familia, en las instituciones educativas, a través de los chistes, los medios de comunicación, en el cine, en la prensa y las revistas, unas veces de forma pretendida, otras como reflexión y crítica.

"Los medios de comunicación como altavoces y mediadores de la realidad deberían cuidar el modo de tratar la información, los argumentos de las series, los modelos que presentan, pues siguen siendo instrumentos de socialización muy influyentes", advierte la profesora de Comunicación.

Para la autora del estudio, el estereotipo se confunde a menudo con el prejuicio y se olvida que puede transmitir también modelos de socialización positivos que normalicen determinadas situaciones aún no asumidas por la sociedad, como la homosexualidad femenina o la inmigración.

Clara Zetkin y el apogeo del feminismo socialista y comunista

Clara Zetkin: Organizadora del movimiento feminista socialista alemán e internacional, una de las cabezas en la lucha antirreformista, internacionalista durante la Primera Guerra Mundial, cofundadora y dirigente del Partido Comunista alemán, miembro destacado de la Internacional Comunista y amiga de Lenin (1), diputada y propagandista, Clara Zetkin, aunque cuenta con todos los atributos biográficos para-figurar entre las grandes personalidades de la historia del movimiento obrero mundial suele aparecer como un personaje característico pero secundario en todas las historias generales del socialismo.


« . . .El primer enfrentamiento de clase que se produce en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en el matrimonio monógamo, y la primera opresión de clase coincide con la del sexo femenino por el masculino. Históricamente el matrimonio monógamo constituye un gran paso hacia adelante, pero, sin embargo, junto con la esclavitud y la propiedad privada, abre un periodo, que ha durado hasta nuestros días.-. que cada paso hacia delante es también, en términos relativos un paso hacia atrás, en el que la prosperidad y el desarrollo de unos se ha ganado a costa de la miseria y frustración de otros. (el matrimonio monógamo) es la forma celular de la sociedad civilizada en la que puede verse ya la naturaleza de los enfrentamientos y contradicciones que actúan de lleno en dicha sociedad».

F. Engels


Mucho más justo fue Andreu Nin cuando escribió:

“Clara Zetkin era un magnífico ejemplar de caudillo revolucionario; pero de caudillo auténtico, no de esos que se fabrican en el laboratorio de la burocracia estalinista y atraviesan como una cometa el cielo del movimiento obrero y su divorcio con la masa, cuyos intereses y aspiraciones pretenden representar. El caudillaje de Clara Zetkin estaba cimentado por más de medio siglo de actividad militante, por el prestigio de una vida entera de abnegación y sacrificios consagrados a la causa proletaria. Los obreros alemanes que habían visto a esa magnífica combatiente se cuentan por millones; sería difícil, por no decir imposible encontrar a uno solo que no conociera su nombre, unido indisolublemente al movimiento obrero desde los primeros pasos del proletariado alemán en el camino de la reorganización política hasta los últimos tiempos” (2).

Aunque Clara no fue una militante muy versada en el terreno teórico, ni una innovadora, no por ello dejó de ser una notable divulgadora de diversos gigantes, como lo fueron Engels y de August Bebel de cara a la cuestión de la mujer; Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en la lucha política dentro de la socialdemocracia alemana y de la IIª Internacional, así como de Lenin y Trotsky en los primeros años del Komintern, del luxemburgista Paul Levi en los albores del comunismo alemán y, en su decadencia-: de Stalín, aunque -en este extremo conviene hacer importantes matizaciones. El “motor” de su militancia fue primordialmente su odio a las injusticias que había podido ver desde muy joven. El socialismo no era para ella solamente una finalidad histórica, era ante todo una exigencia inmediata.

Sus actividades políticas militantes se extienden desde los inicios de la socialdemocracia alemana hasta 1932, un año antes de su muerte. A su parecer, durante este tiempo:

“El desarrollo del imperialismo y el paso del capitalismo preferentemente concurrencial a capitalismo en el que prevalece el monopolio, con la creación de los monopolios nacionales y la agudización de las contradicciones imperialistas ( que) provocaron tensiones tan violentas en las relaciones ente el proletariado y la burguesía y en el mismo seno del proletariado y sus organizaciones tradicionales -creación de la Segunda Internacional (1889), la aparición del revisionismo y fundación de la Tercera Internacional (1919), revolución en Rusia y derrota de las revoluciones en Europa occidental- que la experiencia de la dirigente alemana se nos presenta muy compleja y fragmentaria, difícil de sintetizar en una sola valoración” (3).

Por todo ello, y sobre todo por su lucha al frente del feminismo socialista -que alcanzó con ella unos niveles de organización y desarrollo intelectual que no sobrepasará jamás después-, Clara Zetkin puede hacerse excusar su adaptación al estalinismo que era un fenómeno muy difícil de comprender para alguien como ella que había interiorizado la derrota del proletariado alemán entre 1918 y 1923 y que ya se encontraba al margen del movimiento real, convertida como ocurría con Nadezha Krupskaya, la viuda de Lenin, en una figura simbólica que se utilizaba para dar brillo a una burocracia cuyos objetivos eran contrapuestos a los que ella había defendido toda su vida.

Clara Zetkin, nacida Clara Eissner, era hija de un maestro rural de Sajonia y nació el año 1857. Aún no se ha publicado ninguna biografía rigurosa sobre ella -a pesar que en la República democrática alemana pasa por ser uno de sus santos iconofinados y que en la URSS está enterrada con los máximos honores-, pero sabemos que entre los diecisiete y los veinte años estudió magisterio en un instituto privado de Leipzig, donde conoció a un grupo de estudiantes rusos exiliados y vinculados al populismo. Entre ellos se encontraba Ossip Zetkin que militaba en el incipiente socialismo marxista alemán hasta que fue expulsado por sus actividades políticas. Clara se trasladó entonces a Zurich para poder visitarlo en Francia. En esta ciudad alemana conoció a George Plejanov y también a Vera Zasùlich. Por entonces comienza su vida militante colaborando con Julius Mottelert que pasaba clandestinamente el órgano del partido socialista de Francia a Alemania. Sus primeras clases de marxismo las recibe de Eduard Bernstein, a la sazón el discípulo predilecto de Engels.

En noviembre de 1882 es perseguida por la policía y se traslada a París donde contraerá matrimonio con Ossip y permanecerá durante ocho años sin dejar de cooperar con su partido. Durante este tiempo, Clara conoce y hace amistad con algunas de las figuras más notables del socialismo de entonces: Eugene Pottier, autor de la letra de La Internacional; Louise Michel, las hijas de Marx, Jenny y Laura; los dirigentes marxistas franceses Paul Lafarque y Jules Guesde, etc. Al final de la década es nombrada delegada de las mujeres socialistas de Berlín y toma parte en los preparativos del Congreso Constituyente de la Internacional Socialista opuesta a la Internacional posibilista que también quiso crearse en París. Al año siguiente, en 1890, tras la derogación de la “leyes antisocialistas”, vuelve a Alemania para convertirse en uno de los cuadros más significados del socialismo alemán que sería hasta 1914 el espejo donde se miraría el socialismo internacional.

En 1891 funda y dirige “Die Gleichheit” (La campana), órgano para las mujeres socialdemócratas y que llegará quizás a ser el periódico feminista de mayor tirada y de mayor influencia de todos los tiempos. El grupo femenino del SPD se crea sobre la base de una plataforma de reivindicaciones democráticas. Se trata de conseguir no sólo el derecho de voto de las mujeres sino también el más simple de poder organizarse sindical y políticamente, derechos que están explícitamente prohibidos aunque ellas saltaron por encima de la legalidad protegidas por la importante fuerza del partido. Sus concepciones teóricas sobre la cuestión femenina están fundamentadas en dos obras clásicas del socialismo: El origen de la propiedad privada, la familia y el Estado (4), y La mujer y el socialismo, de August Bebel, (5) y avanzan nuevas ideas sobre nuevos problemas en el orden organizativo y sindical aunque encuentran una dura oposición por parte de la burocracia sindical y de algunos notables del partido en proceso de instalación en el statu qua.

Stuttgart será el principal centro ciudadano de su intervención -que en períodos de campañas políticas se extienden por todo el Estado- que pase a ser uno de los “feudos” de la izquierda revolucionaria y la ciudad donde las mujeres socialistas gozan de una mayor implantación. En 1893 participa en el tercer Congreso del partido socialdemócrata que tiene lugar en Zurich y donde entabla amistad con Engels que morirá dos año más tarde. Desde este Congreso la presencia de Clara será indisociable de todos los Congresos nacionales e internacionales del socialismo, lo mismo que lo será de todas las conferencias de mujeres. En 1896 en el Congreso del SPD que se celebra en Gotha, Clara presenta el primer informe partidario importante sobre la cuestión de la mujer y las tareas de la socialdemocracia en donde se adelantan la exigencia al voto feminista, punto en el que muchos partidos socialitas no se mostrarán tan avanzados.

En 1899 Clara, que había quedado viuda, se casará por segunda vez, en esta ocasión con el pintor George Friedrich Zundel, del que se separará no mucho después; pocos años más tarde, quedando ella sola al cuidado de los dos hijos que había tenido con Ossip (6).

Durante varios años su potente voz (”Los discursos de Clara, escribirá Nin, electrizan a la multitud. En su oratoria, por decirlo así, una oratoria pirotécnica, unos fuegos artificiales de imágenes brillantes y vigorosas, que deslumbran y enardecen. Los que hemos visto a Clara Zetkin en la tribuna, en el ocaso de su vida, nos imaginamos fácilmente lo que debía de ser en su juventud. ¡Qué entusiasmo, qué energía, qué pasión animaba a aquella mujer septuagenaria! ¡Cómo se transformaba, iluminada por el fuego interior que ardía en aquel cuerpo minado por los años y la enfermedad!»), será la de la izquierda revolucionaria y será en los debates, el martillo contra los oportunistas en el partido y en la Internacional.

En el famoso Congreso de Sttutgart de 1907, en el que el trío Lenin-Rosa Luxemburgo-Martov, planteó una dura batalla sobre la cuestión de la guerra, Clara llevaría por su parte una violenta requisitoria en la comisión para tratar el derecho al voto de las mujeres contra los austromarxistas, a los que acusó de haber interrumpido la propaganda por este derecho. En otra ocasión, ella escribirá lo siguiente sobre este tema:

“La Segunda Internacional toleró que las organizaciones inglesas afiliadas lucharan durante años contra la introducción de un derecho de voto femenino restringido… permitió también que el partido socialdemócrata belga y, más tarde, el austriaco, se negaban a incluir, en las grandes luchas por el derecho del voto, la reivindicación del sufragio universal femenino. . . que el partido de los socialistas unificados de Francia se contentasen con platónicas propuestas parlamentarias para la introducción del voto de la mujer” (7).

En el Congreso de Copenhague (1910) fue ella la que propuso la puesta en marcha de un “primero de mayo femenino», que tendría lugar cada ocho marzo en memoria militante de las mártires de la fábrica de algodón Cotton de Nueva York que mientras hacían huelga fueron quemadas vivas en un número de 129 mujeres por responsabilidad directa de su patrón que anteponía el beneficio a unas condiciones mínimas de seguridad. En los años que preceden al estallido de la Gran Guerra, Clara dedica su mayor esfuerzo a la lucha antimilitarista, así en el Congreso de Basilea (1912) presentó un extenso y apasionado informe sobre la amenaza de guerra y la necesidad consiguiente de que la Internacional respondiera con la huelga general y si era posible con la revolución.

Dentro de la larga y apasionante biografía de Clara Zetkin es la cuestión de la mujer trabajadora la que ocupa un lugar más intenso y prolongado. Es un tema que la acompaña desde que empezó su intervención en este terreno «bajo la guía de Friedrich Engels» del que aprendió “los principios de la lucha de clases y no sólo de la administración de importantes organizaciones”(8), hasta el final de su vida cuando en sus llamadas a la lucha contra el fascismo subrayaba la importancia que en este combate tenían las mujeres. Aunque no escribió ningún estudio destacado, Clara demostró con el ejemplo indiscutible de la práctica que se podían organizar a miles de mujeres trabajadoras que engrosarían los rangos proletarios dándole una amplitud extraordinaria. La organización femenina de los socialistas alemanes sirvió como ejemplo para el movimiento socialista internacional. Su horizonte no fue solamente europeísta, extendió también su mirada por el mundo colonial. En uno de sus informes escritos para el Komintern dice:

“Lo que merece una atención particular es el hecho de que en los países del Próximo y Extremo Oriente, las mujeres vinculadas a las tradiciones, a las costumbres ya la servidumbre religiosa milenarias se están moviendo. No me estoy refiriendo, ahora al pequeño estrato de mujeres orientales poseedoras, pioneras de su sexo, que han conquistado erudición, saber y cultura moderna en las universidades europeas y americanas. Pienso más bien en los muchos miles de campesinas pobres y: obreras de los campos de arroz y de las plantaciones de algodón, de los campos de petróleo, etc., que en Turquía, en Turquestán, en Corea, en Japón, Mongolia, en la India, etc, han comenzado a rebelarse contra el doble yugo del hombre y del capital”.

Esta idea del «doble yugo» que plantea el problema de una opresión específica de la mujer como tal por el hombre, planea sobre su pensamiento, pero no acaba de sacar de ella todas sus consecuencias. A veces la utilizaba partiendo de una frase de Engels según la cual en el matrimonio rnonógamo, el burgués era el hombre y la proletaria la mujer:.. Pero su conclusión práctica- es diferente, no ve contradicciones en la pareja obrera como la vio Flora Tristán, y cree que cuando“el proletario dice: “Mi mujer”, y entiende: “La compañera de mis ideales, de mis luchas, la educadora de mis hijos para la batalla del futuro”»; dicho de otra manera, la cuestión de la mujer forma una parte indiferenciada de la lucha de clases, por lo tanto:

–No tiene por qué haber una organización autónoma de las mujeres, porque: «…No hay más que un sólo movimiento, una sola organización de mujeres comunistas -antes socialistas- en el seno del partido comunista junto a los hombres comunistas. Los fines de los hombres comunistas son nuestros fines, nuestras tareas”. y esto se extiende a los otros niveles organizativos tradicionales.

–No hay tampoco unas reivindicaciones específicas en temas como la sexualidad y el matrimonio y aunque no dejaría a su manera de plantear algunas de sus dudas, afirma junto con Lenin: “La preocupación de las mujeres comunistas, el de las mujeres trabajadoras, debería centrarse entorno de la revolución proletaria que pondrá las bases, entre otras cosas, para la modificación de las relaciones materiales y sexuales” (9).

–No existen posibilidades de atraer a las filas socialistas a las mujeres provenientes de las clases explotadoras ya que para ellas se trata de una cuestión «moral y espiritual… del desarrollo de la propia personalidad”, mientras que para las trabajadoras se trata de algo más elemental, derivada “de la necesidad de explotación del capital”, y le preocupa «su tarea de esposa, de madre» y el hecho de que “sólo le quedan las migajas que la producción capitalista deja de caer en el suelo”.

Bajo este prisma reduccionista, el objetivo primordial de Clara Zetkin era ampliar el movimiento obrero hacia su otra mitad más sometida que la masculina. Exigían para las mujeres trabajadoras reivindicaciones fundamentales que aunque pueden parecer moderadas eran sumamente radicales incluso para unos sindicalistas que temían la competencia laboral de la mujer y querían que sus esposas se quedaran en casa para zurcirles los calcetines. No dudaba tampoco en levantar la bandera sufragista ya que se trataba ”no sólo de un derecho natural, sino también de un derecho social”, y claro está le daba un contenido social a este derecho, pero se negó a reivindicaciones específicas como la de la protección maternal.

Cuando Clara tomó partido por la opción comunista arrastró tras de sí a un número importante de las mujeres socialistas, pero en la Internacional Comunista encontró un clima tan preocupado por la revolución inmediata que se rechazó la idea de reproducir desde esta opción una organización similar a la socialista. En una de sus intervenciones en el Komintern propone la adopción de «remedios concretos y de órganos especiales que se encarguen de la agitación, organización y adiestramiento de las mujeres… considerando la especificidad cultural y moral de las mujeres», así como también, “la agitación programada y constante entre las mujeres todavía alejadas del partido, mediante asambleas públicas, debates y asambleas de fábricas, asambleas de amas de casa, conferencias de delegadas sin partido y apolíticas, agitaciones en las casas…”. Pero a pesar de contar con el apoyo de Lenin y Trotsky sus planteamientos quedan en minoría, incluso entre las propias mujeres delegadas.

Estas ideas que se inscriben perfectamente en el esquema de frente único desarrollado desde el tercer congreso de la Internacional, insisten también en la necesidad de un Congreso internacional de mujeres de todas las tendencias socialistas, sin pretensiones de hegemonía partidista y en el que la fracción comunista debía de luchar lealmente. Este Congreso:

“…debería tratar en primer lugar el derecho de la mujer al trabajo profesional. En este punto se hubieran debido de incluir las cuestiones de desocupación, de igual salario a igual trabajo, de la jornada legal de ocho horas, de la legislación protectora de la mujer, del sindicato y de las organizaciones profesionales, de las previsiones sociales para la madre y el niño. de las instituciones sociales para ayudar al ama de casa y a la madre, etc… El orden del día hubiera debido de incluir el siguiente tema: La situación de la mujer en el derecho matrimonial y familiar y en el derecho público político”. (10)

Este texto demuestra la maduración de Clara que deberá de abandonar el grueso de sus tareas en el terreno de la organización de la mujer para centrarse en las de la dirección del partido y de la Internacional Comunista. Luego, después de las sucesivas derrotas del proletariado europeo y alemán sobre todo, el ascenso del estalinismo y de las normas burocráticas, el tema de la organización de la mujer se iría perdiendo para reaparecer en el período del Frente Popular pero con un sentido muy distinto, por no decir opuesto, al que ella protagonizó.

Cuando en 1914 la socialdemocracia alemana e internacional realizan su extraordinario giro hacia el socialpatriotismo, Clara Zetkin tiene ya 53 años, pero no le faltaron las fuerzas para alinearse desde el primer momento con la fracción llamada “espartaquista” en la defensa de los ideales internacionalistas y revolucionarios del socialismo. Un año más tarde encabeza la Conferencia Internacional de mujeres socialistas, uno de los actos antiguerra más importante del período bélico y en la que se exige el fin de las hostilidades así como una paz sin anexiones ni conquistas que reconociera a los pueblos el derecho a disponer de sí libremente.

Una vez bajo estos principios democráticos elementales, solamente podía, en su opinión:

“…conducir a los proletarios a liberarse del nacionalismo y a los partidos socialistas a recuperar su entera libertad para la lucha de clases. El fin de la guerra no puede ser alcanzado más que por la voluntad clara e inquebrantable de las masas populares de los países beligerantes. En favor de una acción, la Conferencia hace un llamamiento a las mujeres socialistas ya los partidos socialistas de todos los países: ¡Guerra a la guerra!” (11).


Las consecuencias de este acto, las purgó en palabras de Bujarín, «con una condena de cárcel. Pero no se ciñó la cabeza con una corona de espinas; vio en ello un episodio natural de la lucha, un cautiverio pasajero, al término del cual hay que empuñar nuevamente las armas y marchar otra vez al combate…” (12) A pesar de la represión continua que las autoridades y sus antiguos compañeros ejercen sobre los “espartaquistas”, Clara sigue al frente del bando internacionalista y dirigiendo el periódico de las mujeres socialistas hasta que en 1917 lo deberá abandonar por no seguir “la línea política del partido”. La revolución de Octubre de 1917 la entusiasma de pies a cabeza, y así lo manifiesta al escribir:

“La Rusia socialista y soviética, escribe, será para nosotros un símbolo, una esperanza y una garantía del advenimiento de los tiempos nuevos que surgirán del caos de la sociedad burguesa. El proletariado combatiente de la Alemania revolucionaria debe construir un puente a través del cual el fuego purificador de la revolución, destructor del capitalismo, se extenderá de Oriente a Occidente. ¡Preparémonos! ¡Pongamos en tensión nuestros músculos, el trabajo y en la lucha, a fin de que la obra se convierta en espíritu y el espíritu en obra! ¡Espartaco, levanta más alto la bandera! ¡Esclavos, adelante! ¡Todo por la revolución! ¡Todos por la revolución!”.

Durante este agitado período que se abre, participará a pesar de su precario estado de salud, en los acontecimientos de noviembre de 1918 que se inician como un cambio constitucional pero que abren también las puertas a otra opción que ella establece de la siguiente manera:

“Reforma burguesa o revolución proletaria, he aquí la cuestión. En otros términos: nueva forma de gobierno o régimen nuevo, desarrollo completo del reino de la burguesía por medio de la democracia burguesa y, por consiguiente, existencia ulterior de la sociedad capitalista, o dictadura de clase proletaria, realizable por el régimen soviético, e instauración del socialismo” (13).

En noviembre de 1917 había fundado el suplemento femenino del periódico “espartakista” Leipziger Volkezeitung, y en 1920 fue elegida presidenta del Movimiento internacional de mujeres socialistas, aunque lentamente una fracción mayoritaria se ha ido decantando hacia el viejo hogar de la socialdemocracia que ya no estaba ocupado por los mismos dirigentes ni se orientaba con la misma brújula política. Dirigente de primer plano en el recién creado Partido Comunista alemán, Clara toma parte en las jornadas revolucionarias de enero de 1919 que concluirán con el asesinato de sus mejores amigos, Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogiches y el fallecimiento natural -pero adelantado por los hechos- del veterano historiador y militante revolcionario Frank Merhing. El temple de Clara se hace ostensible cuando responde a este drama diciendo:

“No lloraremos a nuestros muertos, hay que luchar”.

Desde la fundación de la Internacional Comunista, Clara pasa a ocupar un cargo dirigente en ésta, combinando siempre sus actividades internacionales con las alemanas. Su militancia durante estos primeros años será particularmente intensa: escribe en varios periódicos, interviene en numerosas campañas de agitación, participa en los debates de los Congresos y Conferencias, habla en el parlamento… Entre sus numerosos viajes de entonces hay que destacar el que le llevó al Congreso de Tours en el que tenía que decidirse la actitud a tomar ante la Internacional Comunista. Su intervención en el Congreso fue, según todos los testimonios, decisiva para decantar la mayoría hacia el comunismo. Había llegado a Francia viajando clandestinamente y su dominio de la lengua y sobre todo de la historia y la situación francesa causó una honda impresión entre los congresistas.

En 1920 visitó por primera vez la Rusia soviética con motivo del II Congreso de la Internacional. Desde este entonces sus visitas se harán cada vez más continuadas.

En marzo de 1921, el partido comunista alemán, dirigido por la fracción izquierdista -que partía del supuesto de que la hora de la revolución ya había llegado y que sólo era necesario que la vanguardia llevara adelante una ofensiva ejemplar que galvanizara a los obreros- protagoniza un puch que termina en el desastre. Clara Zetkin, que junto con Paul Levi se había opuesto a la aventura, formó con éste una fracción alternativa que planteaba ya algunos de los elementos -conquista de las masas, trabajo en el seno de los sindicatos, unidad y crítica con la socialdemocracia, etc., de lo que más tarde será la política de frente único. Las diferencias internas en el partido se saldará con una grave crisis que concluirá con la expulsión de Paul Levi que, al contrario que ella, había planteado sus posiciones de una manera extrapartidaria.

La política de frente único abrirá un nuevo período de recuperación de fuerzas en el seno de los comunistas alemanes en cuyo frente se encuentra Heinrich Brandler apoyado por Clara. Sin embargo, entre el esquema de frente único de Lenin, Trotsky y Rádeck y el de la dirección alemana existirá una diferencia que se hará notar durante los acontecimientos revolucionarios de 1923. Para los primeros la acumulación de fuerzas no puede desarrollarse sin un techo, en un momento dado hay que plantearse la cuestión de la insurrección; para los segundos, la hora de la insurrección queda muy lejana y cuando la revolución se pone al orden del día se ven sobrepasados por los acontecimientos. Este fracaso será decisivo, y cerrará toda una época -que podíamos llamar leninista-, el comunismo alemán e internacional, causando un repliegue que será determinante para la emergencia del estalinismo. La dirección «zinovievista» de la Internacional que había de hecho’ dirigido la política del Partido Comunista alemán, hace de Heinrich Brandler el “chivo expiatorio” de la derrota. Este hecho lleva a Clara a simpatizar con la primera Oposición de izquierda dentro de un partido bolchevique cada vez más estatalizado. (14)

En los años siguientes, Clara se convertirá (como ya he dicho) en una figura decorativa en un partido que ha perdido por la muerte o la disidencia a sus más cualificados dirigentes y en una Internacional cuyo rumbo empieza a cambiar hasta dar un giro de ciento ochenta grados: la revolución mundial pasará a ser un señuelo propagandístico y lo realmente importante llegará a ser la construcción del «socialismo» (en versión estalinista) en un sólo país. En 1924 asume la presidencia del Socorro Rojo Internacional que llevará adelante algunas campañas célebres como la defensa de Sacco y Vanzetti. Su última actuación que recordara sus mejores tiempos tiene lugar el 30 de agosto de 1932, cuando estaba enferma y medio ciega, el día de la apertura del Reichstag. Por su edad ella preside la sesión y en su intervención exige la creación de un frente proletario entre comunistas y socialdemócratas contra el nazi-fascismo.

Por esta idea su viejo amigo León Trotsky era considerado como el peor de los enemigos del comunismo ya que Stalin había impuesto una idea opuesta: el principal adversario de los comunistas alemanes eran los socialdemócratas. Clara Zetkin falleció el año siguiente en el sanatorio de Archangelskoje, en las proximidades de Moscú y sus restos mortales fueron depositados en las murallas del Kremlin con grandes honores.

Notas

–1. Ver Recuerdos de Lenin, Ed. Grijalbo, col. 70, Barcelona, 1975. (Hay otra edición en Ed. Akal). Trataremos más estos recuerdos en otro trabajo dedicado a los grandes revolucionarios desde el punto de vista del tema de la mujer.

–2. Cf. La revolución rusa, Ed. Fontamara, Barcelona, 1977, pág. 179. No deja de ser curioso el hecho de que Nin no presta apenas atención a la actuación feminista de Clara.

–3. Luisa Passarini, prólogo a la recopilación de escritos de Clara Zetkin, La cuestión femenina y la lucha contra el reformismo, Ed. Anagrama, Barcelona, 1976, pág. 13. Las citas no anotadas pertenecen a este libro, sin duda el más importante que se ha publicado de y sobre Clara Zetkin.

–4. Editada por Ayuso, Madrid, 1971.

–5. Ed. Fontamara, Barcelona, 1975. Otra edición es la de la Ed. Akal.

–6. Uno de sus hijos, el mayor, llamado Constantino, vivirá un intenso y episódico romance con Rosa Luxemburgo del que Clara no tuvo noticia. Todo terminó cuando el amante e inseparable camarada de Rosa, Leo Jogiches, se enteró y cortó la historia. Cf. l. P. Netl, La vida de Rosa Luxemburgo, Ed. ERA, México, 1977.

–7. Recuerdos de Lenin, pág. 89.

–8. Wolganf Abendroth, Historia social del movimiento obrero europeo, Ed. Estela, Barcelona, 1971, pág. 114.

–9. En otra ocasión, Clara escribirá al respecto: “Nada más que una sociedad socialista, con la desaparición del sistema actual dominado por la propiedad privada, desaparecerán las oposiciones sociales entre los poseedores y los que no tienen nada, entre hombres y mujeres, entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. La abolición de tal oposición, sea la que sean no puede llegar más que a partir de la lucha de clases misma. Si las mujeres proletarias quieren ser libres, es preciso que unan sus fuerzas a las del movimiento obrero (…) y este punto de vista debe de ser subrayado sin ambigüedad en un periódico dirigido a las mujeres trabajadoras”.

–10. Esta propuesta fue criticada como «oportunista» por diversos delegados.

–11. Amaro del Rosal, Los Congresos obreros internacionales, Ed. Grijalbo, Madrid.

–12. Apéndice a Recuerdos a Lenin.

–13. Cf. Gilbert Badia, Los espartakistas, Ed. Mateu.

–14. Cf. León Trotsky, La Internacional Comunista después de Lenin, Ed. Akal, pág. 364.

Apuntes de la charla “El sentido de la libertad” de Amelia Valcárcel

Amelia Valcárcel se sitúa dentro de la corriente de la igualdad, trabajando el feminismo dentro de la historia política. La charla tiene como tema “cronología del feminismo y su agenda pendiente en el s. XXI”.

Un pequeño recorrido cronológico por el feminismo.

El feminismo comienza con el cambio de paradigma. En la Edad Media teníamos un paradigma piramidal, en la modernidad cambia a un paradigma horizontal, donde todos somos iguales. Si rompemos las ideas políticas, también rompemos la relación establecida entre el hombre y la mujer. Si todos somos iguales, la mujer no debería seguir estando sometida, no tener derechos civiles, no tener voto, etc.


¿Cómo cambiamos el paradigma político pero mantenemos el social respecto a las mujeres? Los seres humanos somos una especie realmente ingeniosa, si necesitamos una excusa, una justificación, la encontraremos. Recurrimos a la Iglesia, a la historia de Adán y Eva, que son expulsados del Edén por culpa de la mujer. La maldición de Eva, que se mantiene en todas sus hijas, en las demás mujeres, por eso estamos sometidas a los hombres según la Iglesia.

Pero, en el s. XVIII, la Iglesia ya no tiene tanto poder, ¿cómo seguir legitimando su explicación? Rousseau explica: las mujeres son parte de la naturaleza (el espacio íntimo, la casa, la cocina); los hombres son parte de la cultura (el espacio exterior, el trabajo, los cafés, las tertulias). Así, aunque no lo podamos justificar religiosamente, seguimos manteniendo el mismo paradigma.

¿Cuándo debe explicarse un paradigma? ¿Cuándo debe defenderse? Cuando alguien lo plantea, cuando a alguien no le gusta y se queja y quiere cambiarlo.

Para entender el feminismo haremos un recorrido cronólogico.
El feminismo ha tenido tres grandes etapas, las llamadas “olas” del feminismo. Cada ola tenía una agenda, cada ola del feminismo reivindicaba aspectos distintos.

1. Feminismo ilustrado: 1673 - 1792
Mary Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer.
Su agenda pedía el matrimonio con consentimiento y la educación para las mujeres.

2. Feminismo sufragista: 1848 - 1948
En USA e Inglaterra se empieza a luchar contra la esclavitud. Muchas mujeres están en ese movimiento. En USA las mujeres pueden hablar en público, en Europa no. Cuando vienen a Europa y les dicen que les den sus papeles a los hombres para que los lean, papeles que piden el final de la esclavitud, ellas mismas piensan: ¿y a nosotras qué nos pasa, qué nos hacen los hombres?
Ahí se dan cuenta de que deben reivindicar sus derechos, comienza el movimiento sufragista, pidiendo el voto de la mujer.
La agenda de esta ola del feminismo pide la educación de la mujer para tener independencia (poder ser soltera y mantenerse ella misma), pide los derechos civiles (para no depender del padre, hermano o marido), y comienzan a tener empleo, siendo la mayoría maestras o enfermeras. Reivindican los derechos políticos, civiles y educativos de la mujer.
Las mujeres habían demostrado que eran tan capaces, o más, que los hombres durante la primera guerra mundial, cuando los hombres se fueron al frente a luchar y ellas se quedaron al cargo del país, en las empresas, en los puestos de trabajo. Allí las mujeres se dieron cuenta de que eran tan válidas como los hombres, de que eran iguales que ellos. Además, en 1948 se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la que se dice que el sexo no puede ser motivo de distinción o discriminación.

3. Feminismo actual. De 1948 en adelante.
Simone de Beauvoir, El segundo sexo.
La agenda de este feminismo pide los derechos sexuales y reproductivos. Es algo que la primera ola del feminismo ni siquiera había imaginado y la segunda ni se lo había planteado. Se han cambiado los derechos civiles, políticos, pero no los usos. Los cambios están en los papeles, en las leyes, pero no en la sociedad. Así que empiezan los “conteos”. ¿Dónde están las mujeres, dónde no? Se debe colocar a las mujeres en los puestos de trabajo, en todos, y a las que están, visibilizarlas, igualarlas a los hombres.
Se busca siempre la paridad, no la discriminación positiva.
El feminismo contemporáneo busca la paridad en seis campos: poder político, poder económico-empresarial, los medios de comunicación, el arte-creatividad, el saber-conocimiento y la religión.

Todo esto se nos plantea dentro del movimiento de la globalización, y tenemos un problema: no todos los países están abiertos por la misma página de su historia. No todos los países están tan desarrollados como nosotros. En algunos las mujeres no tienen derecho a voto, en otros se siguen casando con quien les mandan sus padres. Por eso es tan complicado reivindicar la paridad entre hombres y mujeres, si no todos hemos conseguido todavía los mismos logros.

Los problemas actuales son la violencia y el empleo. Y el mayor problema internacional es la trata de mujeres para su prostitución.

La agenda mundial choca en la fractura entre países. Los países chocan en su postura respecto a la mujer, a cómo tratarla, a su posición de poder dentro de alguno de esos seis campos, a la reivindicación de sus derechos políticos, civiles y educativos.
Por eso debemos seguir luchando, por la igualdad entre hombres y mujeres.

¿¿¿Ecofeminismo???

"El feminismo que asume la problemática ecológica"

Entrevista a Alicia Puleo, doctora en filosofía y directora de la Cátedra de Estudios de Genero de la Universidad de Valladolid. Ha escrito numerosos artículos sobre feminismo y es la máxima representante del ecofemisnismo en España. Esta línea de pensamiento, de especial seguimiento en América Latina, propone los objetivos comunes de la lucha por la igualdad de las mujeres y la conservación del medio ambiente, como una mejora de la calidad de vida del conjunto de la sociedad. El respeto como punto de partida para una sociedad más justa.


PREGUNTA: ¿Cuál es la relación entre ecologismo y feminismo? ¿Cuáles son los objetivos comunes?

RESPUESTA: Creo que ambos son pensamiento y praxis que responden a grandes retos del siglo XXI. El ecologismo busca proteger lo poco que va quedando del mundo natural y nos muestra la necesidad de alcanzar una calidad de vida que pueda ser mantenida sin agotar recursos naturales limitados. Plantea cambiar nuestra relación depredadora con respecto a la Naturaleza. El feminismo, hoy, es la demanda de igualdad efectiva, no sólo formal, para las mujeres. Apunta a una asignatura pendiente en el trabajo asalariado y en el doméstico, en el acceso a puestos de decisión, en el reconocimiento del mérito, etc. También quiere la autonomía en la relación con el propio cuerpo y una corrección de los sesgos androcéntricos de la cultura. Tanto el feminismo como el ecologismo se plantean una mejora de la calidad de vida del conjunto de la sociedad, no en el sentido de simple acumulación alienada de más objetos de consumo, sino de desarrollo de las capacidades de las personas. Ambos tienen una visión del mundo menos jerarquizada, con profundos cambios en la vivencia de la cotidianeidad.

P: ¿Cómo se define el ecofeminismo, entonces?


R: Es la corriente del feminismo que asume la problemática ecológica como algo que puede ser abordado de manera pertinente en clave de género, aportando ciertas claves de comprensión de la relación humana con la Naturaleza.

P: En la práctica, ¿en qué se traduce? ¿Cómo podemos aplicarlo en nuestra vida cotidiana?

R: Voy a citar algunos ejemplos que no resumen, por supuesto, todas las dimensiones del ecofeminismo. Uno de sus aspectos es el cuidado de la salud, dar un trato menos agresivo a nuestros cuerpos, promoviendo en la medida de lo posible una alimentación sana, sin pesticidas ni transgénicos. No se trata de una preocupación egoísta, referida sólo a la salud personal o de quienes te son más próximos, sino de pensar también en los otros, humanos y animales, y en la tierra que los cobija. Las productoras ecológicas no utilizan agrotóxicos, con lo que preservan su salud, la del medio y la de los consumidores, el componente feminista les provee de una actitud crítica y reivindicativa sobre las relaciones de poder patriarcales en su pareja, en sus organizaciones sindicales y en la sociedad.

Ser ecofeminista implica, además, en tanto consumidoras, ser conscientes de aquellos aspectos de los estereotipos femeninos que dan lugar a prácticas increiblemente crueles como las de experimentación de cosméticos o las que abastecen la industria peletera. Sólo la falta de información de muchas mujeres sobre la forma en que agonizan millones de animales a los que se arranca su piel puede explicar que la moda siga imponiendo el uso de las pieles.

P: De entre las acciones ecofeministas se suele citar el caso de las mujeres de Chipko que, abrazándose a los árboles de su región, evitaron la tala masiva de esta zona del Himalaya en 1973. ¿Conoce más acciones de este tipo?

R: En 2004, el movimiento de mujeres de Plachimada, también en la India, consiguió que la justicia reconociera a la comunidad el derecho de uso del agua frente al deterioro de las condiciones de acceso a este recurso básico producido por la contaminación y la explotación excesiva de las empresas multinacionales. La misma Vandana Shiva lo cuenta en su libro Manifiesto para una democracia de la Tierra. Debemos recordar también las manifestaciones pacifistas de las feministas inglesas de Greenham Common que lograron cerrar bases de misiles con más de trece años de campamentos y manifestaciones en las que desplegaban redes tejidas simbolizando el entramado de lo orgánico que estaba siendo amenazado por la guerra atómica. O la campaña del barrio obrero de Love Canal, en EEUU, cuando las amas de casa se organizaron contra la contaminación química local que afectaba la salud de sus familias. Existen muchos otros casos de resistencia organizada de las mujeres. Pero generalmente no encuentran eco en las agencias de noticias.

P: Existen varias corrientes dentro del ecofeminismo. ¿Cuáles son las que tenemos que conocer para tener una idea global?


R: En efecto, el ecofeminismo no es uno sino múltiple. Incluso se ha llegado a señalar que hay tantas posiciones como teóricas del ecofeminismo. Esquematizando mucho, se pueden diferenciar dos grandes líneas de pensamiento según su manera de entender la identidad femenina y la relación humana con la Naturaleza: un ecofeminismo clásico de corte más esencialista y espiritualista que considera que las mujeres estarían biológica u ontológicamente más cerca de la Naturaleza; y otro constructivista que enfatiza las condiciones históricas y económicas. Pienso que las distintas formas de ecofeminismo hacen valiosas aportaciones desde sus perspectivas específicas apoyadas en distintos contextos culturales y geográficos, aunque no comparta algunos planteamientos diferencialistas o excesivamente lapidarios con respecto al pensamiento moderno.

Por eso, después de varios años de reflexión sobre feminismo, ecología y ecofeminismos, he elaborado mi propia propuesta que he llamado “ecofeminismo ilustrado”. Es una posición que se orienta hacia la ecojusticia y la sostenibilidad sin renegar de las conquistas de igualdad y autonomía que el feminismo ilustrado ha obtenido o sigue demandando como asignatura pendiente de las democracias modernas. Considero que la sostenibilidad debe ser hermandad con el conjunto de la ciudadanía, con niñas, niños, mujeres y hombres pobres del Sur, responsabilidad con las generaciones futuras y compasión activa con los demás seres vivos con los que compartimos la Tierra.

P: ¿Qué corriente es hoy en día la más popularizada?

R: Es difícil decirlo. En los ambientes académicos predomina el constructivismo. Más allá, hay una mezcla de componentes de distinto origen. Algo que me parece importante es que el ecofeminismo está creciendo entre las productoras del movimiento agroecológico en América Latina.

P: ¿En España tiene fuerza este movimiento? ¿Está organizado?

Todavía no, pero estoy percibiendo en muchas jóvenes un fuerte interés por esta dimensión tan poco conocida del feminismo.

¿Por qué es preferible hablar de “las mujeres” y no de “la mujer” en la actualidad?

Por: Marisa Montero García-Celay

El discurso feminista es un discurso (empeño ético y práctica política) emancipador. El término “la mujer” ha sido utilizado por las distintas corrientes feministas a lo largo de la historia para designar al sujeto histórico de esa emancipación. Sin embargo, dichas corrientes han cargado el término de muy diferentes contenidos o significados. Para poder responder a la primera pregunta planteada en este tema, voy a rastrear algunos de los significados del término “la mujer”, sus presupuestos y connotaciones así como las críticas que ha recibido, a lo largo de la historia del feminismo, desde su nacimiento en tiempos de la Ilustración. Ello me permitirá evaluar, en el apartado de conclusiones, sus ventajas y desventajas para la práctica feminista actual.


Este rastreo histórico se limita, sin embargo, a aquellas corrientes feministas que utilizan el término “la mujer” o sus equivalentes con ciertos tintes esencialistas. Entiendo que el esencialismo es el principal peligro o desventaja de la utilización del citado término y por eso este trabajo se ha centrado fundamentalmente en esta cuestión.
El término “la mujer” en los orígenes históricos del feminismo
No puedo comenzar este recorrido histórico sin expresar mi reconocimiento a las mujeres que redactaron los textos fundacionales del feminismo en nuestra cultura occidental y a las que tanto debemos: las mujeres ilustradas. Ellas son las responsables de haber abierto una puerta que ya no se ha podido cerrar y que ha permitido que muchas mujeres, a partir de entonces, siguieran el camino de la emancipación personal y política.

Cuando Olympe de Gouge en 1791 escribe La Declaración de los Derechos de la mujer y de la Ciudadanía y, un año más tarde, Mary Wollstonecraft publica Vindicación de los derechos de la mujer, tanto una como otra están utilizando el término “mujer” con un carácter universalista, reivindicando, desde una razón ilustrada, el derecho a la ciudadanía y a la educación respectivamente para el 50% de la población, es decir, para todas las mujeres. “La mujer” es para ellas el mismo ciudadano sujeto de los “derechos universales del hombre” que había sido excluida de esos supuestos derechos universales. No se plantean un contenido biologicista o cultural del término. Simplemente se asume su validez política, al mismo nivel que el término “el hombre” para designar al ciudadano.

Hay que recordar que no fue casual que el feminismo naciese en el llamado “Siglo de las Luces”. Sólo en el marco de la Ilustración fue posible el nacimiento del feminismo como “un hijo no deseado de la Ilustración”. Porque fue en esa época cuando se planteó la necesidad de deshacerse de todos los prejuicios adquiridos hasta entonces desde la razón, una razón universal, libre y autónoma como la define el filósofo Kant, hijo ( en este caso deseado) de la Ilustración.

Así se explica cómo Mary Wollstonecraft escriba su Vindicación teniendo como referente polémico a Rousseau (otro hijo querido de la Ilustración), padre del patriarcado moderno, como muy bien argumenta Rosa Cobo en Fundamentos del patriarcado moderno; Jean Jacques Rousseau (1995).

No puedo olvidar el origen de nuestra historia, no para quedarme atrapada en ella, sino para saber cuál ha sido el recorrido ya realizado, cuáles han sido las piedras que se han encontrado en el camino, cuáles han sido superadas y cuáles quedan todavía. Y, sobretodo, qué caminos necesitamos todavía y/o queremos construir.

En la llamada “Primera Ola” del feminismo (estaría de acuerdo con algunas autoras como A. Valcárcel y C. Amorós en llamarla “Segunda Ola” pues la primera sería la del siglo XVIII donde se origina el feminismo, como acabamos de señalar), el movimiento sufragista también tuvo un carácter universalista ya que perseguía el voto para la mujer, independientemente de su clase, raza e identidad sexual. Sin embargo, Sojourner Truth (cuyo nombre se traduce literalmente por “verdad viajera”, Cristina Sánchez 2001:47) esclava liberada, fue la primera negra que puso de relieve y cuestionó la pretendida universalidad del discurso de las mujeres sufragistas.

Ahora bien, según Cristina Sánchez (2001:47), la argumentación para pedir su inclusión no se basaba en que se debía “extender” el derecho a las mujeres negras como colectivo diferente, sino que apelaba a la universalidad del término “mujer”: denuncia a las sufragistas blancas que estaban excluyéndoles a ellas, mujeres negras, y de ahí su pregunta: “¿acaso no soy una mujer?”, reivindicando así sus derechos que no se estaban considerando. Este hecho va a ser el preludio de lo que luego se convertirá en una realidad incuestionable y que se desarrolla en el neofeminismo de finales de los años sesenta y los años setenta del siglo XX.
Feminismo de la “Segunda Ola”
En esta nueva época, se van a desarrollar diferentes feminismos según la ideología política de las feministas. Así tenemos a Betty Friedan, con su Mística de la feminidad (1963) como representante del feminismo liberal; el feminismo radical de la mano de Kate Millet con su Política sexual (1970); y el feminismo freudo-marxista, con Shulamith Firestone y su Dialéctica del sexo (1973).

Del feminismo radical sale el feminismo lesbiano con una problemática y por lo tanto, unas reivindicaciones diferentes de las mujeres heterosexuales. Lo mismo ocurre con el desarrollo del feminismo negro con sus propias y específicas reivindicaciones, por unir, en su análisis, la categoría de raza a la de género. Todos estos feminismos que se van a desarrollar a partir de esta “Segunda Ola” del feminismo, van a poner en cuestión claramente que se pueda hablar de “la mujer”. ¿Se puede hablar, a la luz de los diferentes feminismos que van a seguir proliferando, de una única identidad femenina que pueda hablar o representar a todas las mujeres?

En esta “Segunda Ola” del feminismo surgen propuestas que se refieren a “lo femenino”como algo que van a considerar esencial y específico del ser “mujer”. Y esto sucede porque las feministas, desde sus diversos planteamientos y desde las diferentes ciencias sociales y humanas, analizan por qué la lucha por el voto no había conseguido la igualdad real. Buscan las causas de la opresión de las mujeres desde el análisis de qué significa ser mujer y cuáles son los mecanismos que obstaculizan la emancipación.

Shulamith Firestone en La dialéctica del sexo (1973), asume que la causa de la opresión de las mujeres viene dada por su naturaleza sexual, que las encadena a la reproducción. Pese a ello, el feminismo de S. Firestone no es esencialista en cuanto que hace una propuesta para la superación de la exclusiva función reproductora de las mujeres y así, escapar a su destino biológico.

Es el feminismo cultural, que nace a mediados de los años setenta, y que surge del feminismo radical, el que va a desarrollar una concepción de “mujer” que, en algunos casos, se va a deslizar hacia posturas esencialistas ya que se va a fundamentar en la reivindicación de una cultura propia de las mujeres partiendo de unas supuestas características que les son propias y que las diferencian de los varones.

Nancy Chodorow en su obra El ejercicio de la maternidad (1978), analiza desde el psicoanálisis la estructura familiar: su conclusión es que “las capacidades de las mujeres para el ejercicio maternal y para gratificarse con él están fuertemente internalizadas y reforzadas psicológicamente; se han desarrollado e incorporado progresivamente en la estructura psíquica femenina”(1978:60) N. Chodorow sostiene que ésta incorporación se debe a las mujeres, las cuales han ejercido su maternidad con aquellas capacidades.

Por lo tanto, aunque Chodorow no plantea una esencia natural en las mujeres, sí parece dar razones para justificar la especial capacidad de las mujeres para el ejercicio maternal pues, al incorporarse en las estructuras psíquicas, es muy difícil, si no imposible, evitar su determinación en la personalidad femenina. Además, aunque mantiene que la construcción de la maternidad se va haciendo históricamente, su obra no lo refleja: el análisis que hace es a-histórico.

Analiza como universal lo que es en realidad una forma concreta del ejercicio de la maternidad de la sociedad de su tiempo. No considera los diferentes tipos de familias que coexisten hoy día (familias monoparentales -más bien, habría que denominarlas monomarentales-, familias homosexuales...), ni tampoco la maternidad en otras culturas. Esto hace que su análisis se pueda interpretar como una exaltación de la maternidad como parte constitutiva de toda mujer y por lo tanto esencial, fomentando sin querer, estereotipos que refuerzan posturas esencialistas.

La necesidad de reconocer la maternidad como una elección posible, entre otras muchas, es fundamental para que la igualdad no sea una ficción. No podemos olvidar que la maternidad ha sido siempre una de las características que ha pertenecido al modelo de feminidad heterodesignado por los varones y, por lo tanto, uno de los pilares donde se asienta el patriarcado moderno.

Rousseau en su obra Emilio o De la Educación (1762) puso las bases teóricas apelando a la naturaleza de las mujeres para justificar su dedicación al cuidado de los hij@s y propuso educarlas para que esta tarea fuese “elegida por ellas”, ocupación que antes no tenían, y, un siglo después, todas las mujeres se encargaban en exclusiva de esa tarea y la vivían como “instinto maternal”. Y así hasta nuestros días. Deconstruir la maternidad tal y como se vive en nuestras sociedades es una tarea todavía por hacer. Por eso Chodorow parece más bien apuntalar ese modelo propuesto por Rousseau en vez de deconstruirlo.

Otra autora, Carol Gilligan, publica en 1982 La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino. En este ensayo reivindica, recogiendo las conclusiones de N. Chodorow, la “ética del cuidado” como característica de las mujeres, precisamente por la disposición de éstas a la maternidad.

Sin dejar de reconocer que la ética del cuidado pone de relieve la importancia moral de las prácticas asistenciales, la atención a otras personas en lo que tienen de únicas, y en lo que suponen para el mantenimiento del tejido social de las relaciones personales, no deja de tener un cierto tono esencialista: según Marilyn Friedman (2001:226), C. Gilligan oscila, al tratar las relaciones, entre las orientaciones dirigidas al cuidado (propia de mujeres) y las dirigidas a la justicia (propia de hombres); a veces las plantea como excluyentes y, otras veces, presenta estas orientaciones incompletas cada una de ellas y teniendo que unirse para dar como resultado una moral más adecuada y comprehensiva.

Las mujeres, según Gilligan, desarrollan, en cualquier caso, una ética del cuidado. Al hilo de esta idea nos podríamos preguntar: ¿es una mera descripción de lo que pasa? o ¿es así porque tiene que ser así?; ¿es una moral descriptiva, o prescriptiva? Si es prescriptiva, entonces no ha escapado a un esencialismo al afirmar que la ética del cuidado nace de unas características propias de las mujeres. Por el contrario, si sólo es una descripción de lo que se da en nuestra realidad, habría que hacer hincapié en la idea de que el desarrollo de una ética del cuidado es una necesidad personal, social y política que atañe a todas las personas (tanto mujeres como hombres), involucrando también a las diferentes instituciones del Estado para su completa realización.
Feminismo Postmoderno
Aunque no están claramente delimitadas las características de la “postmodernidad”, es cierto que hay algunas que podrían servir para justificar esta denominación. Jane Flax caracteriza la postmodernidad como la adhesión a las ideas de la muerte del Hombre, de la Historia y de la Metafísica (Jane Flax en Seyla Benhabib 1994:244) Estas ideas han tenido buena acogida desde algunos feminismos.

Con respecto a “la muerte del Hombre”, algunas feministas apoyan esta idea considerando al Hombre como sujeto-varón soberano de la razón teórica y práctica y, por lo tanto, nada neutro ni universal, como pretendía el patriarcado ilustrado (Rousseau, Kant...). Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿ese sujeto racional, de carácter universalista, posibilitó la denuncia de su incongruencia al señalar la exclusión de la mitad de la población, las mujeres? Por otro lado, ahora que las mujeres empezamos a tener identidad como sujetos, la postmodernidad anuncia la muerte del mismo: ¡vaya por dios! Por lo menos habría que considerarlo con cierta cautela, no vaya a ser un nuevo mecanismo del patriarcado, o utilizado por él, para dejarnos fuera de juego.

“La muerte de la Historia”, como crítica a una historia particular de hombres blancos occidentales heterosexuales presentada, sin embargo, como “la Historia”, puede ser asumida por el movimiento feminista, porque visibiliza el abuso de poder de los varones con estas características que se han erigido como únicos protagonistas de la Historia, excluyendo al resto (no sólo a las mujeres, sino también al resto de culturas del mundo). Pero la muerte de esa historia como la Historia, no significa que no pueda haber una Historia hecha por diferentes sujetos que vayan construyendo su historia e incorporándose, por eso mismo, a la Historia. De hecho, las mujeres hemos empezado a tener historia y a conocerla, aunque todavía no esté incorporada (aprovecho para decirlo) en los textos oficiales del sistema educativo. Ni se nombra.

Al pensamiento postmoderno van a adherirse feminismos diferentes: por un lado el feminismo de la diferencia sexual, que va devenir en una concepción de la mujer de corte esencialista, y, por otro lado, feministas que asumen los postulados de la postmodernidad, como Judith Butler, que se sitúan en el polo opuesto; no hay identidad alguna de “mujer”, ni género, ni sexo, que identifique a lo supuestamente “femenino”; tanto el género como lo biológico-sexual, es construido.

El feminismo de la diferencia define a las mujeres como sujetos con una esencia que las diferencia de los varones, por eso se podría hablar desde este feminismo de ser “mujer”.

Los supuestos teóricos de esta corriente han sido formulados por Luce Irigaray (máxima representante de este feminismo en Francia) a lo largo de toda su obra y los sintetiza claramente Luisa Posada (2000). Estos postulados son los siguientes:
• “Que la naturaleza humana es dos (masculina y femenina)
• Que dos, por tanto, deben ser la cultura y el orden simbólico del ser humano
• Que sólo desde esta diferencia es posible hablar de una sociedad completa
• Y que, además, este orden dual no es algo cultural, construido ni meramente biológico, sino que responde al orden mismo de la realidad” (2000:233)
Este esencialismo tiene una de sus máximas expresiones en el llamado “orden simbólico de la madre”, denominado así por Luisa Muraro, representante de este feminismo en Italia, en la obra que lleva ese título: El orden simbólico de la madre. Según esta autora, este “orden simbólico” tiene un carácter ontológico, es decir, es una realidad esencial. De ahí que este feminismo exalte la maternidad como un hecho constitutivo y constituyente del ser “mujer”.

Pero si la maternidad se mueve en el terreno del ser, de lo que tiene entidad, eso supone que forma parte esencial del hecho de ser mujer, y, si lo esencial es que pertenece a la naturaleza propia que caracteriza a toda mujer, nos encontramos con un argumento clásico que proviene del discurso patriarcal y que ha justificado su dinámica. Este planteamiento olvida el contexto social, como por ejemplo que las mujeres concretas de nuestra cultura siguen teniendo poco poder económico y que el acceso al trabajo remunerado está lleno de dificultades. ¿No son razones importantes a tener en cuenta para entender que la maternidad sigue siendo la única ocupación/función que el sistema económico y el poder patriarcal “permite” y obliga, según el caso, a ejercer a las mujeres? ¿No habría que ser más cautelosas para no estar fomentando algo que a lo mejor está beneficiando al poder patriarcal?

A pesar de todo lo dicho, no puedo dejar de reconocer que en la práctica de este feminismo se fomenta la “sororidad” la cual, a través del “affidamento”, restituye la autoridad de las mujeres y genera redes comunitarias de mujeres para sostenerse, valorarse y encargarse unas de otras. Se entiende que haya tenido éxito entre las mujeres. Recobrar la autoestima es una necesidad psicológica y social de primer orden, y una motivación ético-social nada irrelevante. Pero hay que insistir, en palabras de Mª José Guerra (2001:122): “El problema de los enfoques diferencialistas es que no son suficientemente críticos, esto es, fracasan al no darse cuenta que promover las virtudes femeninas clásicas en un contexto patriarcal es apretar el nudo de la cuerda que nos ahorca”.

Por último, algunas concepciones de “la diferencia” aplicadas a “la mujer” reivindican que las mujeres no quieren ser como los hombres, sino que reclaman ser diferentes o afirman que lo son. Pero esto supone un error de conceptos, pues se está utilizando “diferencia” como antónimo de igualdad, cuando el antónimo de igualdad es desigualdad; y el antónimo de la diferencia es identidad. Precisamente porque queremos ser diferentes (también las mujeres entre nosotras), debemos exigir la igualdad de oportunidades reales para poder desarrollar las diferencias. De ahí que la práctica socio-política sea una exigencia ética ineludible en un contexto que sigue siendo patriarcal.

De la reflexión anterior concluyo que las dos corrientes feministas de “la igualdad” y de “la diferencia” no tienen por qué ser antagónicas: valorar las tareas que realizan normalmente las mujeres es ineludible, pero siempre que sean verdaderamente elegidas por ellas. Y, para que puedan ser realmente elegidas, hay que conseguir la igualdad de derechos para que cada una pueda ser lo que quiera ser entre un abanico amplio de posibilidades reales.

Al otro lado del péndulo de feministas postmodernas estaría la propuesta hecha por Judith Butler en los años noventa: no hay identidad femenina, cada una que construya la identidad que desee, sin tener ningún a priori, lo que C. Amorós llama “un sano nominalismo constructivista” (1994:348). No existe ni el sexo, ni el género más allá de cómo se vaya construyendo en cada una. Claramente es una propuesta antiesencialista. Ahora bien, según J. Butler, las diferentes re-significaciones de la identidad femenina pueden ser incluso antifeministas, valen todas. El problema viene cuando todas las re-significaciones tienen el mismo valor y así la crítica feminista como poder emancipatorio para todas las mujeres se desactiva. Divide y vencerás. Un lujo que, hoy por hoy, las mujeres no están en condiciones de permitirse.

Otro tipo de esencialismo, que viene de la mano del multiculturalismo, es el que denuncia Maquieira y recoge Silvina Álvarez (2001:268-271) como “culturalismo sexista o sexismo cultural” (2001:269). Al estudiar diferentes culturas, huyendo de una postura etnocentrista se puede caer en un relativismo cultural que, en aras del respeto, invisibiliza las relaciones de dominación que se esconden en las prácticas sociales.

Toda cultura forma parte de la identidad de cada persona que la vive y las mujeres siempre han sido las garantes de las tradiciones culturales y eso supone, en muchas ocasiones, un modelo determinado de mujer heterodesignado si se trata de una cultura patriarcal. Desde una perspectiva feminista, el respeto a las culturas no puede ser a costa de dejar de aplicar la categoría de género como una clave analítica necesaria a la hora de estudiarlas o conocerlas. Dejar hablar a las mujeres de las diferentes culturas y entablar un diálogo con ellas sin que medie ningún varón, es un paso necesario para desactivar el patriarcado que, a buen seguro, existe en todas ellas.
Conclusiones
A lo largo de la historia del feminismo se ha podido comprobar que, en la medida en que las mujeres han recibido educación y audiencia en el ámbito público, se han escuchado diferentes voces con distintas reivindicaciones por las diferentes maneras de percibirse o de vivirse las mujeres. Por eso, hoy por hoy, no se puede hablar de “la mujer” como sujeto del discurso feminista si esto implica caer en modelos de lo que se supone debe ser “la mujer”, imponiéndose a las mujeres individuales y reales. Esto, como se ha visto a lo largo del recorrido que he hecho, es una clara desventaja para las mujeres, pues una de las estrategias del patriarcado ha sido precisamente heterodefinir el modelo – según cultura y contexto histórico – al que debían ajustarse las mujeres para ser consideradas “mujer” y convertirlo en norma impuesta por los diferentes mecanismos de control sobre las mujeres que el patriarcado ha tenido y sigue teniendo.

Por otro lado, la postmodernidad, con la rotunda negación de valores universales,- pues no reconoce ninguna constante, ni en la razón, ni en la historia, ni en la construcción del sujeto- ha servido como crítica lúcida del androcentrismo de la razón ilustrada. Ha sido también una crítica lúcida a las identidades artificialmente fabricadas desde el patriarcado. Pero le ha faltado reflexionar sobre las consecuencias teóricas y prácticas de su pensamiento como dice Silvina Álvarez (2001:268) Si no se puede hablar de género, sino de multiplicidad de géneros; si no se puede hablar de historia, sino de una pluralidad de narrativas; si no hay una realidad aprensible, sino que la realidad está contextualizada y por lo tanto es plural, entonces no hay forma de hacer una teoría crítica común que pueda desenmascarar las situaciones de opresión, dominación o subordinación que sufren las mujeres y que pueda orientar las prácticas políticas feministas.

Por eso no se puede renunciar a la universalidad, eso sí, una universalidad real que englobe a todas y a todos sin que ningún modelo de ser humano usurpe a otros su posibilidad de desarrollo. Tampoco podemos dejar de utilizar la categoría de género como categoría analítica que sirve para desentrañar las múltiples, variadas y sutiles formas de dominación de los varones sobre las mujeres, sin renunciar por ello a utilizar otras categorías como clase, raza, etnia que puedan desenmascarar otras desigualdades.

El proyecto ético feminista es el proyecto más ambicioso que se haya podido construir en toda la historia de la humanidad porque va a combatir una desigualdad, la de género, que es origen de todas las demás desigualdades. Porque conseguir la igualdad, el mismo empoderamiento para todas las mujeres, desactivaría todas las demás desigualdades que existen.

Las mujeres sufren junto a los varones todas las discriminaciones que se dan en la humanidad, pero hay una discriminación que sólo sufren las mujeres, la que les afecta por el simple y puro hecho de nacer “mujer”. Por eso la ética feminista es una ética radical, porque va a la raíz de todas las desigualdades, está en la base de todas las demás, nacemos en ella, la aprehendemos como “natural” y sirve para “naturalizar” las demás. Además la ética feminista hay que entenderla como entendían los clásicos griegos: no hay ética sin política. El ser humano-racional no se desarrolla como tal sino es en un contexto social. Tanto es así que Aristóteles definía a los seres humanos (sólo eran considerados como tales los varones, todo hay que decirlo) como seres políticos.

Pensar y crear un discurso emancipatorio para todas las mujeres es no renunciar a seguir visibilizando y enfocando los lados oscuros de la realidad que oprime a las mujeres para, una vez visibilizados, crear prácticas sociales y políticas que se incluyan en las agendas de los gobiernos, de manera que se puedan emancipar todas las mujeres. Para ello, como propone Diemut Bubeck (2001:201-221), frente a los modelos de enfrentamiento o antagónicos entre diferentes teorías y prácticas feministas, hay que utilizar modelos dialógicos que reconozcan las diferencias, tanto teórica como políticamente, siempre que jueguen a desactivar desigualdades y discriminaciones contra las mujeres.

Para no caer en antagonismos que dividan y autodestruyan, no podemos renunciar a hacer un esfuerzo por establecer un compromiso ético y político con lo que denomina “diálogo cooperativo”. Esta autora, D. Bubeck, piensa que este diálogo cooperativo (evitando la exclusión) proporciona la única base posible para una teoría feminista común.

El feminismo ha radicalizado la idea de igualdad, le ha exigido a la universalidad que sea tal y no un sucedáneo, y desde las diferentes corrientes feministas han criticado un aspecto u otro, haciendo hincapié en un ámbito u otro donde se manifiesta el patriarcado. No tienen por qué ser excluyentes. Se tiene que hacer un esfuerzo de entendimiento, llegando a pactos entre mujeres de diferentes culturas e ideologías que nos lleven a aunar esfuerzos para lograr la igualdad en dignidad y en derechos positivos y reales que permitan desarrollar y expresar las diferencias.

En este sentido, cabe señalar a algunas autoras de los últimos tiempos que abogan también por una crítica feminista válida para todas las mujeres: Benhabib y Fraser. Lo que tienen en común estas autoras es resumido por Neus Campillo en su artículo “El significado de la crítica en el feminismo contemporáneo” (2000). “El punto de arranque de ambas autoras es el interés y la identificación de los anhelos y lucha de las mujeres en tanto que dominadas histórica, social y culturalmente” (316).

Benhabib propone desvelar el hecho de la dominación sobre las mujeres por las categorías género-sexo. Fraser, desde la tradición marxista, propone la autoclarificación de la dominación desde la implicación política y toma de postura con los movimientos en lucha. Mientras Fraser, según Neus Campillo, aboga por la crítica al nivel político-práctico, Benhabib se sitúa en un nivel ético y no renuncia al instrumento de la reflexión filosófica para la crítica política feminista.

Lo que muestra el debate es la pluralidad de puntos de vista feministas críticos en la actualidad y que, aunque se presentan a veces como antitéticos, pueden llegar a confluir comprobando que, las más de las veces, son “falsas antítesis” (300). Neus Campillo también aboga por buscar confluencias como Fraser para ver si es posible que se configure la crítica como lo que denomina una “crítica feminista autónoma” (317).

Para terminar, si decir “mujer” es hablar de un sujeto oprimido, en el mejor de los casos subordinado por razón de unas características biológicas diferenciadas de forma significativa por todas las culturas patriarcales, entonces no es posible, hoy por hoy, tal y como están todavía las cosas, renunciar a nombrarla como sujeto del discurso feminista. Ahora bien, dados los riesgos esencialistas y uniformadores que hemos ido viendo tiene ese término, no parece el más adecuado para denominar a ese sujeto colectivo. Por el contrario, el plural “las mujeres” refleja mucho mejor la variedad y multiplicidad de dicho sujeto colectivo, que todavía hay muchos y muchas que no se han enterado. En nuestro contexto actual, el plural se revela imprescindible.

Marisa Montero García-Celay
BIBLIOGRAFÍA

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