miércoles, marzo 31, 2010

Relaciones sociales de sexo y división del trabajo: Contribución a la discusión sobre el concepto trabajo

Por: Hirata, Elena - Sociologa, investigadora del CNRS (Centro Nacional de Investigaciones Científicas/Francia) / Fuente: Herramienta
Esta contribución a la reflexión sobre la crisis del trabajo se sitúa en el marco de un intento de reconceptualización de la misma noción de trabajo[1] a partir de la introducción, en el centro del análisis, de la dimensión “genero” o “sexo social” y de la dimensión “Norte-Sur” o “división internacional del trabajo”. La relación Norte-Sur, considerada generalmente por los especialistas de la economía o de la sociología del desarrollo en términos de jerarquización, de dominación o de super-explotación del Sur por el Norte, esta aquí repensada no en términos del actual debate actual sobre la globalización financiera, sino en términos del imperialismo masculino presente en conceptos como los de “especialización flexible” o “los nuevos paradigmas productivos”. Esos conceptos aparentemente neutros, ligados a las tesis de emergencia de nuevos sistemas de producción, remiten en realidad esencialmente al trabajador de sexo masculino de los países del Norte.

Este texto que cuestiona la pertinencia de ese marco particular de referencias para la elaboración de herramientas conceptuales de alcance universal, presenta primeramente puntos de método concernientes al interés de la utilización de ciertas categorías transversales en el análisis de la división sexual del trabajo. En segundo término, sintetiza los resultados de una investigación comparativa internacional sobre la división sexual e internacional del trabajo. Finalmente, son propuestas ciertas hipótesis teóricas concernientes a las formas de periodización de la división del trabajo entre los sexos.[2]
División sexual del trabajo: puntos de método
En los análisis sobre las relaciones sociales de los sexos, comprendidas como relaciones desiguales, jerarquizadas, asimétricas o antagónicas de explotación y de opresión entre dos categorías de sexos socialmente construidas, la preeminencia de uno de los componentes de estas relaciones -sea el componente opresión/dominación de sexo, sea el componente (super)-explotación económica- ha constituido una de las grandes diferencias que dividen el campo de las investigaciones y de los movimientos feministas, tanto en el Norte como en el Sur.



Relaciones de clase o relaciones de sexo, antagonismos de clases o antagonismo de sexo, todo era como si la importancia dada a una de esas relaciones implicaba dejar la otra en un plano secundario. Es Daniel Kergoat quien conceptualizó esas dos relaciones sociales en términos de “co-extensividad” (1978, 1982, 1984), es decir en términos de superposiciones parciales entre uno y otro. Es de hecho una “negativa a jerarquizar esas relaciones sociales (...) Una relación social no puede ser un poco mas viva que otra, o es o no es” (1984-210).

Si partimos de esta idea de co-extensividad, la explotación en el trabajo asalariado y la opresión de sexo son indisociables, las esferas de la explotación económica -o de las relaciones de clases- son simultáneamente aquellas donde se ejerce el poder machista sobre las mujeres.[3]

La preeminencia de lo económico, que hacía de la fuerza del trabajo un concepto clave en el análisis marxista clásico de las relaciones de dominación, cede lugar -con la tesis de la “co-extensividad” de las relaciones de clases y de sexos- al concepto de sujeto sexuado (cf. D. Kergoat,1988) insertado en una red de relaciones inter-subjetivas. Este pasaje de la primacía de lo económico y de las relaciones de explotación a la afirmación de un vínculo indisociable entre opresión sexual (y de clase) y explotación económica (y de sexo), es lo que permite, en mi opinión, re-conceptualizar el trabajo, dinamisarlo a partir de la introducción de una subjetividad activa, al mismo tiempo “sexuada” y “clasista” según la expresión de Daniel Kergoat.

Este pleno reconocimiento del lugar del individuo(a) y de la subjetividad en el trabajo es una precondición que permite captar los movimientos y las relaciones de pasión en las relaciones de trabajo[4]; trabajar sobre los modos del pasaje del hacer al de ser; distinguir, en definitiva, las modalidades sexuadas de relación con el espacio, con el tiempo y con la sociabilidad.

Actualmente, el campo de las investigaciones sobre “género” o sobre las “relaciones sociales de sexos” en las que intervienen las ideas que acabo de presentar está en pleno crecimiento, lo que no significa que gocen de un real derecho de ciudadanía en la comunidad de los científicos. Las categorías de sexo aparecen y desaparecen en las formas de conceptualizar, por ejemplo, trabajo y producción, a pesar del peso creciente de las investigaciones sobre las relaciones sociales de los sexos y la división sexual del trabajo en las ciencias sociales.

Desde un punto de vista metodológico, una doble actitud me parece actualmente fecunda en el avance de la reflexión referida a este campo de investigaciones. La primera consiste en tomar en consideración los enfoques masculinos sobre las relaciones sociales de los sexos y de la división del trabajo entre los hombres y las mujeres; la segunda concierne a la utilización en el análisis del trabajo de ciertas herramientas conceptuales (como por ejemplo: la creatividad o la sublimación) que normalmente no fueron utilizados hasta ahora en las investigaciones en sociología del trabajo y de las relaciones de sexos. Estas dos actitudes pueden estar unidas y constituir una postura única hacia la mixtura (en la investigación y entre las disciplinas). Trato de explicitar a continuación lo que vengo de enunciar.
La cuestión de la igualdad entre los sexos en relación o no con la ética (justicia-injusticia) fue tratada fundamentalmente por las investigadoras feministas (cf. por ejemplo, en filosofía, M. Le Doeuff ,1989, 1994; F. Collin, 1992; G. Fraisse 1989,1993 y 1991; M. L. Boccia,1990).[5]

Si bien esa cuestión y más en general, el enfoque epistemológico que introduce la diferencia hombres/mujeres en la construcción teórica, aún continúan siendo fundamentalmente trabajadas por investigadoras feministas, más recientemente ha interpelado a investigadores hombres en su relación con los modos de construcción teórica o con sus disciplinas respectivas.

En efecto, pienso que cada vez que los investigadores hombres hacen un esfuerzo por integrar las relaciones sociales de sexo en sus reflexiones, a partir del reconocimiento de la pertinencia de un movimiento social -el movimiento feminista- y del interés epistemológico que representa esa “entrada” en la renovación de su marco conceptual, ese enfoque masculino puede ser heuristico para la reflexión sobre la división sexual del trabajo, aportando un “punto de vista” a partir de su lugar en el campo de las prácticas del saber, dando otra iluminación a los conceptos elaborados por las investigadoras mujeres.

Estos investigadores[6] reaccionando a las interpelaciones provenientes del campo de estudios sobre las relaciones sociales de los sexos, a su vez lo interpelan -y nos interpelan-.

Llego ahora a la explicación de la segunda actitud antes mencionada, referida a la apertura de ciertas herramientas conceptuales exógenas al campo tradicional de la sociología del trabajo. Para indicar el interés de este enfoque, tomo como ejemplo tres conceptos que no están habitualmente asociados a la categoría “trabajo” y “división sexual del trabajo”, pero que pueden contribuir a las investigaciones en ese campo.

Un primer ejemplo es el del concepto de creatividad. En un artículo reciente sobre el reparto del tiempo de trabajo, Ph. Zarifian piensa la nueva productividad como directamente asociada a la creatividad: “la fuente esencial de esta (nueva) productividad reside, en último análisis en la organización de la creatividad” (Ph. Zarifian, 1994a). Pero ese tipo de productividad no puede ser sino masculina, pues los puestos ocupados masivamente por las mujeres no son aquellos propicios a la creatividad. De igual forma, la autonomía y la iniciativa, consideradas esenciales para la puesta en marcha de modelos de especialización flexible alternativos al modelo taylor-fordista, no son características de los puestos de trabajo femenino.
La relación así postulada entre creatividad y productividad, puede dar una nueva iluminación a la reflexión sobre la división sexual del trabajo. Podemos decir que la creatividad está, de manera general, asociada al sexo masculino, así como lo doméstico lo está al sexo femenino: el monopolio del poder político y del poder creativo por el mismo sexo podría también estar considerado como el fundamento de la permanencia de la división sexual del trabajo (H. Le Doaré, 1994).[7]

Un segundo ejemplo es el del concepto de sublimación. En efecto, la reflexión sobre el status diferencial de las mujeres y de los hombres frente a la sublimación -o sobre “la desigualdad socialmente construída en lo referente a los beneficios simbólicos de la sublimación” según C. Dejours (1993: pág. 252)- puede también aportar otra luz al análisis de la división sexual del trabajo. La sublimación es sexuada, como el trabajo es sexuado: ahora bien, aunque la sublimación y el trabajo como actividad social suelen ser amalgamados por el psicoanálisis, el abordaje desde la psicodinámica del trabajo

[8] -convergente con ella por las categorías de sexo- indica que no todo trabajo es necesariamente sublimatorio (es el caso del trabajo doméstico). Si la para las mujeres la sublimación es posible, ello depende de la clase social, de la relación con el oficio, del tipo de actividad: en todo caso, la sublimación no se conjuga en femenino como en masculino. Las dos condiciones requeridas para un proceso sublimatorio “el compromiso con una tarea de concepción y la pertenencia a un colectivo, o mejor a una comunidad de pertenencia” (C. Dejours t. 11, 1988: págs. 168 y sgts.) no son fácilmente reunibles en lo que concierne a las mujeres. Queda mucho por hacer en el análisis de la construcción social de las desigualdades frente a la sublimación, y de sus repercusiones sobre la actividad sexual del trabajo y sobre la relación del trabajo.

Un último ejemplo concierne al par masculinidad/femineidad. La contribución de la psicodinámica del trabajo (C. Dejours, 1987, 1988, 1993; M P. Guiho-Bailly, 1993) y de la filosofía (por ejemplo, F. Collin, 1992) indican el interés de utilizar esas categorías (virilidad y femineidad, la bisexualidad psíquica) para pensar el trabajo y la gestión sexuada del trabajo. En una investigación sobre los obreros de la industria del vidrio, hemos podido considerar las identidades sexuales y las representaciones sociales de la virilidad y de la femineidad en la gestión de la mano de obra. El estudio de la actividad del trabajo según el sexo y el par masculinidad-virilidad y femineidad muestra el poder de los estereotipos sexuales (la virilidad asociada al trabajo pesado, duro, sucio, insalubre y a veces peligroso, que requiere coraje y determinación; la femineidad asociada al trabajo liviano, fácil, limpio que exige paciencia y minuciosidad) en la organización del trabajo según los sexos. La duda sistemática sobre la virilidad de los hombres que trabajan en el sector llamado “frío” de esta rama, no contribuye a facilitar las experiencias de cambio en la organización del trabajo. Ese tipo de análisis puede revelarse muy rico, como lo atestigua la obra sobre los cambios tecnológicos en la imprenta y la relación con el trabajo que se hizo limpio y liviano, y por tanto “femenino”, de los obreros del Libro (cf. C. Cockburn, 1983) o los estudios de D. Kergoat sobre las prácticas y las representaciones obreras en relación con la “virilidad” y la “femineidad” (cf. H. Hirata y D. Kergoat, 1988, pág. 153 y sgts.). Un gran campo de investigaciones se abre a la pregunta: ¿como son expresadas, interpretadas, propuestas, negadas o explotadas en el trabajo la virilidad/femineidad y la bisexualidad psíquica?

Estos tres ejemplos de categorías “éxogenas” muestran que pueden ser utilizadas para pensar el trabajo, a través de la mediación de un concepto transversal por excelencia, el de la igualdad: en efecto, la cuestión de la igualdad o de la diferencia entre los sexos frente a la creación, a la sublimación, a la actividad filosófica, etc., me parece que puede constituir una herramienta que contribuye al avance de la reflexión sobre la división sexual del trabajo.

División internacional del trabajo: las variaciones en el espacio

Las tesis de alcance universal como la de especialización flexible o la de emergencia de un nuevo paradigma productivo alternativo al modelo fordista de producción, son muy cuestionadas a la luz de las investigaciones empíricas que toman en consideración las diferencias Norte-Sur, o las diferencias ligadas al género. El análisis de la división del trabajo entre los sexos en los países muy industrializados (cf. por ejemplo, D. Kergoat, 1992), así como la comparación internacional de la división sexual del trabajo, muestran que esos modelos teóricos parten de cierto arquetipo de trabajador: calificado, polivalente, listo a integrarse a la lógica de “el actuar comunicacional”. El obrero industrial macho de los países industrializados se mantiene pues como figura emblemática de ese nuevo paradigma de producción. Ahora bien, la idea de la “muerte del fordismo” inscripta en la afirmación de la emergencia de tal paradigma es fuertemente cuestionada cuando se hace intervenir la división sexual y la división internacional del trabajo. La especialización flexible o la organización del trabajo en islas o modelos no se realizan de manera indistinta según se trate de ramas de mano de obra masculina o femenina, de países altamente industrializados o de países llamados “subdesarrollados”.

Abordo aquí la cuestión de los cambios en la configuración de la división sexual del trabajo según se trate del Norte o del Sur a partir de las comparaciones efectuadas entre Brasil por un lado y Japón y Francia por otro, y al mismo tiempo las permanencias y las similitudes de la división del trabajo entre los sexos en esos tres países.

Una serie de investigaciones comparativas internacionales sobre la tecnología, la organización del trabajo y las políticas de gestión de la mano de obra en las filiales y en las casas matrices de firmas multinacionales en los tres países (Brasil, Francia y Japón) me ha llevado a constatar una extrema variabilidad en la organización y la gestión de la mano de obra según los sexos y según los países.
En lo que concierne a la organización del trabajo, la primera conclusión que se impone es que en los establecimientos de los tres países, el personal afectado era masculino o femenino según el tipo de máquinas, el tipo de trabajo y la organización del trabajo. El trabajo manual y repetitivo era atribuido a las mujeres, el que requería conocimientos técnicos a los hombres. Otra línea en común: en los establecimientos de los tres países los empleadores reconocen voluntariamente cualidades propias a la mano de obra femenina, pero no hay un reconocimiento de esas cualidades en cuanto a las calificaciones. Más allá de esta división del trabajo y de las calificaciones,siempre presentes entre hombres y mujeres, existen diferencias muy significativas en la organización del trabajo.

Los movimientos de taylorización/no-taylorización no siguen el mismo sentido en los países industrializados y en los países “semi-desarrollados” como Brasil. La parcialización del trabajo es también mucho más pronunciada en este último país, también en el caso de la organización del trabajo de las industrias de proceso.
La primera conclusión, en cuanto a la política de gestión de la mano de obra como para la organización del trabajo, es que se trata de políticas diferenciadas según el sexo. Según se trate de madres o de padres de familia, la contratación, la formación profesional y la remuneración son asimétricas. Una vez hecha la elección del sexo de la mano de obra, el trabajo concreto varía mucho según los países. Una de las diferencias consiste en las prácticas discriminatorias. Por ejemplo, las empresas japonesas practican abiertamente dos sistemas de remuneración, según los sexos. Han tratado a veces de trasladarlos hacia sus filiales, infructuosamente dadas las barreras jurídicas (leyes de igualdad profesional) en vigor en cierta cantidad de países occidentales, y en Japón mismo desde 1987. Otro ejemplo es el de la discriminación en relación con el trabajo de mujeres casadas. Mientras que las firmas de Francia no hacen discriminación con las mujeres casadas, adoptan en sus filiales brasileñas prácticas comunmente admitidas por las empresas locales. Por último, podemos evocar el caso de los dormitorios comunes industriales para las mujeres trabajadoras: mientras que siguen existiendo en Japón para la organización del trabajo y más en general para la gestión de la mano de obra femenina joven y soltera, su implantación no fue posible en Brasil, donde las obreras sienten como una “falta de libertad” intolerable esa modalidad de control fuera de las horas de trabajo.

Finalmente, en cuanto a los sistemas de gestión participativa, el estudio de los círculos de control de calidad mostró que había diferencias en el grado de participación según los países (muy elevado en Japón, relativamente débil en Brasil e intermedio en Francia) y según el sexo: las mujeres están menos asociadas a las actividades en grupo y menos solicitadas para dar sugerencias de mejoramiento al plan técnico y sobre todo frecuentemente excluidasdel proceso de toma de decisiones (por ejemplo la asignación de recursos monetarios para la realización de esas actividades).

Este conjunto de conclusiones a las que he llegado sobre variabilidad en el espacio de las modalidades de división sexual del trabajo, ha podido ser enriquecida recientemente por la comparación con las formas de empleo y de división sexual del trabajo en los establecimientos de Japón y de Francia (H. Hirata y P. Zarifian, 1994). Esta comparación mostró que las desigualdades de sexo son más importantes en Francia que en Japón en lo que concierne a la relación con la técnica. Las obreras francesas tienen una relación de exterioridad frente al movimiento de la técnica mas pronunciada que las obreras japonesas. Por el contrario, desde el punto de vista del status del empleo y del contrato de trabajo, la extrema precariedad de las obreras japonesas part time en oposición al “empleo de por vida” de sus homólogos masculinos contrasta mucho con la situación mas igualitaria en cuanto al status del empleo en Francia de los trabajadores hombres y mujeres.

División sexual del trabajo: sincronía y diacronía[9]

Podríamos decir que tanto la variabilidad como la persistencia de la división sexual del trabajo pueden ser encontradas en el tiempo y el espacio, pero que la diacronía es la dimensión privilegiada para apreciar la permanencia, así como la sincronía lo es para apreciar la variabilidad. Las investigaciones sobre las relaciones sociales de sexos y la división sexual del trabajo efectuadas a partir de enfoques históricos, sociológicos o antropológicos han podido mostrar tanto los cambios y las permanencias de la división del trabajo entre hombres y mujeres en el curso de distintos momentos de la historia, como la variabilidad y la persistencia en el trabajo de los hombres y de las mujeres, especialmente a partir de comparaciones entre regiones y países situados de modo diverso en la división regional o internacional del trabajo.

Si se toma en cuenta los resultados de investigaciones empíricas, se puede constatar primero que la división sexual del trabajo parece estar sometida a un peso que desemboca en el desplazamiento de las fronteras entre lo masculino y lo femenino, más que en la supresión de la división sexual en sí. Como dice H. Le Doaré,

las condiciones de trabajo respectivas de hombres y las mujeres cambian según el contexto histórico, cultural, económico, pero no se transforman, mantienen obstinadamente la misma línea divisoria de los espacios masculinos y femeninos (H. Le Doaré, 1994).

Si la división del trabajo profesional entre las tareas pesadas, sucias y penosas atribuidas a los hombres y los trabajos limpios y livianos atribuidos a las mujeres (por lo menos en las representaciones, no siempre en las prácticas sociales) se hizo menos nítidas en países como China o Rusia, la persistencia de la división sexual del trabajo doméstico y familiar es notable.

Una de las constantes en las modalidades de distribución sexual de la actividad profesional concierne a la división que atribuye el trabajo manual y repetitivo principalmente a las mujeres y los que requieren conocimientos técnicos a los hombres. Otra permanencia: los empleadores reconocen sin problemas las cualidades propias de la mano de obra femenina, sin por ello traducir esas cualidades en calificaciones profesionales, a diferencia de lo que pasa con la mano de obra masculina. Esta persistencia de la división sexual se conjuga con una extrema variabilidad en las maneras de hacer trabajar concretadas por las políticas de personal de las empresas. Así, como hemos visto, las formas de utilización de la mano de obra femenina según el estado civil, la edad y la calificación varían considerablemente según los países. Existen también diferencias significativas en las prácticas discriminatorias, que parecen estar directamente relacionadas con la evolución de las relaciones sociales de los sexos en el conjunto de la sociedad en cuestión.

Si constatamos esta diversidad en la puesta en marcha de las políticas de gestión de la mano de obra en las empresas, lo más impactante son las similitudes en la división del trabajo entre hombres y mujeres de regiones y países muy contrastantes por su nivel de desarrollo económico y tecnológico. Se puede constatar oportunidades de desplazamiento, sino de ruptura -por lo menos aparente- en la división sexual: las coyunturas de expansión económica o de crisis, y la introducción de nuevas tecnologías. Sin embargo, la continuidad de las relaciones sociales de sexo parece garantizar la estabilidad de las líneas de distribución más allá de esos cambios coyunturales, permitiendo sobre todo las revisiones o los retrocesos: nada es irreversible cuando se trata de relaciones sociales, de relaciones antagónicas hombre-mujer en las que la división sexual del trabajo es una opción social.[10]
Esa aparente paradoja -lo persistente en la variabilidad- según nuestro parecer, remite a la imbricación en la división sexual del trabajo de relaciones sociales que no se periodizan de la misma forma. Las dimensiones constitutivas del tiempo de las relaciones sociales de sexos (evolución, ruptura y continuidades) no son las mismas que las dimensiones constitutivas del tiempo de las relaciones capital/trabajo. Así, pues, esos dos tiempos no son periodizables de la misma forma. Podemos formular la hipótesis que los cambios en la división sexual del trabajo remiten a las coyunturas económicas y a las relaciones de clase -lo que no quiere decir que las relaciones de fuerza entre los sexos no jueguen un papel- y que las permanencias remiten quizás a las relaciones sociales de sexo, o a una de las dimensiones temporales de esas relaciones.

Permanencia, persistencia, continuidad no quieren decir inmutabilidad: la división sexual del trabajo, como toda construcción social, es histórica y por ello plantea, virtualmente al menos, la cuestión del cambio. Es la idea que evoca la historiadora Michèle Roit-Sarcey cuando afirma que desde la ciudad antigua hasta nuestros días, podemos decir hoy como ayer: la ciudad, son los hombres. Esa similitud entre el pasado y el presente, esa perennidad de la subordinación de las mujeres puede hacer creer en la imposibilidad de su superación (M. Riot-Sarcey, 1993, pág. 73) es decir, puede hacer que se tome la relación de dominación como si fuera un “dato” y una “invarinte”, manera de proceder de los antropólogos criticados por esta autora (cf. también M. Roit-Sarcey, 1994).

A partir de una mirada -especialmente con una perspectiva comparativa- sobre lo que cambia en la división sexual del trabajo, podríamos decir que lo que parece sobre-determinante es el tipo de relaciones de fuerzas entre los hombres y las mujeres en la sociedad, relaciones de fuerzas institucionalizadas o no, pero que son muy a menudo el resultado de amplias luchas sociales, de movimientos sociales, sobre todo de la existencia o no de movimientos feministas y de actividades concientes con vistas a la transformación de las relaciones sociales.




Bibliografía

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* Este trabajo fue publicado en el libro La Crise du Travail. Coordinación: Jacques Bidet y Jacques Texier. Colección: Actuel Marx Confrontation, PUF (Presses Universitaries de France) 1995, Paris
* La traducción de este artículo para la revista Herramienta fue realizada por Silvia Vul.
[1] Esta de-construcción-reconstrucción del concepto de trabajo ha sido uno de los ejes problemáticos que se ha fijado desde su creación el Grupo de Estudios sobre la División Social y Sexual del Trabajo (la GEDISST) del Centro Nacional de la Investigación Científica. La ampliación del concepto de trabajo con la inclusión en el mismo del sexo social y del trabajo doméstico, no profesional, no asalariado y no remunerado tuvo como consecuencia, a nivel teórico y epistemológico, hacer estallar una serie clivajes, como los que hay entre producción y reproducción, salarial y familiar, etc. Tuvo también como consecuencia hacer estallar las categorías sociológicas construidas exclusivamente a partir de la consideración de una población masculina supuesta universal (categorías como las de calificación, clases sociales, pleno empleo, etc.). La problemática de la división sexual del trabajo, elaborado en el marco de este equipo bajo el impulso de Danièle Kergoat, pudo aprovechar para su constitución de un movimiento social de mujeres que en los años 1960 y 1970 cuestionó fuértemente “el androcentrismo de las investigaciones en ciencias sociales” (N. C. Mathieu, 1991; C. Delphy, 1992).
[2] Agradezco a Hélène Le Doaré por la lectura critica de la primera versión de este artículo, que también se benefició con los debates en el transcurso del coloquio sobre “La crisis del trabajo” organizado por Actuel Marx en enero 1994.
[3] Estaríamos tentados de ver el acoso sexual en el trabajo como es el caso paradigmático de ese crecimiento de las relaciones jerárquicas de trabajo y de relaciones de opresión de las mujeres por los hombres.
[4] Para un ensayo original de una ciencia de la gestión a partir de las pasiones y sobre todo para un enfoque de la gestión industrial a partir de la categoría de generosidad (cf. P. Zarifian, 1994).
[5] Cf. igualmente las contribuciones de la obra colectiva editada por M. Riot-Sarcey y otros (1993). Dejamos de lado deliberadamente toda la literatura filosófica clásica, que ha tratado el tema de la igualdad en términos de afirmación de la inferioridad del sexo femenino (cf. las criticas de M. Le Doeuff, 1989 y de F. Duroux (comentados por H. Le Doaré, 1994).
[6] Por ejemplo pensamos, en cuatro disciplinas diferentes de las ciencias sociales, en las contribuciones de Ch. Dejours en psicodinámica del trabajo (1987 y 1988), de J. Rancière en filosofía (1987, 1993), de S. Volkoff en estadísticas (cf. S. Volkoff y A. F. Molinié, 1981; S. Volkoff y M. Gollac, 1993; de P. Zarifian en economía, 1993, 1994). Cf. igualmente, a otro nivel, el de una tentativa de integración de la problemática de la dominación masculina en una construcción sociológica sobre las relaciones de dominación, P. Bourdieu, (1990), y una critica de esa tentativa en H. Le Doaré, (1994). Sobre el interés propiamente epistemológico de la variable sexo, cf. J. Jenny, (1991).
[7] Sobre creatividad y trabajo cf. igualmente C. Dejours (1993), págs. 220-221.
[8] Cf. C. Dejours (1987, 1988), tomo 1 págs. 128-129.
[9] Esta parte retoma y desarrolla un texto presentado, en colaboración con Danièle Kergoat, en el marco del proyecto de red MAGE (Mercado de trabajo y género).
[10] Para un desarrollo de esta idea de la división sexual del trabajo como una apuesta fundamental en las relaciones sociales entre los sexos, cf. D. Kergoat (1992a y 1992b).

* Revista Herramienta Nº 14

Funcionalidad social de la violencia de género...

Autor(es): Broide, Beatriz - Todaro, Susana
Tomado de: Herramienta, debate y crítica Marxista
Las revoluciones científicas y las nuevas teorías que emergieron de ellas no se debieron tanto al hecho de haber encontrado nuevas respuestas para las viejas preguntas sino de haber sido capaces de formular nuevas preguntas para viejos problemas.
Rolando García, El conocimiento en construcción

La violencia de género forma parte del conjunto de las manifestaciones violentas de la sociedad. Pero resulta imprescindible observar cómo interactúan estas distintas manifestaciones, ya que la violencia de género cumple un papel diferenciado y estructuralmente esencial en la reproducción del conjunto.

Del mismo modo, la jerarquía de género constituye una manifestación especial del orden jerárquico de una sociedad, imprescindible para su conservación y reproducción.

Cabe analizar, entonces, la dinámica general de las interacciones necesarias entre lo público y lo privado, la sociedad y la familia para reproducir, de diversas formas y en particular desde la construcción de la subjetividad, ese orden jerárquico violento.

Esto no puede hacerse a partir de una visión meramente estructural. El foco del análisis debe estar en las relaciones entre los elementos del sistema social, considerado como un sistema complejo, y el énfasis debe ponerse en las interacciones y en la mutua determinación entre los distintos subsistemas que lo componen.

A partir de este marco teórico se hace necesario abandonar los callejones sin salida a que conduce el tratamiento parcializado de cada aspecto de la realidad, para encarar un nuevo abordaje, que parta de un conjunto de preguntas básicas e interconectadas. Y comenzar a responderlas, de modo que lleven a desentrañar cómo opera en la sociedad la interacción entre la jerarquía y la violencia de género y un orden social jerárquico, violento e injusto.

Todas las sociedades de las que hay registro presentan características de inequidad e injusticia. Se reparten de modo desigual el poder y los recursos, una situación que genera conflictos y violencia. Como consecuencia, las relaciones entre sus integrantes y su organización deben ser reguladas y sostenidas mediante un sistema formal e institucionalizado que les asegure cohesión y estabilidad. Surge, así, la necesidad de una sistematización y de la imposición ‑coactiva y persuasiva‑ de un determinado sistema de valores que resulte funcional y operativo.



Instituciones, legitimidad, consenso, a la vez presuponen, exigen y generan una "legalidad", un Derecho, que se presenta como un sistema de control político, expresado a través de instrumentos, mecanismos y acciones (ecuánimes o no) que se corresponden con las características y necesidades estructurales del sistema. Se trata de un Derecho creado para conservar el monopolio sostenido y legalizado de la violencia, que es así institucionalizada, oficializada y organizada.

De este modo el Estado y las instituciones accionan simultáneamente a través de la coacción y del consenso, de la violencia y de la ideología, para asegurar del mejor modo posible la conservación de los privilegios y el funcionamiento de la sociedad. Por tanto, para su mayor eficacia, el Estado debe encubrir y disimular su naturaleza, presentándose como neutral.

La violencia necesaria para mantener un sistema social injusto ‑solapada e invisible, o abierta y descarada‑ debe ser complementada por un cierto grado de aceptación o consentimiento de todos sus integrantes. Lucha e integración, violencia y consenso, no son fenómenos separados, sino aspectos diferentes pero estrechamente ligados de un proceso general único y dinámico.

Dentro de la dinámica de este proceso es clave la reproducción del propio sistema, que requiere imprescindiblemente de la producción de personas que se adecúen a él, que acepten como "naturales" sus condiciones. Un trabajo referido al estudio del género en las ciencias sociales de la antropóloga Susana Narotzky ilustra muy bien este punto.

Para la reproducción social, la procreación o producción material de seres humanos no resulta suficiente. Toda sociedad necesita producir personas, seres humanos que ocupan posiciones determinadas en el entramado de relaciones sociales y cuya situación va a enmarcar sus posibilidades de ejercer poder, de acceder a determinados recursos, de reinterpretar ideologías, en definitiva, de elaborar estrategias personales al tiempo que recrean o contribuyen a transformar una estructura social determinada. (Narotzky, pág. 93.)

La familia ‑en cualquiera de las formas que ha adoptado a lo largo de la historia y en las distintas culturas‑ es y ha sido siempre la encargada no solamente de la reproducción biológica, sino también de la reproducción del sistema de valores del orden social establecido. En palabras de István Mészáros.

Los "microcosmos" reproductivos más pequeños deben rendir sin falta su parte en el ejercicio de las funciones metabólicas sociales generales que incluyen no sólo la reproducción biológica de la especie y la transmisión de la propiedad de una generación a la otra de una manera ordenada. No es menos importante en este respecto su papel clave en la reproducción del sistema de valores del orden social establecido que resulta ser ‑y no puede evitar serlo‑ totalmente contrario al principio de la igualdad sustantiva. (Mészáros, págs. 216-217.)

De modo que el tipo de familia dominante en una sociedad autoritaria y jerárquica debe resultar funcional a ésta. La jerarquía de género, y por lo tanto la violencia de género, constituyen, así, una necesidad del sistema social, que las integra en su metabolismo. Volviendo a Mészáros:

La igualdad sustantiva dentro de la familia sería factible sólo si ella pudiese repercutir a todo lo largo de la totalidad del "macrocosmos" social existente [...] Esta es la razón fundamental por la que el tipo de familia dominante debe ser estructurado de manera que resulte ser convenientemente autoritaria y jerárquica. (Ídem, pág. 218.)

La presencia de relaciones jerárquicas de género dentro de la estructura familiar ‑que se encuentran en nuestra cultura y prácticamente en todos los registros históricos existentes‑ funciona entonces, al mismo tiempo, como condicionante ideológico para la construcción y la aceptación de todas las desigualdades.

[…] en lo que respecta a la construcción de diferencias y desigualdades: las diferencias sociales son productos históricos que distintos grupos sociales configuran al relacionarse para acceder a todo aquello que consideran necesario. Y el género, en su diversidad cultural y social, no es sino una de las formas más recurrentes de creación de diferencia, que en su interrelación con otras construye el sistema de desigualdades de una sociedad. (Narotzky, pág. 36.) Y también: […] atender a la construcción del género como uno de los procesos de diferenciación en donde puede (y suele) producirse y reproducirse la desigualdad en las sociedades es, sin lugar a dudas, fundamental. (Ídem, págs. 44-45.)

No pueden simplificarse las relaciones de género reduciéndolas a los aspectos puramente biológicos, presentes en cuerpos de varones y cuerpos de mujeres. Subyace, bajo la clasificación formal "por sexo", una estructura de poder jerárquico que es inherente a las categorías de género, como bien refleja el imaginario de muchas teorías de las ciencias del hombre. En su prólogo al libro de Narotzky, Reina Pastor señala.

El género, por tanto, es una construcción social y cultural sostenida por instituciones (en el más amplio sentido del término). [...] La relación/diferenciación entre los sexos no es, por tanto, un hecho "natural" sino una interacción social construida y remodelada incesantemente. Es también una relación histórica cambiante y dinámica.

En la historia de los sistemas sociales, la estructura de género es y ha sido una estructura de poder: implica una jerarquía, y como tal se sostiene por medio de la violencia. Así como la desigualdad social implica la existencia de violencia social, la desigualdad entre los géneros implica una necesaria violencia de género.

Sin entrar en detalles sobre las variantes más notorias de violencia de género, como la doméstica, la violación en sus distintas formas, los "femicidios", la trata de mujeres, etcétera, creemos importante referirnos a sus manifestaciones más solapadas (y eficientes).

Y el más eficiente de los mecanismos de control social y de reproducción de las desigualdades es la violencia psicológica. Este tipo de coacción aparece como una constante en la vida cotidiana, y reafirma permanentemente la jerarquía y la opresión en todas las formas de dominación. Constituye una poderosa herramienta para lograr la sumisión de todas las categorías sociales subordinadas, de un modo sutil y difuso. En las relaciones de género, la violencia psicológica se ejerce en forma automática, invisible, irreflexiva; característica que optimiza su efecto desvalorizante e intimidatorio.

Tiene un carácter "educativo", ya que prepara para la existencia en un mundo con diferenciaciones jerárquicas, o sea, construye lo "normal" desde la cuna.

El aspecto más importante sobre la familia, como plantea con gran claridad Mészáros, es la perpetuación ‑y concienciación‑ de un sistema de valores profundamente inicuo que no permite que se lo desafíe en

"la determinación de cuál sería el curso de acción considerado aceptable por los individuos, si ellos quieren ser calificados como individuos normales, y no descalificados por su "comportamiento desviado". Por eso, encontramos por todos lados el síndrome del servilismo concienciado, del "yo conozco mi lugar en la sociedad" (Mészáros, pág. 218).

En la relación entre jerarquía y violencia, cabe destacar especialmente el carácter "normal" y "normativo" de la violencia y su necesidad en un mundo jerárquico, no como un mecanismo espurio ni prescindible, sino como inherente y esencial.

La relación entre violencia de género y violencia social no es una relación entre dos entidades distintas sino una articulación específica, un modo particular de inserción recíproca de dos modalidades de una misma práctica social en la cual la especificidad de la articulación y de la inserción es constitutiva de ambas modalidades, que son raíces y fuentes, antagónicas y complementarias, de desigualdades sociales e interpersonales, de grupos y de personas.

Es decir, estas relaciones tienen, en todos los niveles y para todas las unidades participantes, un carácter constitutivo. Una complejidad que se observa en todos los aspectos: desde lo individual hasta la conformación de construcciones colectivas.

De modo que la sociedad se presenta como una red de relaciones jerarquizadas y de procesos de creación y modificación de todas ellas, y la jerarquía diferenciadora es, a la vez, colectiva e individual.

La construcción de la jerarquía de género no puede ser analizada, por tanto, como un fenómeno aislado, sino como parte de una teoría política. Ya sea para dar cuenta de la necesidad de esa construcción, como para una comprensión global del sistema social. Es en el marco de las jerarquías sociales que configuran el sistema donde la estructura de género reaparece siempre como estructura de poder.

Por otra parte, en cualquier sistema social jerárquico se da un juego de interrelaciones dialécticas sumamente complejo, cambiante en el tiempo y que va adaptando mecanismos preexistentes para sostener, con distintas formas de violencia, ese orden jerárquico de la sociedad.

Y existen, además, mecanismos de control para que las instancias de creación de jerarquía se refuercen mutuamente. Estos mecanismos de control también van evolucionando a lo largo de la historia, acompañando los cambios que se dan en los sistemas sociales, y su forma de operar se reformula continuamente, para resultar funcional al orden jerárquico vigente. En particular, la familia también se adapta, para reproducir los valores necesarios al sistema.

Desde el punto de vista antroposociológico, una estructura biológica (sexual-reproductora-protectora) se ha metamorfoseado en una microestructura social permanente y en un microambiente cultural que se autoperpetúan y autorreproducen. La familia está organizada de acuerdo a un determinado principio jerárquico, y bajo el signo de la ambigüedad. Combina la protección, el apoyo, la posesión, la usurpación, la represión; las complementariedades, las contradicciones, los conflictos y los antagonismos entre los miembros. (Kaplan, pág. 137.)

La familia cumple un papel fundamental porque los seres humanos pasan por un extenso período de indefensión, y es durante esa etapa que se van conformando y modelando los primeros elementos de sus personalidades adultas, que se va construyendo la subjetividad de los individuos. Ciertos aspectos de este proceso de condicionamiento encuentran expresión en los rasgos de obediencia y en la capacidad para la identificación con posiciones de subordinación y de superordinación que crean las precondiciones para el funcionamiento eficaz de las instituciones en el control y la movilización de los individuos.

[...] El papel de la familia como estructura de poder en sí, y como modelo primario y nivel y componente del sistema global de poder, es prolongado y reforzado por la educación. (Kaplan, pág. 139)

Y no solamente por la educación formal: otras instituciones son también expresión concreta de estos mecanismos ideológicos. Las iglesias, la cultura, los medios de comunicación, la ciencia, las actividades recreativas, etcétera, moldean las formas organizativas de la vida económica y social. Son todos aspectos que se complementan y que buscan ‑y en medida considerable logran‑ el condicionamiento psicológico, el sometimiento de la razón, la captación de las conciencias; en suma, el consenso para el orden jerárquico. Redefinen a su vez qué violencia es admisible, y preparan el terreno para la aceptación de una violencia abierta hacia los que "se salen de su lugar".

Todos estos mecanismos operan en un interjuego de roles y funciones, en el cual la familia es fundamental por su importancia en la producción de las personas que se integrarán (o no) al orden jerárquico.

La imbricada interdependencia entre ambos órdenes ‑género y sociedad‑, con todas sus implicancias y consecuencias, incide en la configuración de las fuerzas y estructuras socioeconómicas y culturales, en el sistema de poder, en la organización y el funcionamiento del aparato político-institucional, en los mecanismos y procesos de decisión; todo lo cual vuelve a repercutir en la relación y en la dinámica entre estos dos órdenes.

Arribamos así a la existencia de una realimentación dialéctica permanente entre las relaciones de jerarquía/sumisión presentes en el macrocosmos social y su reproducción/gestación en el microcosmos de las relaciones interpersonales, marcadas por la construcción de las diferencias de género.

Nos enfrentamos, entonces, con la imposibilidad de entender los procesos sociales en que está implicada la jerarquía de género sin adoptar un enfoque dialéctico, que debe analizar, también, la conexión entre las categorías simbólicas y la práctica social. Para ese análisis, es necesario "recortar" dentro del sistema social el subsistema reproductivo (producir personas), es decir, la dinámica de la formación de los individuos que integrarán el propio sistema.

Los estudios habituales de género se abocan a un aspecto de este recorte y, aunque muchos de ellos están cuidadosamente documentados, el problema es que la mayoría se realiza con una visión parcial y con un enfoque empirista. Parcial porque omiten tanto la necesaria interdisciplinariedad que requieren los sistemas complejos en su tratamiento, como la interconexión con una teoría general sobre el sistema.

Y por otra parte ese enfoque, con el recorte que le es propio, lleva a un análisis que no va más allá de la constatación empírica de discriminaciones y desigualdades, sin llegar a abarcar la interacción de la estructura de género con el conjunto del sistema de reproducción social, ni la dinámica de la construcción de la jerarquía social en que está inmersa la jerarquía de género.

Un abordaje con estas limitaciones se traduce en acciones orientadas al logro de reivindicaciones formales, plasmadas a través de leyes específicas que intentan "corregir" esas discriminaciones, desigualdades y determinados problemas puntuales.

A su vez, las reivindicaciones formales, expresadas en mecanismos legislativos "ad hoc", instituciones, etcétera, aunque útiles y necesarias en general, conllevan el riesgo de quedarse en un mero reformismo. Son valiosas en tanto y en cuanto visibilizan algún aspecto del problema y resuelven ciertas situaciones críticas, pero las conquistas formales no constituyen más que paliativos que, en última instancia, pueden operar como enmascaramiento de los problemas de fondo.

Como señaláramos antes, la evolución de los sistemas sociales requiere adaptaciones constantes para la continuidad de su propio funcionamiento. Las reformas legales constituyen básicamente mecanismos de actualización que, en circunstancias históricas concretas, realizan cambios inevitables y les dan la apariencia de transformaciones fundamentales, pero no llegan a cruzar nunca el umbral crítico de un vuelco sustantivo. No producen una verdadera ruptura del orden establecido.

Porque ese es el cambio de fondo necesario: disolver la jerarquía en tanto modelo y raíz misma de todas las discriminaciones y racismos.

Cuestionar un orden social jerárquico sin cuestionar la jerarquía de géneros que lo realimenta no sólo es insuficiente sino que es inoperante. De ahí la necesidad de preguntarnos cómo funciona la relación entre ambos órdenes para su mutua perpetuación.

Se puede combatir las formas "evidentes" de violencia, pero debe entenderse que el objetivo es la desarticulación y erradicación del propio orden jerárquico, que no puede ser pensado como una simple corrección de los "excesos" de violencia, que permita a este orden jerárquico seguir reproduciéndose a sí mismo.

Bibliografía

García, Rolando, El conocimiento en construcción. Barcelona, Gedisa Editorial, 2000.

García, Rolando, Sistemas complejos. Buenos Aires, Gedisa Editorial, 2007.

Kaplan, Marcos, Estado y sociedad. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1978.

Mészáros, István, Más allá del Capital. Caracas, Vadell Hnos. Ediciones, 2001.

Narotzky, Susana, Mujer, mujeres, género. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1995.

Segato, Rita Laura, Las estructuras elementales de la violencia. Bernal, Universidad Nacional de Quilmes - Prometeo/3010, 2003.

* Una primera versión de este trabajo fue presentada como ponencia en las VI Jornadas Nacionales Agora Philosophica, auspiciadas por la Universidad Nacional de Mar del Plata, septiembre de 2006.

Clase social, etnia y género: tres enfoques paradigmáticos convergentes

Natalia Papí Gálvez / Red Científica
El desarrollo de los Estudios de género en los últimos cincuenta años ha suscitado un nuevo enfoque metodológico dentro de las ciencias sociales. En concreto, dentro de la Sociología se puede distinguir la evolución, interacción y contradicción de tendencias distintas al tiempo que se encuentra una expansión de estos estudios dentro de las áreas de conocimiento tradicionales y emergentes. Sin embargo, la discusión en torno a cuestiones metodológicas es un debate vivo y necesario en tanto que fundamental para la investigación aplicada.

En consecuencia, el siguiente ensayo contribuye a este debate. Se ubica en una preocupación conceptual básica para la subsiguiente construcción y operativización de las variables que permita diagnosticar y observar las desigualdades sociales con algo más de nitidez. En concreto, pretende contribuir y exponer las interacciones entre la clase social, la etnia y el género como planos de análisis convergentes.

Por tanto, la exposición incluye un nuevo enfoque de estratificación social. Por nuevo enfoque se entiende un marco interpretativo alternativo de partida que aporta visiones complementarias a los marcos teóricos que le son propios.

Así, a lo largo de la siguiente lectura se pretende aclarar al menos dos acepciones del término “género”: por un lado como perspectiva y por otro lado como categoría. Ambas acepciones son necesarias para abordar la estratificación social desde esta visión alternativa aunque, como se verá más adelante, la interacción del género con la clase social y la etnia obliga a considerarlo como categoría de análisis o, tal y como se ha denominado, como un plano de estratificación.

Desde el género como clase social al género como plano de estratificación
Cuestiones conceptuales.


Anteriormente se ha mencionado al menos dos acepciones necesarias para abordar el término como nuevo enfoque dentro de los estudios de la estratificación social. Cabe aclarar que al considerarlas como “acepciones” no se proponen dos elementos diferentes. Recuérdese que la preocupación del siguiente ensayo es fundamentalmente metodológica y es en este sentido en el que cabría distinguir el género como paradigma y el género como categoría de análisis.

El mismo concepto género ya es un indicador del enfoque paradigmático. Se incluye dentro de una perspectiva que ha contribuido y contribuye al conocimiento, a la política y a la sociedad. Ha afectado y afecta a las decisiones políticas y al discurso social en mayor o menor grado y con mayor o menor acierto, pero aun así, influyente.

Atendiendo a los últimos cincuenta años es concebido dentro de la crítica, alimentando y alimentándose de las tendencias del pensamiento que protagonizan las interpretaciones actuales hacia la historia y hacia la sociedad.

Debido a su sujeción política forma parte de la misma. Por un lado, afecta al discurso social, a la opinión pública, y alcanza la gestión política. Obliga a responder ante las evidencias denunciadas. Pide cuenta a las leyes, a las normas, a las costumbres, a los estereotipos, a todo lo que conduzca a una discriminación tanto directa como indirecta. Por otro lado, es objeto de interpretación política.

El movimiento feminista, la teoría, los llamados Women’s Studies y los estudios de género forman un todo del que emerge un enfoque propio. Este enfoque es necesariamente transversal. Se entrelaza con otras disciplinas, las enriquece, les dota de un punto de vista reflexivo, crítico, que contribuye al conocimiento de la realidad, del objeto o sujeto de estudio.

El mundo y la vida se abordan desde una concepción que responde a la diversidad de géneros, a la construcción social dicotomizada en virtud al sexo y a sus implicaciones. Emerge la estratificación sexual sostenida por una división de trabajo que concluye en una desventaja en virtud a una ideología dominante inserta en la cultura. Así, aporta categorías que contribuyen al estudio de la realidad. Una realidad cuya naturaleza sexuada emerge si es analizada bajo este enfoque. Se trata, pues, de un paradigma que envuelve un enfoque y análisis característico basado en la teoría y en la “cultura” del feminismo.

En consecuencia, la discusión feminista ha introducido una nueva perspectiva en la Academia que ha derivado a los ‘Estudios de Mujeres’ en las universidades anglosajonas y, poco tiempo después, a los llamados Estudios de Género [ Nota 1 ]. Aun así, cabe aclarar que la acepción ‘Estudios de mujeres’ no está exenta de crítica en tanto que hace referencia a ‘mujer’.

El género como indicador del enfoque paradigmático lleva a nombrar, al menos, tres formas por las que se podría abordar el mismo, a saber:

>Primero, conceptualmente, por tanto, inserto dentro del eje género/sexo. En este sentido, el eje género/ sexo en el que se asientan los Estudios de género, por un lado, representa la sociedad culturalmente androcéntrica y describe el pensamiento dominante y, por otro lado, presenta aportaciones teóricas y envuelve crítica feminista (figura 1).


Fígura 1: Eje GENERO/SEXO

Segundo, como categoría dentro de la estructura social. Así, se ubicarían otros conceptos tales como división sexual del trabajo, jerarquía, desigualdad estructurada, patriarcado... y su relación con otras categorías tales como la etnia y la clase.

Tercero, bajo su posición histórico-social. Aquí se enmarcarían los estudios de la dinámica y el cambio.

El siguiente ensayo se centra en el segundo punto nombrado. No obstante, el estudio de las interacciones entre clase social, etnia y género, implica entender el género como un sistema de sexo-género donde se entrelaza la diferencia física con las construcciones sociales que se proyectan hacia ella. También implica abordar el contexto social como un contexto de relaciones dinámicas lo que conduce a desechar la idea del estatismo como componente determinante de la estructura social.

El género es pertinente tanto a la estructura social como al desarrollo en el momento que se asume la estratificación sexual y sus implicaciones tales como las relaciones de género asimétricas. Cabe señalar que, desde esta perspectiva, la estratificación de género entendida como el reparto del poder, del prestigio y de la propiedad ha jugado un importante papel dentro de los estudios del desarrollo. Así, la perspectiva de género se articula necesariamente con teorías que abordan otras condiciones sociales. Ello porque los hombres y las mujeres no están sólo definidos por su género sino también por su posición social y por otras cualidades que le son asignadas dentro de esta organización social compleja. Se insiste, la multiplicidad de la organización social y su complejidad irrumpen dentro del análisis de género dejando vislumbrar los estrechos lazos con la etnia y la clase social.

Por tanto, la concepción sexo-género no sólo es una concepción integradora sino también conduce a entender la relación de género como plano de análisis dentro de la estructura social. A este respecto, la Sociología del Trabajo ha contribuido con investigaciones muy concretas a la conceptualización de género en términos de categoría relacional; proyectado hacia hombres y mujeres que están ligados por una relación asimétrica.

En consecuencia, el género constituiría un elemento de análisis primario, en muchas ocasiones, para entender las relaciones de poder que en base al mismo se generan. Incluye símbolos, conceptos normativos, sistemas de organización social e identidades subjetivas. Verónica Beechey, apoyándose en Sandra Harding, lo expresa de la siguiente manera: “...el género es individual, estructural y simbólico, y siempre es asimétrico” [ Nota 2 ].

Efectivamente, comprender el género desde esta perspectiva, se aleja mucho de la concepción feminista-marxista en tanto que entendido como clase social. Así, se pretende exponer la clase social como factor fundamental de la estructuración y distinguirlo conceptualmente del género mediante las principales críticas que han sido dirigidas a las feministas-marxistas. Este enfoque concluye en un análisis de las interacciones entre la etnia, clase social y género.

Finalmente, cabe destacar, que no todos los enfoques se pueden abordar considerando el género como una categoría de análisis. También se han de entender ‘las categorías del género’. Las dos consideraciones no son contradictoras en tanto que cuando se aborda el género como una categoría de análisis se hace sin perjuicio de la consideración del enfoque de género como algo más que una categoría de estudio. Se trata de dos posibles lecturas que la una puede llevar a la otra. En consecuencia, se debatirá también la consideración del género como categoría.
Posiciones enfrentadas

Tradicionalmente la clase ha formado parte, junto con los estratos y los estamentos, de las tres formas de clasificación social de acuerdo con una estratificación. El estudio de la clase como nueva estructura de las sociedades capitalistas del siglo XIX se ubica, fundamentalmente, en las obras de Marx y Weber [ Nota 3 ]. Ambas aproximaciones utilizan el criterio económico para definir la clase social pero el enfoque es diferente.

Tras la segunda guerra mundial, las teorías de clase han tendido más a establecer varios factores de agrupación bajo diferentes criterios de desigualdad que ha defender un único criterio objetivo. En este sentido, han desestimado la concepción de clase social de Marx y se han aproximado a la Weber. No obstante, los intentos de clasificación han ido variando en virtud a su agotamiento. Sin embargo, la clase social queda sujeta a las situaciones del mercado y del trabajo en la actualidad. La jerarquía, o estratificación, se supone en tanto que un ascenso en la estructura de clases implicaría un aumento de las recompensas y mejora de las condiciones de trabajo. Así, mediante la estructuración, en la que intervienen varios criterios y perfiles, las clases sociales pasan de ser categorías económicas a grupos sociales, diferenciados por su posibilidad de movilidad y estilos de vida entre otros.

Con todo, ni el concepto de clase social ni la teoría de clases han analizado el género como un contexto de estructuración que actúa de forma también transversal. Es decir, dentro de la jerarquía analizada el género es un factor que puede explicar ya no sólo la aparición de grupos sociales sino la desigualdad dentro de un mismo grupo. Dicho de otra forma y haciendo uso de dos juegos de palabras, el género es un factor que puede explicar no sólo la feminización de la pobreza sino la pobreza femenina, no sólo la feminización del trabajo sino el trabajo femenino.

Así, el género no actúa como grupo social debido a la estructuración de acuerdo con el sexo. No se sitúa dentro de la escala en un punto determinado sino que actúa en todos los niveles e interactúa con otras condiciones sociales.

En consecuencia, converge con la definición de clase social contemporánea y se alejaría de la otorgada por Marx. No obstante, tras los años 70, las feministas-marxistas tendían a considerar a la mujer como una clase social. Consideración que ha conducido a una gran polémica por dos vías: primera, por la crítica efectuada a Marx desde un enfoque de género y, segunda, por la crítica hacia las primeras feministas-marxistas. Ello concluye en la inadecuación del término acuñado por Marx si se quiere extrapolar al caso de las mujeres. Con todo, esta crítica se podría retomar aquí desde los dos enfoques representados por Linda Nicholson [ Nota 4 ] y por Mariano F. Enguita [ Nota 5 ]. La primera concluye en que efectivamente se puede considerar clase social y el segundo prefiere llamarlo categoría.

Se ha de comenzar diciendo que Marx tan sólo puso atención al movimiento obrero y, por tanto, cualquier otra acción reivindicativa como la feminista no entró a formar parte de sus análisis. Además, la concepción materialista del mismo hizo posicionar el hogar dentro de la superestructura, es decir, como consecuencia de las relaciones económicas situadas dentro del ámbito mercantil. A este respecto, Linda Nicholson tiene un punto de vista diferente. La autora hace una crítica al propio ‘materialismo’ de Marx en virtud a su escasa profundidad analítica en términos de género. Así, cuestiona la reproducción como superestructura.

Realmente, la crítica de Nicholson hacia Marx se basa en su incapacidad de explicar otras sociedades no necesariamente confinadas en el capitalismo. De acuerdo con el razonamiento de Nicholson, el marxismo hubiera sido capaz de incluir las relaciones de género dentro de los sistemas capitalistas si hubiese introducido el enfoque transcultural. De esta manera, se hubiera percatado de las relaciones de género porque hubiera detectado otro principio organizador, el parentesco.

Por tanto, el análisis de Linda Nicholson sobre la clase social de Marx no se fundamenta tanto en su anclaje mercantil como en la separación de esta esfera con las reglas que regulan el matrimonio y la sexualidad. La autora insiste en la organización de parentesco como bisagra conceptual entre la producción y la reproducción que conduce a la consideración del género dentro, incluso, de una teoría como la de Marx. La consideración del parentesco lleva a la autora a concluir que el género “debe ser considerado como una división significativa de clase aun cuando clase se entienda en su sentido tradicional”.

Mariano F. Enguita [ Nota 6 ] se centra en las definiciones que Marx aportó y su significado conceptual. El autor trata de indagar si las relaciones entre clases son de la misma naturaleza que las de género y, para ello, comienza analizando el término ‘explotación’ tal y conforme lo expuso Marx. De este modo, la explotación también fue situada en la esfera extradoméstica en virtud a la compraventa de la fuerza de trabajo que, para Marx, se daba lugar, tan sólo, en este ámbito. Así, F. Enguita considera que el concepto de explotación de Marx es inadecuado en tanto que se centra en las relaciones de intercambio y en una relación productiva. Para el autor, sería más acertado el concepto de explotación neo-weberiano que se centra en la desigualdad de oportunidades vitales. Sin embargo, Enguita no considera que este concepto neo-weberiano se refiera exactamente a explotación. Para él la definición estaría más cercana a exclusión. Con todo, F. Enguita prefiere definir la relación asimétrica de géneros en términos de privilegio, discriminación e incluso usurpación de los derechos.

De esta forma, el autor argumenta que las mujeres (al igual como la etnia) no forman una clase social en tanto que no existe una relación de explotación. Sería el privilegio, entendido como trato de normas diferenciadas, y la discriminación, como distribución de oportunidades de acceso, las que entrarían a formar parte de estas categorías. En consecuencia, F. Enguita prefiere llamar categoría a este colectivo que interactúa asimétricamente dentro de la sociedad. Así, defiende el término de categoría en tanto que hace referencia a los individuos frente a las posiciones que define la clase y en tanto que parece evocar una dimensión jerárquica.

Sin embargo, realmente Weber tampoco le prestó ninguna atención a la mujer dentro de su estructuración de clases. De hecho, haciendo un análisis de la propia concepción de clase de Weber, Wright [ Nota 7 ] considera que la flexibilidad de su definición contiene limitaciones entre las que cabe destacar dos: la primera es que sus categorías sólo se aplican a las economías con mercado; y la segunda, los conceptos de situación de mercado y situación de trabajo, sin considerar la explotación en términos marxistas, conduce a establecer un número indefinido de clases.

Realmente, la pregunta que aquí subyace no es qué definición de clase social es la adecuada para definir a las mujeres como colectivo sino, justamente, qué concepción de clase social está más próxima para observar la interacción de esta clasificación con el género. Ello obliga al menos a mencionar la preocupación motor de toda teoría contemporánea de clases, a saber: la naturaleza metodológica de clase social, es decir, el concepto y los criterios de diferenciación de clase teóricos que sean empíricamente adecuados.

Obviamente, tanto el concepto como los criterios de diferenciación de clase dependerán de la teoría de clases a que haga referencia. Con todo, existe un cierto consenso en las limitaciones marxistas para explicar otras sociedades cuyos sistemas económicos no se basen necesariamente en el capitalismo y en relaciones que se den a un nivel micro. A Weber también se le puede hacer la misma crítica en tanto que se sitúa en una economía de mercado. Ello no quiere decir que el criterio económico no sea especialmente significativo, sin embargo, se cuestiona el significado de este criterio y se entiende necesaria su ampliación.

El debate que subyace en torno a la teoría contemporánea de las clases sociales deja constancia de la capacidad interpretativa del término. No obstante, se adoptará una postura acerca de qué concepción de clase social está más próxima para observar la interacción de esta clasificación con el género.

La concepción de clase social que está más próxima para observar la interacción con el género es aquella que atiende a la complejidad de la sociedad actual, operando bajo esquemas mucho más flexibles que los aportados por los referentes (sobre todo Marx y Weber) y que acerca el término a otros factores de desigualdad social. Es una concepción producida por una postura holista e integradora en la que los individuos toman protagonismo frente a las posturas situadas exclusivamente en un macronivel. Se trata de una concepción de clase social frente a la que no se establece una causalidad unidireccional con el género. Es decir, no se defiende que las relaciones de clase sea anterior a las relaciones de género, como podría leerse con el planteamiento marxista y con las primeras marxistas feministas. Pero tampoco se defiende que el género sea anterior a la clase, como apuntaba el marxismo feminismo contemporáneo en tanto que proponían un sistema organizador anterior al capitalismo como es el patriarcado. Así, se establecen en el mismo nivel de análisis y se entrelazan en virtud a las relaciones sociales. De acuerdo con Kabeer:

“Empíricamente, clase y género tienen tendencia a constituirse mutuamente: las diferencias biológicas siempre son actuadas en el contexto de desigualdades sociales cruzadas. Por lo tanto, un planteamiento que parta de las relaciones sociales no da prioridad a la clase ni al género como el principio determinante de la identidad individual o de la posición social” [ Nota 8 ].
Defensa de una metodología no jerarquizada

En este punto cabe hacer dos aclaraciones: En primer lugar, las teorías de las clases sociales se centran fundamentalmente en el mercado de trabajo. De esta forma, las interacciones de la clase con el sexo se pueden establecer en estos términos. Dentro de esta puntualización se puede retomar el análisis de Wright acerca del concepto de estructura de clases sin que por ello no se sea consciente de las críticas dirigidas hacia el autor dentro de su análisis y la evolución de su obra [ Nota 9 ]. También se puede recordar las reflexiones de Félix Tezanos [ Nota 10 ]. En segundo lugar, cuando se establece la interconexión entre clase social y género se ha de situar en la sexualización. Es decir, en el proceso mediante el cual las diferencias biológicas actúan como plataforma para la construcción social (lo masculino, lo femenino). Por tanto, se situaría dentro de la descripción de la cultura androcéntrica y de la ideología dominante.

En este sentido, si bien se puede discrepar con la primacía de un concepto de clase social masculino, como parece que se puede leer entre líneas, se puede estar de acuerdo con la estrategia analítica dibujada por Wright cuando diferencia los mecanismos de sexo y de clase. Por dos motivos, primero, porque propone profundizar en el estudio de la influencia de las relaciones sexuales en la conformación de estructuras de clase concretas y, segundo, porque entiende que en la formación de los grupos juega un importante papel las subjetividades y las condiciones sociales. Ello conlleva, aunque no menciona, a admitir la capacidad transversal que tiene el género en tanto que significativo no sólo para diferenciar experiencias vividas entre hombres y mujeres sino entre mujeres situadas en diferentes posiciones. Así, conduce al esquema de Marcela Lagarde [ Nota 11 ] sobre la semejanza, diferencia y especificidad. Esta última dimensión ha jugado un gran papel para entender que el género y la posición de género es heterogénea tanto dentro como entre sociedades.

El plano de objetividad social de Félix Tezanos se define de acuerdo con el mercado laboral. Realmente, la tesis del autor ayuda a entender la conexión existente entre la posición ocupada dentro del mercado laboral, las características sociales y culturales que lo condicionan y la relación de esta posición con las desigualdades e, incluso, llamémosle, con el éxito o fracaso en términos de oportunidades y distribución del bienestar y poder. En concreto, su lógica conduce a establecer una relación causal que empieza con esos componentes de diferenciación intergrupo hacia la posición de mercado, de ahí a las condiciones laborales que determinan el nivel de vida y, ésta, hacia las identidades sociales básicas, eso sí, recíprocas.

Vuélvase a la postura de Wright ante las subjetividades y condiciones sociales. Así, también se incluiría en el segundo nivel descrito por Félix Tezanos, concretamente, en las identidades sociales básicas pero no necesariamente como resultado de una relación causal de los anteriores escalones en tanto que estos escalones describen la situación económica y la posición laboral. De hecho, el género tendría, sin duda, su propio plano de objetividad social (primer nivel) y su propia acción social (tercer nivel). Con ello no se quiere decir que la posición laboral y la situación económica no sea significativa, sino que se que quiere acentuar la sexualización en virtud a las teorías de la voluntariedad [ Nota 12 ].

En definitiva, el género interactúa con la clase social entendida como estructura desigual y jerárquica. Desde este punto de vista se estimula la discusión en torno a la relación del ‘género’ con las categorías de análisis de las que los estudios de desarrollo parten, es decir: principalmente, con la exclusión, la marginación y la pobreza. Existen diferentes enfoques y posturas hacia estos términos que están íntimamente relacionadas con los problemas conceptuales de las propias categorías, debate que aún sigue abierto. Sin embargo, de acuerdo con la concepción de exclusión descrita por Félix Tezanos, el género contemplaría este, llámese, estado social. No obstante, cabe destacar el concepto de segregación social analizado por el autor. Este concepto lo sitúa en el campo de las acciones y regulaciones que tienden a ubicar a las minorías étnicas y raciales en posiciones secundarias. Dichas posiciones secundarias tiene efectos perversos hacia esas minorías dándose lo que ya se ha definido como discriminación a propósito de Mariano F. Enguita. De tal forma que les proporcionan menos oportunidades, derechos y libertades. Aunque Tezanos se ciñe a las minorías étnicas y raciales, el concepto bien podría ser utilizado para las relaciones de género que implican asimetría asentada en la diferencia sexual. Y en este sentido, de nuevo, cabría destacar tanto los fenómenos manifiestos como los latentes, o lo que se ha venido llamando discriminación directa e indirecta.

Con todo, el análisis de autor no se acerca a una perspectiva de género. Debates interesantes hacia los enfoques apoyados en el yo generalizado y el concepto de ciudadanía se encuentran en toda la crítica feminista. Por tanto, lo que se quiere destacar del análisis del autor es justamente lo que ya se ha comentado, es decir: la conexión existente entre la posición ocupada dentro del mercado laboral, las características sociales y culturales que lo condicionan y la relación de esta posición con las desigualdades. Así, desde este enfoque, se contempla la gran importancia que tiene el empleo dentro de las sociedades occidentales para el desarrollo tanto individual como de un colectivo que sustenta una situación o condición social determinada. Por tanto, se entiende que desde un enfoque sociológico preocupado por las desigualdades de género, los análisis descriptivos de las ocupaciones laborales y los explicativos que conciernen a la estructura y estratificación social estén íntimamente relacionados.

Sin embargo, desde esta perspectiva de clase social se asume el riesgo de asociar el género con el sexo hasta construir el sinónimo en tanto que la clase se entiende plano significativo de estratificación social. Así, se podría concluir en que el género es una variable dentro del estudio de la estratificación [ Nota 13 ]. Sin embargo, la relación entre ambos procede por medio de la sexualización con contenido androcéntrico. No obstante, las identidades sexuales se entrelazan con las ‘subjetividades’ de clase que, a su vez, están relacionadas con las posiciones dentro del mercado laboral. Ahora bien, si por posiciones dentro del mercado laboral se entiende empleos, condiciones laborales o desempleo desde un enfoque ‘tradicional’ el término se ubica tan sólo en una de las esferas que ha sido analizada desde un enfoque de género. Y si, además, estos términos conforman el centro neurálgico de las teorías de clase bien para encontrar las causas de sus diferentes posiciones y semejanzas de grupo bien para detectar sus implicaciones, se entiende que el género y las relaciones de género involucran otros planos de análisis que lo diferencian de los estudios centrados en las clases sociales. Lo que conduce a la postura que se trata de defender en todo este apartado, es decir: clase social y género se establecen en el mismo nivel de análisis y se entrelazan en virtud a las relaciones sociales lo que les conduce a compartir categorías de análisis y a poseer otras distintas, que le son propias.

Una triangulación conceptual: etnia, género y clase social

El término ‘etnia’ hace alusión a cultura. Así, un grupo étnico determinado comparte normalmente costumbres, lenguaje e instituciones. El grupo étnico se ha de diferenciar de la acepción racial como el género se diferencia del sexo. Sin embargo, un colectivo étnico políticamente superior puede otorgarle estereotipos a otro de acuerdo con los rasgos físicos diferenciadores [ Nota 14 ]. Ello puede conducir a transformarlo en minoría en una misma sociedad o a la subordinación económica y política.

Cabe al menos mencionar la discusión existente entorno al concepto cultura. Desde la antropología social, este término se dibuja como concepto primario de organización de la misma disciplina. Sin embargo, no ofrece una definición unánime al respecto. Reconoce, no obstante, que se trata de un sistema de símbolos y creencias, una visión del mundo de una sociedad, un ‘ethos’, aunque queda pendiente una revisión exhaustiva del mismo [ Nota 15 ].

Con todo, la etnia ha sido tratada desde un enfoque de exclusión-inclusión. Por tanto, los estudios centrados en el desarrollo y las desigualdades sociales han aportado mucho material al respecto. En consecuencia, está íntimamente ligado con la estratificación y estructuración social, por ende, al análisis de las clases sociales y al del género.

No es fácil abordar en su conjunto lo que se ha querido denominar como triangulación conceptual entre género, etnia y clase. Dentro de esta triangulación se incluyen niveles de análisis (micro/macro), enfoques teóricos pero también empíricos y disciplinas muy diversas que siempre aportan al estudio de las conexiones de los tres planos. Además, dentro de los análisis empíricos siempre existe el fantasma del indicador o indicadores como variable o variables que tratan de representar numéricamente los planos de análisis mencionados. Se habla de fantasma porque se encuentran análisis conceptuales acerca del género, la clase social y la etnia de los que muchas veces se pueden concluir que existe un componente interpretativo importante debido a la gran complejidad de la realidad por lo que su medición (al menos tradicional) resulta ser un zapato demasiado pequeño. La dinámica y el cambio de la sociedad implica una revisión constante de los conceptos e indicadores que pudieron ser válidos ayer. Incluso cuando los indicadores son ‘fiables’ su utilización siempre queda circunscrita dentro de su propia definición que normalmente, por mucho grado de significación resultante, no observan un fenómeno en su totalidad. Este es el caso del trabajo doméstico que contiene muchos problemas de cuantificación además de posturas en contra de su representación dentro de la contabilidad nacional basadas en lo que se entiende como la ética de la diferencia.

Por ello se ha elegido una trayectoria metodológica quizá demasiado ambiciosa pero necesaria para poder abordar, aunque sea a modo de introducción, esta propuesta. Cabe mencionar, no obstante, que esta trayectoria se ha dibujado desde una perspectiva sociológica. Dicha perspectiva obliga a revisar otras disciplinas tales como la historiografía y antropología.

En consecuencia, los estrechos lazos teóricos y empíricos entre el género, etnia y clase pueden ser abordados desde la siguiente estrategia de búsqueda de información y estudio.
Propuesta de búsqueda de información y estudio

En primer lugar, profundizar en las características que explican la dinámica del sistema social y sus consecuencias, cuyas teorías parten de la tendencia crítica y deconstruccionista que caracteriza a los estudios tras la segunda guerra mundial.

Existen contribuciones de la mano de la epistemología, sociología del conocimiento, historiografía y de la dimensión política de los estudios feministas. Así cabe destacar a Rosi Braidotti, Sandra Harding, Liz Stanley, Himani Bannerji, Naomi Zack y Jan Jindy Pettman entre otras. La sociología del trabajo sería un área de investigación de aportaciones empíricas y conceptuales dentro de esta primera vía.

Este primer enfoque hace un estudio de las causas y los efectos de los sesgos metodológicos en el conocimiento. Busca explicaciones tanto dentro de los procesos de estructuración social como de la formación de conceptos por canales culturales. Abordaría las relaciones de la teoría feminista con otras teorías que otorgan explicación a un sistema social jerarquizado. Este examen obliga a revisar la evolución histórica del sistema económico y político, recurrir a teorías sobre la nación, etnia, clases o castas y comprender las consecuencias de la lógica económica dominante y las respuestas críticas hacia la misma. Así, esta primera vía se ubicaría más en el plano teórico-conceptual y contribuye directamente al supuesto de jerarquía y/o relación asimétrica entre géneros.

En segundo lugar, revisar aquellos enfoques que participa plenamente en el supuesto de heterogeneidad del género. Son enfoques enriquecedores a la teoría feminista procurados de dos maneras: Primera, investigaciones etnográficas enmarcadas dentro de la Antropología feminista y, Segunda, otras investigaciones procedentes del feminismo generado en las sociedades menos desarrolladas. Así, las mayores contribuciones proceden de los estudios étnicos, estudios multiculturales, postcoloniales y, también, de la mano de la Antropología con estos perfiles.

Esta segunda parte conduce al examen de las culturas y de la historia particular de cada sociedad. Así, las sociedades se componen de un orden social y una cultura genérica que, a su vez, envuelven otras ‘subculturas’ como es la del género, con sus particulares conceptualizaciones e identidades. Este enfoque también permite estudios comparativos entre sociedades y desde distintas disciplinas. Estos estudios comparativos conducen a establecer puntos convergentes y divergentes entre las sociedades y contribuyen a reafirmar la interdisciplinidad de los estudios de género. También es cierto que este tipo de estudios deben ser minuciosamente revisados ya que se puede caer en la tentación de interpretar la comparación desde un único enfoque cultural. Con todo, la comparación es lo que otorga la posibilidad de encontrar nexos comunes, al menos, en las estructuras de orden social. Así, Marcela Lagarde [ Nota 16 ] afirma que las categorías más entreveradas son el género y la edad en todas las sociedades. Para la autora se trata de un orden social genérico de edad.

Las reflexiones de Lagarde serán tomadas dentro de un contexto internacional en el que la diversidad de sociedades, culturas y estilos de vida es tal que se podría aceptar el eje sexo/edad. Sin embargo, si se reduce el ámbito geográfico, por ejemplo a las sociedades occidentales, de acuerdo con muchas autoras centradas en estudios de producción/ reproducción, las categorías de género no se agotarían en la sola consideración del sexo ni de la edad. Las atribuciones que otorgan significado a lo masculino y a lo femenino se podrían considerar como categorías del género dentro de una sociedad determinada. Verónica Beecher lo expresa de la siguiente manera:

“... el género también interviene en la definición de ciertos puestos de trabajo como ‘femeninos’ y ‘masculinos’- es decir, en la estereotipación sexual de las ocupaciones- (...) está ligado a cuestiones de identidad y sexualidad (...) también está relacionado con el poder: la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres, que se reproducen en el proceso de trabajo y también en otros ámbitos en las sociedades capitalistas” [ Nota 17 ]

De igual forma, las teorías de la socialización y de la vida cotidiana (centradas o no en el eje producción/reproducción) encontrarían una constante en la vida de una persona. Se trataría de la educación social en roles de identificación sexual y de la reafirmación en la misma durante la infancia y la etapa adulta respectivamente (etapa que incluiría a los ancianos). Estos roles de identificación atañen a la división sexual del trabajo. Con todo, lo que cabe destacar en el análisis de Lagarde y en los argumentos otorgados con posterioridad es la importancia de las relaciones sociales en los procesos de diferenciación étnica y sexual.

Según Moore [ Nota 18 ], las aportaciones más destacadas de la antropología feminista son: el desarrollo de posturas teóricas que explican las conexiones entre diferencias de genero, culturales, de clase e históricas; que las relaciones de género son esenciales para analizar seriamente las relaciones históricas y de clase; el desmantelamiento de la categoría universal ‘mujer’ y la disolución de otros conceptos como ‘subordinación universal de la mujer’. Sin embargo aun habría una asignatura pendiente: interpretar con éxito la ‘otra cultura’ y, para ello, se ha de integrar el binomio similitud/ diferencia además de hacer un gran esfuerzo por desprenderse de una subjetividad excesivamente parcializada y debe continuar con su pretensión de encontrar canales para teorizar sobre las intersecciones entre las distintas clases de diferencias. Estas ‘clases de diferencias’ (lo que con anterioridad se ha denominado planos de análisis) no se deben comprender secuenciales sino simultáneas.

“En mi opinión, ningún tipo de diferencia prima necesariamente sobre los demás. Así pues, si tomamos el ejemplo del género, es obvio que no se puede experimentar lógicamente la diferencia de género independientemente de las demás formas de diferencia. Ser mujer de “raza” negra significa ser mujer y ser negra, pero la experiencia de estas formas de diferencia es simultánea y en ningún caso secuencial o sucesiva. Un aspecto fundamental es que, en la sociedad humana, estas formas de diferenciación son estructuralmente simultáneas, es decir, la simultaneidad no depende de la experiencia personal de cada individuo, pues ya se encuentra sedimentada en las instituciones sociales. Es, no obstante, evidente que en determinados contextos existen diferencias más importantes que otras. De ello se desprende que la interacción entre varias formas de diferencias siempre se define en un contexto histórico determinado” [ Nota 19 ].

Moore hace una distinción metodológica importante acerca del concepto de género. Ella considera que se pueden llegar a conclusiones distintas si el concepto es tomado desde su construcción simbólica [ Nota 20 ] (implica evaluar la valoración simbólica atribuida a hombres y mujeres en una sociedad dada) o como una relación social. Ambas perspectivas no son excluyentes. La autora afirma que la sociología se ha centrado en el segundo de los enfoques dejando un tanto olvidada la importancia simbólica. Sin embargo, será este segundo enfoque desde el que se concluye que la subordinación de la mujer no es universal. Así, el análisis se ubica en la división sexual del trabajo y en una postura de complementariedad y no de subordinación. En este sentido, la contribución de la mujer a la economía de todas las sociedades es sustancial. De esta manera, la condición de mujer no dependería de su papel de madre ni de estar recluía en la esfera doméstica sino del control (1) en el acceso de los recursos, (2) en las condiciones de su trabajo y (3) en la distribución del producto de su trabajo. Así, existen comunidades pequeñas en las que la división entre lo doméstico y lo público no es un eje de análisis aplicable. Además, algunos estudios apuntan hacia la independencia económica y ritual entre los mundos del hombre y la mujer de tal forma que los poderes son dispuestos de distinta manera pero nunca subordinada y siempre ejercidos en igualdad de condiciones [ Nota 21 ]. Las posturas que defienden la no universalidad de la subordinación parten de la crítica hacia los enfoques reduccionistas occidentales y acentúan el cambio de las relaciones de género tras la colonización. En este sentido, sí que cabría destacar la construcción simbólica de la cultura occidental y no sólo la división sexual asimétrica del trabajo. Es decir, la construcción simbólica del género y la distribución de tareas por sexo que repercute en el control de los recursos económicos y de poder e implica subordinación.

En consecuencia, y en tanto que la revisión de las categorías analíticas de la antropología deben estar en manos de antropólogos, este informe se centra en las categorías de análisis del género dentro de la cultura occidental y la interacción de este plano de análisis con la clase social y la etnia se supondrá dentro de esta construcción simbólica. Además se entiende la interconexión entre culturas, por medios forzados o voluntarios, aunque se trate de un proceso lento, conflictivo o no, y la posición de referencia económica y política que ha tenido lo occidental, al menos, en los dos últimos siglos.

En tercer lugar, localizar y adquirir aquellas aportaciones que se dirigen hacia la convergencia del género con otros planos de análisis ubicados en el estudio de las desigualdades y desarrollo. Así, el género, la etnia y la clase se constituyen como categorías acumulativas dentro de un orden social jerárquico que implica desigualdades (en oportunidades, recursos, poder, propiedad o cualquier otra desventaja estructurada). Dentro de este punto entraría a jugar un importante papel el concepto de vulnerabilidad citado líneas anteriores. Algunos autores que pueden ser revisados desde esta perspectiva se enmarcarían dentro de la dimensión política, económica y social del feminismo. Ejemplos son: Michale Awkward, Bannerji, Himani, Naomi Zack, Sartwell Crispin, Laurie Shrage y Valentine Moghadam aunque cabe señalar que las tres perspectivas son comunes a muchos autores.

Esta última también forma parte de esa complejidad que caracteriza a la perspectiva de género y, como tal, está relacionado con los dos anteriores de la siguiente forma: <1> precisa del estudio de las culturas y subculturas al tratar con dimensiones como la etnia, clase y género, <2>, necesita conocer las teorías que dan respuesta a la definición de clases sociales, <3>, asume los puntos convergentes entre la teoría feminista y otras teorías que involucran la clase y la etnia y, <4>, parte de un nexo común, esto es, de la existencia de una correlación teórica y empírica entre los tres planos de análisis nombrados.

Este enfoque supone que si un actor social contiene un perfil construido por las características minoritarias de una sociedad, tiene mayor posibilidad de quedar ubicado en las peores posiciones de la misma en términos de acceso a recursos y poder. La pregunta de base sería si las posiciones sociales más desfavorecidas definidas dentro de los tres planos de análisis contribuyen a una mayor desigualdad en términos de acceso a recursos tanto de micro como de macro poder cuando acontecen dentro de un grupo e incluso de un actor social dentro, eso sí, de una determinada sociedad y en un contexto histórico también determinado. Así, en términos comparativos con los demás actores sociales dentro de una misma sociedad y a los que les falta alguna característica, llámese, ‘de riesgo’ sus condiciones de vida y la posibilidad de mejorarlas serán peores y más escasas, respectivamente. Por ejemplo, en la sociedad estadounidense, el perfil podría estar en ser mujer, negra y de clase baja. Por lo que también podría conducir a grados de vulnerabilidad mayores. Lo que se ha llamado ‘perfil construido por características minoritarias’ está íntimamente ligado con los estereotipos sociales

Se quiere insistir en el término ‘vulnerabilidad’. Se hace referencia a este término en términos de posibilidades. Es decir, se entiende por vulnerabilidad social la posibilidad potencial que tiene un colectivo de disminuir la distancia entre niveles de vida en orden descendente. De tal forma que ciertos factores estructurales que, a su vez, explican la formación de estos grupos conlleven a convertirlos en colectivos de riesgo en términos de empobrecimiento, sobre todo, en una misma sociedad.
Tres dimensiones en la interacción entre la etnia, el género y la clase social

Por tanto, el estudio de la interacción entre etnia, género y clase social implica profundizar en tres dimensiones:

Primera, los rasgos individuales que, de acuerdo con Félix Tezanos, por sí mismos no otorgarían una explicación completa. Por rasgos individuales se hace referencia no sólo a las características físicas del actor social que puede ser motivo de identificación cultural, también otros factores como el grado de cualificación. El nivel de formación es un buen indicador para entender que no existe una relación directa entre este nivel y la posición social aspirada. Aún en las sociedades más desarrolladas, con unos porcentajes de mujeres muy elevados dentro de la educación secundaria y en las Universidades, no existe un claro reflejo dentro del mercado laboral. Por tanto cabe introducir las siguientes.

Segunda, las características estructurales de la sociedad. La estructura del mercado laboral, la estructura de la población, la dinámica económica, los recursos existentes y el acceso a los mismos entre otras características estructurales y de contexto social. Sin embargo, los factores estructurales tampoco acabarían por completar la explicación. Hasta aquí se podría estar haciendo un análisis de los curriculae, de los recursos existentes, de las posiciones y condiciones sociales, posibilidades económicas y de desarrollo colectivos y de las relaciones y redes constituyentes.

Tercera, la construcción simbólica de la sociedad y el significado cultural. Aquí se incluirían términos como el prestigio, la valoración, los prejuicios, los estereotipos, las actitudes, etnocentrismo, estigma, sexismo y androcentrismo entre otros.

Teniendo en cuenta estas tres dimensiones se puede estudiar el impacto de la estructura de una determinada sociedad y de la construcción social de la misma en otras sociedades o/y en grupos o colectivos dentro de la misma sociedad en términos de vulnerabilidad. El ejercicio también se puede hacer a la inversa. Por ejemplo, si el estudio se centra en las migraciones se podría focalizar tanto en el impacto de las migraciones masivas desde los países periféricos a los centrales en la estructura de estos últimos como en la estructura de los países de procedencia. También las respuestas sociales de la sociedad receptora y las consecuencias o efectos hacia los colectivos migratorios. De igual modo se incluirían los perfiles de los inmigrantes en términos de sexo, “raza” y situación social. En este sentido, cabe destacar el artículo de Mercedes Jabardo Velasco a propósito de un estudio efectuado en España sobre la migración de la mujer africana. Entre otros objetivos a la autora le preocupa en función de qué criterio definen la identidad las mujeres africanas del Maresme. Todas las conclusiones a las que llega Jabardo son interesantes pero se quiere destacar esa interacción entre sus diferencias físicas, culturales y la situación económica y social dentro de España.

Actualmente estas conclusiones sólo pueden darse en investigaciones, llámese, pormenorizadas en términos de ámbito geográfico y sujetos de estudio con un método que incluya alguna técnica cualitativa. Ello es debido a la carencia, ya mencionada, que contienen los indicadores a la hora de medir ciertas ‘realidades’. Algunas de estas carencias pueden ser corregidas. En este sentido se trata de poner un ejemplo extremo, es decir, se parte de un contexto internacional y de una investigación de corte comparativo. Para ello se debe recurrir a los indicadores internacionales. Así, Paloma de Villota [ Nota 22 ] hace una análisis y crítica de las insuficiencias del Índice de Desarrollo Humano que puede ser aplicado a cualquier promedio global. Efectivamente, los promedios globales ocultan las diferencias que existen en la distribución (al menos) de los indicadores básicos, bien sea por sexo, “raza”, región, etnia o entre individuos. Estas limitaciones ya fueron puestas de manifiesto por el propio informe sobre Desarrollo Humano de 1991. La autora afirma que si bien la forma de medición del desarrollo humano puede conducir a observar las diferencias socioeconómicas entre sociedades “a mi modo de ver, resulta insuficiente si no se acompaña de otros parámetros para la comprensión de la sociedad, tales como las variables grupo étnico y género” [ Nota 23 ]. Aunque se han hecho intentos desde entonces para rectificar el índice de desarrollo humano en términos de sexo (índice de Desarrollo Relacionado con la Condición de la Mujer e índice de potenciación de la mujer) existen todavía carencias que son susceptibles de corregir mediante un tratamiento de los datos más exhaustivo y menos etnocéntrico. Con todo, también es cierto que estas carencias están muy relacionadas con los problemas de cuantificación de aquellas tareas que no están dentro del mercado o no se contabilizan por situación informal, bien las ejecuten los hombres o las mujeres. Otro camino sería acudir a indicadores y encuestas efectuadas en cada país pero en este caso existen, al menos, dos limitaciones importantes además de la gran tarea, casi imposible, que ello supone. La primera limitación es por ausencia. Existen países que no recogen todos los indicadores, ni hacen una cuantificación fiable de su estructura y desarrollo social. La ausencia también puede darse entre países que si bien tienen ya una tradición en la aplicación de investigaciones sociales no se recogen ni los mismos datos ni de la misma forma. Con todo, aunque se bajen las pretensiones geográficas se topa con la segunda limitación importante y es el efecto de las estructuras (sociodemográficas o económicas) no corregido para establecer comparaciones entre países.

A un nivel Europeo cabe destacar al menos dos herramientas de naturaleza cuantitativa de análisis. La primera es el informe anual publicado por el Comité conocido como Eurostat en el que aparecen indicadores sociodemográficos y económicos. La segunda son los llamados Eurobarómetros cuya base de recogida de información es mediante la técnica de la encuesta. Estos últimos se ejecutan con mayor frecuencia y contienen preguntas panel. La cantidad de información emitida en torno a la integración y constitución de Europa es bastante extensa. En algunos cuestionarios temáticos sobre el problema de las condiciones laborales y las diferencias de género se han detectado algunas preguntas sobre responsabilidad doméstica que a pesar de no ser suficientes connota una preocupación en torno a esta problemática. Sin embargo, dentro de las preguntas panel no se encuentran las citadas lo que no posibilita hacer un análisis con series temporales. Los eurobarómetros son una herramienta que se está estudiando con profundidad para encontrar tanto goles como carencias en materia de género. Por tanto, el estudio no se ha terminado. No obstante se quiere resaltar una de las muchas limitaciones detectadas a raíz de una investigación que fue presentada al Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Valladolid. Esta investigación trataba de encontrar diferencias socioeconómicas entre los países miembros de la Unión Europea y los solicitantes desde una perspectiva de género. Partía del supuesto que aun a pesar de la existencia de diferencias de orden económico entre países se mantenía una semejanza de los ratios de empleo y desempleo por sexos.

Así, se encontró que en el informe anual emitido no existían datos desagregados de los países solicitantes a la adhesión. Es más, Alemania del Este no aparece hasta 1991, es decir, hasta que no cayó el muro de Berlín y se procedió a la cuarta Ampliación Europea en la que se incluyó. Con los eurobarómetros ocurre algo muy parecido. Esta herramienta se utiliza para los países miembros y van apareciendo los demás países a medida que se plantea la ampliación y la adhesión de los mismos. En consecuencia, actualmente, no se disponen datos de ciertos países que aun siendo miembros no lo eran cuando se constituyó lo que era la Comunidad Económica Europea. Por tanto, en muchas ocasiones, se ha de recurrir a los indicadores internacionales, al menos, si el análisis quiere centrar su atención en la evolución de ciertos indicadores. Obviamente, ésta constituye una de las primeras limitaciones con la que se encuentra cualquier investigación que, además, connota una situación política y económica determinada tras la ausencia y presencia de los mismos.

Posteriormente se tendría que profundizar en la estadística de los datos. Es decir, en la formación de los índices, su validez y fiabilidad. El análisis de Villota se adentra en la formación de los mismos índices. Este análisis no sólo saca a la luz las limitaciones de los promedios globales en términos de otras distribuciones, por ejemplo por sexo y “raza”, sino también que las ganas de corregir los sesgos está relacionada, indirectamente, con una preocupación política por estos temas.

En consecuencia, cuando se habla de interacción entre el género, clase y etnia en este informe se hace referencia a un triángulo conceptual y teórico que deberá ser confirmado vía investigaciones ‘pormenorizadas’. Así, la asunción de una correlación, al menos, teórica, entre los tres planos envuelve una doble implicación en términos (se insiste) conceptuales:

<1> Acepta la influencia del género en las categorías restantes. Es decir, no es lo mismo ser hombre o mujer (desde la concepción dominante) y pertenecer a una clase y a una etnia determinada. Para ello el análisis se ubicaría dentro de una clase o dentro de un grupo étnico concreto. Una investigación centrada en esta relación género-etnia /clase implica una visión de macronivel. Primero porque necesita de teorías centradas en el sistema y, segundo, porque implica aceptar una división sexual de trabajo a este nivel. Busca encontrar las desigualdades y semejanzas por sexo a la hora de acceder a los recursos de poder dentro de una determinada capa económica o colectivo definido culturalmente. Sin embargo, dentro de la diversidad, asume un común denominador. Este común denominador sería la desigualdad de género de cualquier categoría. <2> Desde un análisis de micronivel, implicaría examinar las identidades relativas a sus condiciones sociales y culturales desarrolladas por los sujetos sociales. Es decir, la etnia y la clase modifica la postura tomada frente al género [ Nota 24 ]. Evaluaría las relaciones existentes entre ellas y sus asociaciones con los estilos de vida. Se centra en la relación de género y su concepción del mismo. Incluiría, así, la división sexual del trabajo de micronivel y su transmisión intergeneracional.

Muchos de los estudios revisados y autores centrados en las clases sociales y de los colectivos étnicos tanto de las sociedades occidentales como en sociedades menos desarrolladas con economía de mercado conducen a establecer esta doble implicación [ Nota 25 ]. También conlleva a reforzar el carácter multideterminante, complejo y heterogéneo de los fenómenos abordados desde la perspectiva de género.

Finalmente sólo cabría mencionar que muchas de las autoras leídas defienden que esta interacción entre clase social, etnia y género es especialmente evidente cuando se estudia el servicio doméstico en la mayor parte de los países. Raka Ray hace un análisis sobre la masculinidad y feminidad dentro los trabajadores domésticos en Calcuta. El estudio incluye en un total de 60 entrevistas realizadas a trabajadores y empleadores entre 1998 y 1999. Así, la autora afirma la existencia de una ‘servidumbre’ jerarquizada íntimamente relacionada con el sistema de castas y con la hegemonía masculina. Por tanto, no sólo concluye que el servicio doméstico es un sector altamente feminizado en casi todas las partes del mundo sino que en el caso de la India existe una jerarquía clara dentro del mismo por sexos.

Dentro de los países ‘centro’ este fenómeno está íntimamente relacionado con la inmigración y la clase social. Helma Lutz [ Nota 26 ] hace un análisis de la inmigración en Europa. La autora afirma estimarse más de un millón de trabajadoras domésticas o criadas internas en este ámbito geográfico. Su análisis se centra especialmente en Italia, España, Gran Bretaña y Holanda en el que las mujeres filipinas constituyen un grupo mayoritario en este tipo de “empleo”. Alemania, sin embargo, se alimenta de los países del este de Europa. Así, mujeres polacas, checas, húngaras y eslovacas cubren el servicio doméstico en su gran mayoría. La interacción entre etnia y género también es evidente en un análisis de meso y macro nivel, es decir, en el estudio de la estructura del mercado laboral. En España, según los últimos datos relativos a 1999 del Instituto de la Mujer, el peso del servicio doméstico recae con un 78% en la mujer frente al hombre. La situación laboral de la mujer inmigrante no sólo es incierta, como en la mayoría de los inmigrantes, sino cerrada en opciones en tanto que la mayor parte de estas mujeres pueden tan sólo elegir entre el servicio doméstico o la prostitución. El servicio doméstico es un sector muy poco regulado en el que normalmente se suelen cometer violaciones de los derechos del trabajador y humanos. Se trata de una preocupación internacional en tanto que es un problema generalizado. Así, la Organización Internacional del Trabajo ha publicado las comunicaciones de la Cuarta Conferencia mundial sobre la mujer celebrada en Beijing que viene a denunciar esta situación.

Además, el servicio doméstico es un claro ejemplo de la división sexual del trabajo proyectada hacia las mujeres a quienes se le suponen unas tareas y se le atribuyen unas habilidades. También refleja la relación asimétrica existente y la falta de valoración. En consecuencia, otorgar respuestas a estos fenómenos desde un punto de vista teórico-conceptual conduce a centrar el análisis en el género que, inevitablemente, ha de tener en cuenta otros rasgos individuales y estructurales además del simbólico. Sin embargo, el simbólico sería una dimensión que a pesar de entrelazarse con las otras dos tiene una importancia especial a la hora de estudiar los procesos por los cuales se refuerza y reproduce la desventaja estructurada por sexos.

En consecuencia, un enfoque desde el desarrollo puede contribuir a esclarecer las interacciones existentes entre la clase social, etnia y género tanto dentro de los países ‘centro’ como de los países ‘periferia’. También es aplicable a ámbitos geográficos más reducidos y no necesariamente urbanos. Con todo, el punto de vista que se propone es partir de un enfoque de Género en el Desarrollo frente al enfoque Mujer en el Desarrollo [ Nota 27 ]. Esta perspectiva parte de una concepción integradora contribuye al debate en torno a las relaciones de poder, conflicto y género e introduce su propia crítica.


Figura 2. Tres planos de estratificación convergentes

En el anterior gráfico se ha intentado representar de forma sencilla la triangulación conceptual mencionada. Cabe, sin embargo, añadir que muchas autoras consideran el estatus como una categoría crucial a la hora de medir las desigualdades por género. Es decir, se defiende posiciones sociales menores generalizadas por sexo dentro de las sociedades estratificadas por tal. Este estudio contiene esta propuesta. La discusión en este sentido estaría entorno a la medición del mismo.

Los riesgos de la consideración del género como categoría de análisis: una última observación

Al principio de este punto se defendió que el género como categoría de análisis o las categorías del género son dos consideraciones no contradictoras en tanto que cuando se aborda el género como una categoría de análisis se puede hacer sin perjuicio de la consideración del enfoque de género como algo más que una categoría de estudio. También se afirmó que se trataban de dos posibles lecturas. Sin embargo, aun cuando metodológicamente hablando la utilización del género como categoría puede ser muy esclarecedora puede conducir a una confusión importante.

Esta confusión está relacionada con la reducción del género a una o unas simples variables e, incluso, a considerarlo en lugar del sexo. Esta asociación es especialmente arriesgada cuando se estudia empíricamente la cultura androcéntrica y los procesos de la relación asimétrica entre sexos.

Lo que en este apartado se quiere reiterar una vez más es que el término ‘género’ recoge un enfoque paradigmático. En voz de Marcela Lagarde “abarca categorías, hipótesis, interpretaciones y conocimientos relativos al conjunto de fenómenos históricos construidos en torno al sexo” [ Nota 28 ]. Contiene, así, una naturaleza teórico-crítica, dinámica y culturalmente heterogénea. Concibe el proceso de sexualización como un proceso de construcción social. Se expresa como plano de análisis significativo a la hora de explicar las sociedades a la vez que interactúa con otros. Manifiesta una realidad. Deconstruye la ciencia. Otorga respuestas a relaciones asimétricas por sexo. Propone agendas políticas. Cuestiona los esquemas y estrategias occidentales. Juzga al sistema económico y pensamiento dominante. Busca su reconocimiento académico, social y político... Así, está compuesto por categorías e instrumentos de análisis conceptuales propios. Detectarlos a varios niveles de abstracción debe ser la meta fundamental de todo estudio sumergido en el género en tanto que se entiende necesaria una comprensión de los conceptos básicos para proceder con una investigación empírica adecuada.


[1]Consultar Evans, Mary. Introducción al Pensamiento Feminista Contemporáneo. Madrid: Minerva Ediciones, 1997 [ Volver ]
[2]En Borderías, Carrasco y Alemany (comp.). Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales. Barcelona: Icaria, 1994: 445 [ Volver ]
[3]Consultar Vicent, Jean-Marie, La metodología de Max Weber. Fundamentos metodológicos de la sociología. Barcelona: Anagrama, 1972/ Marx & Engels, El Manifiesto Comunista, Madrid: Alba, 1998/ Marx, Karls El Capital : crítica de la economía política México : Fondo de Cultura Económica, 1973 [ Volver ]
[4]Nicholson, Linda, “Feminismo y Marx: integración de parentesco y economía” en Benhabib y Cornell, Teoría feminista y teoría crítica, Valencia: Alfons el Magnànim, 1990, 29-48 [ Volver ]
[5]Enguita, Mariano, “El marxismo y las relaciones de género” en Mª Ángeles Durán, Mujeres y hombres en la Formación de la Teoría Sociológica, Madrid: CIS, 1996: 37-59 [ Volver ]
[6]Op.cit (1996) consultar también F. Enguita, Mariano "Explotación y discriminación en el análisis de la desigualdad", Revista Internacional de Sociología 24 (1999): 27-53 [ Volver ]
[7]Wright, Eric Olin, “Reflexionando, una vez más, sobre el concepto de estructura de clases” en J. Caravana y A. De Francisco (comps.) Teorías contemporáneas de las Clases Sociales. Madrid: Pablo Iglesias, 1993 [ Volver ]
[8]Kabeer, Naila. Realidades trastocadas. Las jerarquías de género en el pensamiento del desarrollo. México: Piados, 1998:72 [ Volver ]
[9]1Andrés de Francisco menciona a dos tipos de Wright de acuerdo con el desarrollo de sus análisis. Sin embargo, en este sentido, la obra que queda circunscrita en el libro Teorías contemporáneas de las Clases Sociales. Madrid: Pablo Iglesias, 1993, también mencionada, contiene observaciones que pudieran ser útiles para esbozar, al menos, tanto las conexiones como las diferencias entre los procesos de sexualización y de las clases sociales. A pesar de que Wright no se centra en este punto, lo incluye como observación a tener en cuenta. Así, las críticas dirigidas hacia el mismo se construyen dentro de su análisis de clases sociales y no de la posible utilidad de sus concepciones desde un estudio de género. [ Volver ]
[10]1Tezanos, José Félix. La sociedad dividida. Estructura de clases y desigualdades en las sociedades tecnológicas. Madrid: Biblioteca Nueva, 2001. Consultar también Tezanos, José Félix “Clases sociales y desigualdad en las sociedades tecnológicas avanzadas”, Revista Internacional de Sociología 8-9 (1994): 89-135 [ Volver ]
[11]1Lagarde, Marcel. Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia. Madrid: horas y Horas, 1996 [ Volver ]
[12]Consultar Saltzman, Janet. Equidad y género. Una teoría integradora de estabilidad y cambio. Madrid: Cátedra, 1992 [ Volver ]
[13]Félix Tezanos en La sociedad dividida. Estructuras de clases y desigualdades en las sociedades tecnológicas, 2001: 127. Afirma que el género constituye una variable junto con el trabajo, la etnia-raza, el territorio y la propiedad de la estratificación social. También es curiosa, por ambigua, su división entre feminismo e igualitarismo dentro de la columna que titula “Desarrollos de la conciencia social. Identidades alternativas”. [ Volver ]
[14]En consecuencia, podrían existir muchos paralelismos con el género dentro de lo que se ha llamado ‘Representación de la sociedad culturalmente androcéntrica y descripción del pensamiento dominante en sociedades occidentales’. [ Volver ]
[15]Consultar Moore, Henrietta L. Antropología y Feminismo, Madrid: Ediciones Cátedra, 1991 [ Volver ]
[16]Op.cit(1996) [ Volver ]
[17]Op.cit (1994 pp440-442). [ Volver ]
[18]Op. cit (1991) [ Volver ]
[19]Op.cit (1991:227) las cursivas han sido añadidas [ Volver ]
[20]La construcción simbólica de las sociedades y comunidades ha sido el enfoque tradicional de la antropología. Desde un análisis de género antropológico, este enfoque se ha centrado en los papeles ideales o esperados por una cultura hacia los hombres y las mujeres, los rituales, el sistema de parentesco, las creencias y los mitos son algunas dimensiones por las que se puede observar la construcción cultural y social del sexo. Así, desde una concepción simbólica y una visión etnocéntrica se puede llegar a concluir que la mujer está sujeta a su maternidad como hecho biológico o a sus relaciones de parentesco. En este sentido, y sólo desde una visión occidental, se puede concluir que todas las culturas pueden ser dispuestas de acuerdo con el eje doméstico/ público y que la mujer está subordinada en todas ellas. Con todo, la colonización ha hecho cambiar muchos aspectos de otras comunidades y entre ellos la relación de género. [ Volver ]
[21]Acudir a Moore, 1991 capitulo2 y a Boserup, 1993 para encontrar ejemplos [ Volver ]
[22]Villota, Paloma “Indicadores de desarrollo humano desde una perspectiva de género” en Virginia Maquieira y Maria Jesús Vara (eds) (1997) op.cit. pp117-153 Ir también a Villota, Paloma (ed) Globalización y Género. Madrid: Síntesis, 1999 (op. cit) [ Volver ]
[23]Villota, Paloma (1997: 124) op.cit. [ Volver ]
[24]Las posiciones y las condiciones sociales dentro de las sociedades occidentales afectan a la subjetividad de género. Se hace hincapié en estas posiciones y condiciones en términos sociales para evitar cualquier mal-interpretación biológica. En este sentido se habla de sujeción como se aclaró en el marco teórico al exponer la crítica feminista. [ Volver ]
[25]Para ejemplos empíricos y reflexiones en torno a esta interacción acudir a los estudios de género desde la Antropología y desde una perspectiva de desarrollo. Desde la perspectiva de desarrollo cabe citar las recopilaciones de Heward, Christine & Bunwaree, Sheila (1999) op. cit / Villota, Paloma (1999) op.cit y Luna, Lola G (1991) op.cit con textos interesantes en todas ellas. [ Volver ]
[26]“Inmigración y racismo en la Unión Europea” en Villota, Paloma de (ed) Globalización y Género. Madrid: Síntesis, 1999, pp 215-234 [ Volver ]
[27]Hernández, Itziar “Desigualdad de género en el desarrollo” en Villota, Paloma de (ed) Globalización y género. Madrid: Síntesis, 1999, pp 67-79 [ Volver ]
[28]Op.cit (1996:26) [ Volver ]