lunes, febrero 02, 2015

Beatriz Preciado y su régimen farmacopornográfico

Aquiles Zambrano

Andén Digital En esta reseña, el autor comenta Testo Yonqui, un ensayo que se propone superar la conceptualización de las operaciones de control “panóptico” que desarrollara Michel Foucault en su obra. La autora de Manifiesto contrasexual (2002) y Pornotopía (2010) propone nuevos modelos de control desde el interior del cuerpo a partir de las dos grandes industrias del siglo XX: la farmacéutica y la pornográfica.

En algún momento creíste ser un tipo abierto a las manifestaciones sexuales y a las luchas feministas, transgénero y homosexuales, libradas en el mundo durante los últimos cincuenta años; si en algún momento creíste apoyar alguna clase de resistencia o de vanguardia política en contra de la discriminación sexual o de la violencia de género o de la dominación machista, o creíste apoyar la inversión feminista o alguna clase de reivindicación de minorías sexualmente excluidas; si alguna vez creíste algo parecido a eso, este libro es para ti.

Y es que, luego de leer Testo Yonqui de Beatriz Preciado, S.L.U. ESPASA LIBROS, 2008, uno no puede sino sentirse como una abuela arrodillada rezando el rosario en la catedral. Ave María Purísima, este libro es una bomba en los cimientos de la cultura, es un hachazo en la cabeza ─diría Kafka─, una fisura en el hielo que de un momento a otro abrirá una grieta enorme en tu cabeza y que se tragará todos tus pensamientos como una deslumbrante vagina intelectual. Durante no sé cuántos días, Beatriz Preciado y su Testo Yonqui fueron casi mi único tema de conversación. Quizás exagero, pero este libro, y en general el pensamiento de Beatriz Preciado, tienen esa seductora cualidad de colonizar tu comprensión del mundo de una forma casi absoluta, de abrir una perspectiva insospechada sobre el caos contemporáneo. Una prosa precisa y contundente va tejiendo una red de datos y conceptos que te atrapa y te anula de esa forma en la que te anulan los buenos escritores, o, para decirlo en sus términos, de esa forma en la que te follan los buenos escritores.

Testo Yonqui es muchísimas cosas, pero sobre todo es, según sus propias palabras, un “ensayo corporal”. Y aquí la palabra ensayo tiene al menos dos sentidos: es un ensayo en el sentido de género literario, y es un ensayo en el sentido de experimento. Testo Yonqui es un diario que registra las modificaciones corporales y emocionales de la autora mientras se suministra dosis de testosterona en gel, es un diario donde narra su vida sexual y política y, al mismo tiempo, es una deslumbrante reflexión sobre los mecanismos de gestión y dominación somato-política que intervienen en la construcción del cuerpo y la sexualidad.

Siguiendo a Foucault y a Judith Buttler, Beatriz considera que el sexo del cuerpo, la común partición entre hombre y mujer, entre femenino y masculino, entre homosexual y heterosexual no son más que ficciones construidas por discursos científicos que responden a cierto modelo político heterosexual y blanco de normalización y control. La división hombre / mujer no es más que una construcción política y cultural que se presenta a sí misma como natural, es una ficción que no se reconoce como tal. De esa negación, brota precisamente su dominio: científicamente comprobado = verdadero. Toda verdad está sometida al discurso y al método científico y, como ya sabemos, toda investigación científica está sometida y financiada por el poder económico y político, por las grandes trasnacionales y los fondos estatales. La ciencia es, en ese sentido, el criterio de veracidad por excelencia, es el laboratorio donde se fabrica lo que comúnmente entendemos por realidad y, sobre todo, lo que creemos que es nuestro cuerpo:

“Durante el siglo XX, periodo en el que se lleva a cabo la materialización farmacopornográfica, la psicología, la sexología, la endocrinología han establecido su autoridad material transformando los conceptos de psiquismo, de libido, de conciencia, de feminidad y masculinidad, de heterosexualidad y homosexualidad en realidades tangibles, en sustancias químicas, en moléculas comercializables, en cuerpos, en biotipos humanos, en bienes de intercambio gestionables por las multinacionales farmacéuticas. Si la ciencia ha alcanzado el lugar hegemónico que ocupa como discurso y como práctica en nuestra cultura, es precisamente gracias a lo que Ian Hacking, Steve Woolgar y Bruno Latour llaman su "autoridad material", es decir, su capacidad para inventar y producir artefactos vivos. Por eso la ciencia es la nueva religión de la modernidad. Porque tiene la capacidad de crear, y no simplemente de describir, la realidad".

La tesis central del libro es que a partir de los años cincuenta hubo una serie de eventos que modificaron radicalmente los mecanismos de gestión del cuerpo que ya había señalado Foucault. Beatriz desplaza la atención que el francés había dado a las prisiones, las escuelas, las clínicas, los cuarteles y demás instituciones ortopédico-disciplinarias para centrarse en lo que ella considera los dos pilares sobre los que se asienta el control contemporáneo del cuerpo: la industria farmacéutica y la industria de la pornografía. El Régimen Farmacopornográfico (así lo llama) es un concepto paralelo a lo que Foucault llama Régimen Disciplinario, y se diferencia de este por la forma en la que opera. Según Beatriz, no se trata ya del viejo modelo “panóptico” de control arquitectónico que determina los cuerpos desde fuera (como la jaula determina a la rata, como la ciudad al ciudadano), sino de un nuevo modelo de control sintético que trabaja, casi invisible, desde el interior del cuerpo mismo, a un nivel molecular, modificando directamente la composición química del individuo.

El paradigma de esta nueva forma de gestión farmacológica del cuerpo acaecida luego de la Segunda Guerra Mundial es ni más ni menos que la píldora anticonceptiva: el panóptico hecho pastilla, listo para ingerir. De hecho, Beatriz afirma que el desarrollo de hormonas sintéticas durante los años inmediatamente posteriores a la guerra puso en crisis el modelo político según el cual el sexo es comprendido únicamente en términos reproductivos. El sexo, entonces, es deslindado de su implicación reproductiva y ello permite que la biomujer se deshaga del rol exclusivo de maternidad doméstica al que fue reducida para tomar luego los espacios públicos a los que nunca tuvo acceso pleno. Pero esto es solo una parte de la historia, la parte que el primer feminismo literalmente se tragó sin meditar y la razón por la cual Beatriz se pregunta por qué la ciencia desarrolló dispositivos anticonceptivos del tipo hormonal como la píldora solo para las biomujeres y no se preocupó en hacerlo para los biohombres. Y su respuesta es contundente: la píldora, con su combinación de estrógenos y progesterona, no es solo un dispositivo anticonceptivo, es, sobre todo, un dispositivo de fabricación de la feminidad misma. En este sentido, Beatriz explica que la píldora contemporánea trabaja según una doble operación que primero corta la menstruación y luego la restituye sintéticamente. La razón de ello radica en que la primera píldora desarrollada cortaba la menstruación durante un largo período de tiempo, lo cual fue considerado como algo “antinatural”, de manera que las sucesivas investigaciones y experimentos se avocaron a la tarea de producir una píldora que tuviera el mismo efecto anticonceptivo sin perder en ello la “feminidad natural” del ciclo menstrual. De modo que tu ciclo hormonal, ese que te hipersensibiliza, es una réplica químicamente inducida, es el producto de una transnacional farmacéutica, es el resultado de una compleja red de fuerzas económicas y políticas que fabrican esa parte de lo que crees es tu feminidad. Todo lo cual lleva a la inquietante conclusión de que esa “verdad biológica” femenina (y, por tanto, también masculina) no necesariamente es una circunstancia natural, no necesariamente es una realidad dada e inmutable, sino que, por el contrario, puede ser, y de hecho es, modificable, más aún: es manipulable. Ya no hay una naturaleza pura, quizás nunca la hubo, somos un injerto de piel y silicona, una aleación de lo orgánico y lo inorgánico. No estamos lejos del cyborg.

Ahora bien, al deslindarse sexo y reproducción, aparece en escena, casi al mismo tiempo, ese otro imperio del placer que es la pornografía. En un extremo está la química y en el otro, el porno; en el medio, nuestros cuerpos. Para Beatriz, la pornografía viene a ser el lado oscuro de la industria del entretenimiento (así como el narcotráfico es el de la industria farmacéutica), el lugar a donde normalmente no llega el brazo diurno de la ley, el lado oscuro del que nadie habla, ni siquiera los filósofos. En la pornografía, dice, se encuentra la clave para comprender el modelo de rentabilidad y eficacia al que toda industria neoliberal aspira. Es el paradigma de negocio posindustrial, puesto que logra producir en el cuerpo el circuito excitación-frustración-excitación necesario para mantener los niveles de consumo. La imagen pornográfica es, además (y esto no deja de ser desconcertante), el dispositivo más eficaz para transformar la representación en materia, el software en hardware, el lenguaje en cuerpo, ¿cómo es posible que un código binario de ceros y unos produzca erecciones y humedades?

En todo caso, uno de los rasgos que comparte la pornografía con algunas drogas es la capacidad de producir lo que Beatriz llama “satisfacción frustrante”. Tal efecto es producido por una suerte de doble moral o doble movimiento que implícitamente opera de la industria bien iluminada del entretenimiento a los oscuros portales pornográficos. Tal movimiento doble consiste en que, por una parte, la industria diurna del entretenimiento te excita, te pone la verga dura o la concha húmeda, te muestra el juego previo y la seducción, para luego, por otra parte, sustraerte el clímax, escamotearte la verdadera acción, lo que, creemos, habría de real en la representación cinematográfica. Esa ausencia, ese clímax escamoteado, eso que intuimos real tras las luces y las cámaras creemos verlo escapar hacia la oscuridad del porno y hasta allá nos dirigimos. En ese sentido, Beatriz dice que la industria del entretenimiento es envidia del porno: es lo que ella no puede ser a luz del día, lo que no puede ser en la categoría “para todo público, en el horario familiar. Pero la oscuridad del porno tampoco es lo que quiere ser: el porno quiere ser bien iluminado, aspira a la aprobación del “todo público”, pretende el horario familiar; en el porno solo encontramos otra representación, pura performance, pura pirueta virtuosa, puro escándalo fingido, una operación casi mecánica que revela nuevamente otro algo que se escapa, otra ausencia. Te corres, sí, pero, una vez más, hay algo real que se escapa de la representación pornográfica y entonces te ves forzado a reiniciar el circuito excitación-frustración-excitación.

¿Qué es eso que se escapa? ¿Qué es eso real que se busca en toda representación? ¿Qué es esa ausencia que intuimos real en la pornografía o en la comedia romántica? Esas no son preguntas que le interesan a Beatriz Preciado. Y quizás eso sea lo más aterrador. Porque en esa ficción que también es Testo Yonqui, en esa hipótesis del mundo solo hay cuerpos y fuerzas políticas, solo hay drogas y hormonas, solo hay dildos de plástico y prótesis mamarias, pastillas anticonceptivas y anuncios publicitarios, redes sociales y trasnacionales farmacéuticas, revistas Playboy y cristal de meta, chulos y putas. Solo hay, en definitiva, dominio y sumisión.

Fuente: http://andendigital.com.ar/mundo/politica/841-aquileszambrano80

Crónicas de supermercado

Carola Chávez

RNV Esa mañana todo parecía estar en calma. Desde que piden cédula laminada para comprar productos básicos las largas colas de bachaqueros se han reducido a su mínima expresión: cuatro mujeres que, cada día, manguarean vigilantes frente al supermercado, esperando pescar algún producto revendible que todavía no hayan comprado.

Al pasar, las escuché quejándose del aumento salarial anunciado por el Presidente Maduro, “con lo caro que está todo, esa vaina no alcanza para nada” -decían las muy chacumbeles que sumaban entre todas varios frascos de mayonesa que revenderían a diez veces su valor.

Una vez adentro me fui, como siempre, a la nevera de quesos y charcutería. Allí unas señoras miraban con recelo unas bandejas de queso amarillo. Las tomaban, les daban vueltas, leían las letricas pequeñas ajustando sus anteojos para que no se les escapara la trampa. Ese queso era sospechoso de costar la mitad de lo que cuestan sus pares; algo malo tenía que tener. ¡Ajá, es queso uruguayo! -Graznó triunfante una de las señoras. “Lo sabía, -continuó- si este queso es uruguayo, seguro que es de los que trae el gobierno, como son amigos, y es tan malo que ni en Mercal se lo comen y ahora lo meten aquí para que no digamos que hay desabastecimiento. ¡Que se lo coma Maduro!”

Baratísimo y buenísimo el queso uruguayo que rellena los panes de mi desayuno.

Más adelante, en el pasillo de las galletas, tres señoras treintonas resolvían un dilema oscuro como las galletas Oreo. Resulta que había dos tipos de Oreo esa mañana: unas Oreo nacionales y otras importadas de Miami. Galletas idénticas en empaque, color, textura de cartón piedra con relleno de manteca hidrogenada y azúcar, solo dos cosas las diferenciaban: las letras en inglés en el empaque mayamero y el precio. Mientras las Oreo criollas costaban 80 bolívares, las gringas costaban Bs. 2.900; sí, yo también creí haber leído mal pero no, ese era el precio.

Turulata, busqué el precio de esas galletas en mi teléfono inteligentísimo. Descubrí, que en cualquier mercado mayamero, esas Oreo cuestan $2,98, es decir que el precio de esas galletas de pacotilla había sido calculado sobre un dólar a mil bolos y aquellas mujeres, tan viajadas, en lugar de poner el grito en el cielo, estaban tratando, en todo caso, de convencerse de que valía la pena llevarse las galletas gringas porque “hay gusticos que uno no se puede negar” -Y yo pensaba en el recalcitrante friso de manteca vegetal que dejan esas galletas pegado al paladar… “Marika, pero es que darle un mordisquito a una de esas Oreo es como estar un ratico en Miami” -Se los juro por mi mamá que eso oí.- La tercera mujer quería ser un poco más sensata y le advirtió a sus amigas que las Oreo engordan. La callaron con un lapidario, “engordarás tú, porque nosotras, con una hora de pilates matamos esas calorías”.

En fin, que ganó la sensatez y compraron solo dos paquetes, seis mil bolos en galletas de utilería gringa para repartir entre las tres y yo seguí recorriendo pasillos convencida de que nada de lo que pasara en adelante podría superar lo que acababa de presenciar.

Terminé de comprar mis cosas y ya en la caja, me tocó compartir espera con una de esas mujeres se maquillan para ir al mercado como si fueran para una boda. Batiendo el pelo y despejando la pollina de la frente con enormes y barrocas unas postizas, buscaba atención con desespero: “en este país ya no se puede vivir y ¡peor! ya ni siquiera se puede uno quejar porque si lo haces, vienen y te caen a golpes”. Dijo sin que nadie la golpeara.

Como no le devolví una sonrisa y una queja para empatar con la suya, la señora decidió “bypasearme” y montó su quejaduría junto a un señor que yo tenía al otro lado. Estaba rodeada y la cajera era novata y lenta. Se quejaron de que no se podía ni quejar mientras la señora sacaba los productos de su carrito con cuidado de no quebrar sus uñas. “Horrible, imposible, cayéndose a pedazos… culpemaduro, of course”.

¡Cómo sufría!, menos mal que, entre el perolero que llevaba, vi que había un paquetico de Oreos made in Miami, de esas que por breve mordisco, le darán a esa pobre mujer un aire de país.

Las empleadas domésticas en Líbano se rebelan contra los abusos laborales y piden sindicarse

Oriol Andrés Gallart / Nicolás Lupo

eldiario.es Alrededor de un centenar de mujeres abarrotan la pequeña sala. La mayoría sentadas, algunas de pie. Pese a estar en Líbano, las autóctonas son minoría. Sri Lanka, Bangladesh, Nepal, Filipinas, Madagascar, Camerún, Islas Mauricio. Los orígenes son diversos pero todas comparten algo en común: son trabajadoras domésticas y luchan por mejorar sus condiciones laborales en un país donde sus empleadores se convierten en "responsables legales" de las migrantes que contratan.

Es domingo por la mañana y, pese a ser su único día libre, han decidido dedicarlo a organizarse por sus derechos, como han hecho a lo largo del último año, en el que han pedido al Gobierno la creación de un sindicato.

En Líbano, un país de cuatro millones y medio de habitantes, se calcula que el número de trabajadoras domésticas extranjeras es de 250.000. En su mayoría provienen del sudeste asiático y de África. En el conjunto del mundo árabe, se estima que el número asciende a 2,4 millones, todas ellas bajo el yugo del sistema legal de esponsorización que rige la contratación, conocido como kafala. La principal reivindicación de las trabajadoras domésticas es la supresión de este sistema muy extendido en los países de Oriente Próximo porque, aseguran, da a los empleadores un poder casi total sobre sus trabajadores y favorece abusos y maltratos.

Los más denunciados son los trabajos forzados, el impago o el retraso en el pago del salario, el encierro forzado en el lugar de trabajo, la negación de tiempo libre y la confiscación del pasaporte, según los testimonios de las empleadas domésticas contactadas por eldiario.es. Abusos verbales, físicos y sexuales también son frecuentes.

"Depende de nosotras, de las trabajadoras domésticas, plantarnos y decir este es nuestro derecho". Gemma Justo es filipina, tiene 48 años y desde hace 21 vive en Líbano. Vino al pequeño país mediterráneo para trabajar como empleada doméstica y así pagar la educación de sus tres hijos, ahora licenciados universitarios. En este tiempo también se ha convertido en una de las activistas más comprometidas del país en pro de los derechos de las empleadas domésticas extranjeras ante la explotación que sufren en este sector.

Sin embargo, como ella misma reconoce, no es fácil reclamar los propios derechos cuando se está sometida a unas condiciones deplorables: cuando una queja puede conllevar la deportación; cuando uno trabaja 17 ó 18 horas al día sin ninguna jornada de descanso; o cuando no puede relacionarse con personas ajenas a la familia que le paga el salario porque vive en la misma casa. Cuando por regla el Estado no se inmiscuye en lo que sucede dentro del espacio privado del hogar.

La mayoría de trabajadoras domésticas extranjeras nunca se planta ante abusos laborales o incluso maltratos. Y por eso, saltar por el balcón, como hizo la etíope Birkutan Dubri el pasado 10 de noviembre, puede parecer una opción más factible que dar un paso al frente. Su intento de suicidio fue grabado por un videoaficionado y se suma a otras tantas decenas que ocurren cada año.

Es significativo que en Líbano una trabajadora doméstica raramente "deja" su trabajo sino que, según la terminología local, "escapa". Cuando una trabajadora migrante abandona la casa sin el consentimiento del empleador, pasa a ser ilegal en el país, con el riesgo de ser encarcelada o deportada. "El sistema actual estrangula a la trabajadora", enfatiza Gemma.

"Creo que los abusos son habituales porque los empleadores saben que se lo pueden permitir", asegura Yara Chehayed, de la organización local Movimiento Anti-Racista, en relación a la impunidad de qué gozan los empleadores.
Por primera vez, su objetivo se aleja de la utopía

La perseverante lucha de Gemma y sus compañeras ha perseguido siempre el objetivo de crear una organización para "defender los derechos de manera colectiva y darnos apoyo las unas a las otras". Por primera vez, su objetivo ya no parece una quimera.

El pasado 29 de diciembre, las trabajadoras domésticas en Líbano, a través de la Federación Libanesa de Sindicatos de Trabajadores y Empleados (FENASOL), enviaron una petición al Ministro de Trabajo libanés para crear un organización sindical.

De prosperar la propuesta, Líbano se convertiría en el primer país árabe con un sindicato que incluye a las trabajadoras domésticas extranjeras.

Lucha contra el aislamiento y el miedo

El objetivo del sindicato es, además de regularizar las condiciones de trabajo y vida de las empleadas inmigradas, darles voz para que defiendan sus derechos y crear un espacio para construir una red de solidaridad y apoyo mutuo. Una labor que se lleva tiempo haciendo de manera informal. "Recibo llamadas todo el tiempo, incluso de madrugada, porque las chicas tienen que esconderse para poder comunicarse", explica Aimée Razanajay, otra veterana activista, en este caso de Madagascar.

"Muchas de las trabajadoras viven aisladas, sin casi red social, están muy perdidas. Les aconsejamos, les enseñamos a tratar con los empleadores –muchas veces hay problemas de comunicación–, y les explicamos los recursos de los que disponen a través de las ONG".

La propuesta enviada al gobierno es el fruto de tres años de trabajo en el marco de un proyecto piloto impulsado por la Organización Internacional del trabajo (OIT) bajo el paraguas de FENASOL. "Más que ir a través de expertos, quisimos hacerlo a través de las líderes comunitarias", explica Zeina Mezher, coordinadora para la OIT del proyecto, "han sido ellas las que han guiado la investigación, han organizado los grupos de trabajo y han convencido a las trabajadoras domésticas".

A inicios de 2014, y como consecuencia de este proyecto piloto, se formó el Comité de Trabajadoras Domésticas, un embrión de lo que debería ser el sindicato. Alrededor de 150 mujeres de unas diez nacionalidades se han ido sumando a él, reunión tras reunión, los domingos en la sede de FENASOL. El proceso no ha sido fácil debido al aislamiento de las trabajadoras y a "la cultura del miedo a qué están sometidas", asegura Aimée. Todavía hay desconfianza entre muchas trabajadoras sobre los beneficios de organizarse y temor por las represalias de los empleadores si descubren su implicación en el proyecto.

Los trabajadores extranjeros no pueden sindicarse

A ello se suman las dificultades legales. El código laboral de Líbano impide a los trabajadores extranjeros formar parte de sindicatos y no reconoce el trabajo doméstico como tal. Castro Abdullah, presidente de FENASOL no tiene reparos en admitir que ello supone un desafío al Estado. "La ley no está escrita sobre piedra. La legitimidad es de las trabajadoras. Exigimos que el gobierno libanés ratifique el Convenio 189 de la ILO", un documento que recoge la necesidad de condiciones decentes para las trabajadoras domésticas. Igualmente, para intentar superar el escollo legal, la nueva organización sindical se enmarcará dentro de un sindicato general de trabajadoras de la limpieza y cuidados domésticos e incluirá libanesas, explica Abdullah.

El gobierno está estudiando la propuesta, según aseguró la responsable de la división de trabajadores extranjeros del Ministerio de Trabajo, Marlene Atallah. Sin embargo, no parece que ello sea una prioridad en un país sumido en una frágil inestabilidad tanto por divisiones internas como a consecuencia del conflicto en Siria.

Sin esperar la aprobación gubernamental, FENASOL está trabajando para organizar próximamente el congreso fundacional del sindicato. Rose, camerunesa de 45 años, 17 de ellos en Líbano, lo tiene claro: "Desde que empezamos a organizarnos muchas cosas han cambiado a mejor, somos más conscientes de nuestros derechos. Ahora ya no hay marcha atrás".

Fuente original: http://www.eldiario.es/desalambre/trabajadoras-domesticas-desafian-libanesa-derechos_0_347515968.html